El acoso callejero es asunto de todas y todos

Colombia Informa

30 abr. CI.- El acoso callejero es una forma de violencia sistemática que sufren las mujeres a diario, incluye gestos o miradas obscenas, piropos, manoseos, persecuciones, masturbaciones ya sean en el espacio físico o virtual . A continuación se denuncian varios casos de acoso callejero de los que su testigo acérrimo ha sido la indiferencia de la sociedad.

El cuerpo de la mujer es un botín de guerra

Me encontraba esperando el bus J23 en medio de la multitud en la estación de Aguas del Transmilenio. Iba a mi clase de 7 de la mañana, una hora donde el caos aumenta y la fatiga hace rebosar insultos, forcejeos y la impaciencia de las personas. Para sobrevivir y no dejarme impregnar de la mala energía, me puse mis audífonos y empecé a escuchar música. Me pareció que alguien trataba de acercarse a mí, por la situación lo ignore.

Estaba acostumbrada a los vagones atiborrados de individuos desconocidos que invaden mi espacio personal, a las miradas morbosas que dirigen a mi cuerpo y el de otras mujeres. Entendí desde los 12 años que nunca iba poder ponerme un short, una falda, o un vestido corto y ceñido sin que eso fuera una causa para que la miradas de los demás me hicieran sentir incómoda. Desde entonces, había cambiado mi forma de vestir por blusas largas, pantalón y ropa suelta. Y ese día no era la excepción.

Entré al transmilenio. Estaba en mi mundo, escuchando la música que me gusta cuando en el intermedio del recorrido, entre Aguas y Ricaurte, sentí una vibración en mi vagina a pesar de lo alarmante que fue la sensación para mí, lo primero que pensé fue que eran las losas de Transmilenio, pero luego se repitió y me dí cuenta que un anciano estaba tratando de meter  sus asquerosos dedos entre mi pantalón. Quede en shock. No pude hacer nada en ese momento. Se abrieron las puertas del bus en Ricaurte y lo ví huir.

Me quedé paralizada. Me dió mucha rabia conmigo misma. Tras haberme cuestionado mucho, he llegado a pensar que algunas mujeres tenemos miedo a hablar en una sociedad como esta en la que hay inoperancia en el momento de sufrir acoso. En mi caso nadie más lo vió y eso también me impidió actuar en el momento.

Cuento este caso porque es una manera de soltar el recuerdo pero también para denunciar casos tan delicados como el mío, en el que el acoso callejero no sólo se trata de una violencia simbólica sino una agresión física que transgrede el cuerpo de la mujer.

Piropos de machitos”

Mi mamá estacionó el auto. Era de noche y nos detuvimos a tanquear en una gasolinera autoservicio. Ella se bajó a llenar el depósito cuando pasaron unos hombres jóvenes que le gritaron: “Con ese culo le haría un hijo”.

Recuerdo sentir tanta rabia que el cuerpo y la cara me ardían. En medio de mi impotencia, les hice pistola pero mi mamá se enojó conmigo y me regañó. Yo era una niña de siete años cuando fuí consciente del mundo machista en el que vivimos.

Zona de miedo

Era de noche y caminaba entre las calles de mi barrio, Colina Campestre, en Bogotá. La zona está llena de conjuntos residenciales, parques que abren senderos donde las personas salen a correr con sus mascotas y los puestos de cocheros se estacionan en las esquinas para saciar el apetito voraz de la gente después de un arduo día de trabajo.

Iba tranquila, a paso constante, por una de las aceras del parque. Estaba algo oscuro por la sombra de los árboles que tapaban los faroles. Todo iba bien hasta que me dí cuenta que el conductor de un taxi estacionado a ese mismo lado de la calle se masturbaba mientras me veía pasar. La imagen era perturbadora y sentí miedo así que salí a correr al otro lado de la calle.

Empecé a caminar rápido, sentía los pies helados. La sensación de peligro era inminente. El taxista dio la vuelta y se estacionó unos kilómetros más adelante para verme caminar de nuevo. Yo seguí corriendo hasta que lo perdí de vista.

Callar o huir no es una opción, pero nos han colmado de miedo en la sociedad del patriarcado. Es hora de asumir la defensa de nuestros derechos en la calle, en espacios públicos como el transporte, en los centros comerciales, en las plazas, en las universidades, en el trabajo. Es allí donde entre dichos y costumbres se naturaliza y replica cada vez más la violencia de gé

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