La pandemia del coronavirus dejó en evidencia un mundo profundamente injusto. El futuro de la humanidad se debate entre una mayor solidaridad o la recomposición del capitalismo salvaje.
El actual brote infeccioso a las vías respiratorias, causado por una cepa virósica hasta ahora desconocida, ha desplazado de la escena pública a todos los demás asuntos. Sin duda, el ataque a la vitalidad misma centra las prioridades y obliga a relegar momentáneamente toda otra cuestión. Pero lejos de haber quedado resueltos, los gravísimos conflictos preexistentes a la pandemia se filtran por sus poros.
Se evidencia así el desastre de los sistemas de salud pública producidos por la erosión neoliberal y la real debilidad de los países, otrora considerados “poderosos” para defender a su propia población.
Queda a las claras también la impudicia de la acumulación financiera, la mezquindad de la evasión, elusión y fuga de capital a guaridas fiscales, el despilfarro inmoral del gasto armamentista frente a las necesidades de subsistencia de las grandes mayorías y los recursos imprescindibles que se requieren a fin de paliar las urgencias contingentes.
Los espejismos se desvanecen y queda a las claras el fracaso de la ilusión individualista y del sistema capitalista. Pero los conflictos no se agotan con el análisis socioeconómico, cuyo molde defectuoso asoma con la pandemia.
No ha cesado la violencia contra la mujer, una pandemia que las azota como grupo de riesgo mayoritario desde hace siglos.No ha sido desalojada la discriminación de lo diferente ni se han resuelto ninguna de las causas que producen el desarraigo forzado de millones de personas.
Tampoco se ha avanzado de raíz en la detención del deterioro medioambiental, pese al brusco recorte del tráfico aéreo mundial y la merma de consumo petrolífero, el momentáneo silencio de algunas industrias y el acotado comercio de bienes. Precisamente, como señalan expertos epidemiológicos, la depredación ecológica, el avance sin límite del negocio agrícola y urbanístico, la producción industrial de alimento y la explotación animal están entre las principales causas de la reaparición de epidemias que creíamos superadas.
Otro aspecto que brota con nitidez es el absurdo de pretender la protección de la salud de las personas, mientras se continúa fomentando guerras y despilfarro de valiosos recursos en el armamentismo. Esta locura es propulsada, sobre todo, por el interés económico de la vasta industria que fabrica armamentos. Industria que financia o forma parte de los gobiernos que estimulan el uso de armas a nivel estatal e individual. Industria que es responsable de las guerras, del terrorismo organizado y también del creciente número de matanzas de civiles en ámbitos escolares, recreativos o públicos a manos de afiebrados fascistas.
Uno de los principales conflictos en pleno desarrollo en el transcurso de la pandemia continúa siendo el de la preeminencia geopolítica, económica, científico-tecnológica, militar y cultural. La tendencia imperialista liderada durante el último siglo por Estados Unidos y sus legiones (secundados por una Europa ocupada por la OTAN), frente a la posibilidad de un sistema de relaciones internacional multilateral, pluricultural, de liderazgos compartidos y con mayor peso relativo de las naciones subalternas, a través de la consolidación de bloques integrados.
No se trata aquí de una simple dialéctica entre Estados Unidos y China, de una nueva Guerra Fría ni del reequilibrio relativo de poder entre la vieja estructura internacional de la posguerra y los emergentes asiáticos y las nuevas instituciones, como el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura o la Organización de Cooperación de Shanghái. Se trata de algo mucho más relevante: la construcción de un mundo de mayor paridad y horizontalidad, en el que la violencia, la competencia y la dominación sean dejadas atrás, y reemplazadas por la cooperación y solidaridad entre los pueblos de la Tierra.
El viejo mundo se resiste
Es obvio que el parto del nuevo período de la historia humana no ocurre sin que las estructuras en decadencia intenten desesperadamente, y por cualquier medio, su supervivencia. Por ello es que el gobierno de Estados Unidos, a través de sus agencias de inteligencia, su departamento de justicia, su aparato de formación militar, sus fundaciones y centros de pensamiento estratégico, y su servicio de política exterior, ha puesto como una de sus prioridades la recolonización “hemisférica”, es decir, el control geopolítico de “las Américas”, como gustan llamar.
De esta manera, América Latina y el Caribe, que despuntó tempranamente en el siglo a un período signado por gobiernos emancipadores en varios de sus países y a la construcción de mecanismos interestatales de integración regional, padeció y padece el ataque conspirativo del país del Norte, para lograr minar todo conato de resistencia a su pretensión de dominio unilateral.
Esas acciones fueron secundadas voluntaria, u obligadamente, por varios gobiernos europeos, fieles a la barbarie del supremacismo occidental y a su propia historia colonial de destrucción, explotación y vejación de otros pueblos.
La manipulación de las poblaciones mediante corporaciones mediáticas para atacar a los gobiernos progresistas, los golpes de Estado parlamentarios y la cooptación del aparato judicial para proscribir líderes; los golpes de Estado policial-militares como así también las medidas unilaterales, el bloqueo económico y la amenaza militar directa, la falsificación de información a través de redes sociales y servicios de mensajería, las operaciones diplomáticas de agencias para-coloniales como la OEA, las extorsiones financieras y la re-evangelización de carácter neopentecostal son algunos de los instrumentos utilizados en esta estrategia de recolonización.
Estrategia que ha sido relativamente exitosa –al menos, temporalmente-, colocando procónsules de los Estados Unidos en varios países latinoamericanos antes gobernados por la izquierda o el progresismo.
La división de la unidad del Caribe ha sido una de las últimas maniobras, efectuadas con el propósito de reelegir a Luis Almagro como regente del ministerio de las Colonias (la OEA) y partir la autonomía de las naciones insulares, la cooperación de PetroCaribe, aislar a la ALBA-TCP e impedir la cercanía y solidaridad con Cuba y Venezuela.
Del mismo modo, la desintegración de UNASUR y la creación de foros fantasmas como ProSur o el Grupo de Lima, han servido para debilitar el espíritu de independencia y la asociación cooperativa en la región. Los enormes avances conseguidos por la integración regional soberana en relación a la paz han sido minados mediante operaciones militares, convenios de venta de armamento, sofisticación de controles y la instalación de nuevos destacamentos de tropas extranjeras en suelo latinoamericano y caribeño.
La actual afrenta de despliegue naval del Comando Sur por el Caribe, bajo el pretexto del narcotráfico -como lo fueron en su momento el Plan Colombia y la Iniciativa Mérida-, es una amenaza mortal para las aspiraciones de bienestar, equidad y soberanía de los pueblos de la región. Amenaza que cuenta con la obligada y criminal complicidad de gobiernos súbditos como Brasil y Colombia, y contra la cual, más allá de la debilidad de los mecanismos comunes de cooperación y solidaridad, las poblaciones deben levantarse decididamente.
El avance continental retrógrado falló, sin embargo, en México y Argentina, donde la organización popular y política supo expulsar a dos emisarios del capital y el imperio, Peña Nieto y Macri. Precisamente, los gobiernos de Andrés Manuel López Obrador y Alberto Fernández lideran, actualmente, la recomposición de fuerzas integradoras en la CELAC y también a través del Grupo de Puebla.
La misma resistencia organizada, basada en el sentir patriótico y la unidad entre el gobierno y las fuerzas armadas, impidió que el imperialismo retome el control sobre Cuba, Nicaragua y Venezuela, tres revoluciones fieramente combatidas desde sus mismos inicios.
La derrota del “Colonia” Virus
Los gobiernos de derecha han probado ser ineptos y perder rápidamente el favor popular alcanzado. Al mismo tiempo, ante la desprotección frente al calamitoso estado social producido por el sistema financiero, se va abriendo paso el recuerdo de avances logrados durante los gobiernos progresistas, pese a ser continuamente demonizados por campañas difamatorias de los grupos mediáticos hegemónicos. Todo ello augura ciclos conservadores muy cortos, en los que, a un muy breve soplo de “renovación”, sucede invariablemente un período de represión.
Sin embargo, la reversión de este período de pérdida de soberanía y derechos humanos –o de “Colonia” Virus- requiere de fuerzas sociales que lleven adelante los nuevos proyectos. Está claro que la divisa de los movimientos populares se sintetiza en la proclama “Volver mejores”, es decir, revisar algunas flaquezas y carencias, e incorporar nuevos elementos en el repertorio progresista y revolucionario, acordes a las nuevas reivindicaciones de orden generacional y de género.
Del mismo modo, la unidad de la diversidad es un elemento que se ha mostrado clave para batir a la alianza oligárquico-colonial.
No bastará, sin embargo, sólo con fórmulas redistributivas asentadas en las mismas matrices económicas y culturales dependientes para recomponer el tablero de la evolución en América Latina y el Caribe. Tampoco servirá ya el desgastado paradigma del crecimiento ilimitado, necesitándose no sólo de concepciones equitativas, sino de un tipo de desarrollo humano que no se base en el consumo y la posesión.
La reivindicación feminista y la defensa del hábitat medioambiental frente a la depredación corporativa serán piezas insustituibles en ese renovado repertorio. Asimismo, el clamor irrestricto para la superación de toda forma de violencia, toda discriminación y en rechazo a toda violación de los derechos humanos serán parte esencial de las nuevas revoluciones por venir.
La libertad humana avanzará en este añorado ciclo, ya no desde un antiguo sentido liberal competitivo y descomprometido con el bien colectivo, sino desde un íntimo registro de comunidad, en el que el viejo lema de tratar a los demás como uno quiere ser tratado comenzará a sentirse como regla de oro universal. Para ello, sin duda, se hará necesario comprender que, en simultáneo con transformaciones de orden socioeconómico y político, deberán acometerse modificaciones progresivas en patrones culturales y de conducta arcaicos que impiden las mejores manifestaciones humanas.
Elevar la humanidad de cada uno como máximo valor y el derecho igualitario de cada persona y pueblo a evolucionar sin límites podrá, entonces, constituirse en un núcleo fundante del futuro. ¿Acaso no están hablando de ello tantas voces que hoy exigen humanismo frente a la barbarie decadente del capitalismo?
Las calles podrán hoy estar vacías y silentes a causa de la pandemia virósica, pero muchas almas continúan henchidas de poderosos vientos de transformación. Vientos que, en el corto plazo, traerán nuevas tempestades.
Publicado originalmente en La tinta