A tres años de la Gira por la Vida: La escucha zapatista

Raúl Zibechi

“No existe ningún movimiento anticapitalista que sea capaz de hacer una Gira como hicieron ellos, para escuchar sin juzgar, para aprender de otras experiencias”, explica Say, organizado en el colectivo Zambra en la sureña ciudad de Málaga.

La Palmilla es un pequeño enclave en la periferia de Málaga, es el sexto barrio más pobre del Estado Español, cuya población sobrevive con un promedio de cinco euros por día. Son edificios de cuatro plantas de 3 metros cuadrados, sin terrazas. La mayor parte de la población es de origen gitano y árabe, sobre todo marroquíes, de tercera o cuarta generación, aunque ahora abundan latinos y africanos.

Los miembros de Zambra invitaron a la delegación zapatista, aunque nunca imaginaron que llegarían una veintena de jóvenes a escuchar a media docena de activistas. Los recibieron en una huerta ocupada de nombre “Espacio Dignidad” que cultiva el colectivo en una zona semi rural. “Nos cortaron el agua, primero a esta huerta y luego a todas las demás”, se queja Say porque con el calor y el sol es casi imposible cultivar en esas condiciones.

La ronda se arma al atardecer cuando se aplaca el calor. Maite contrasta las dificultades de los movimientos europeos para conseguir un relevo generacional con los avances del zapatismo en ese sentido y destaca, además, “la cooperación entre generaciones” que consigue el zapatismo.

“Mientras aquí nos gusta mucho opinar, ellos nos enseñaron que existe un sujeto colectivo con alta capacidad de escucha”, sigue Say.

Granja Julia es un colectivo que trabaja cuatro huertas en la periferia de Paterna, en Valencia. Trabajan con jóvenes latinos y gitanos que, en palabra del veterano militante “Rubio”, son “lo chicos segregados del sistema educativo”. Montaron una escuela de música y otra de cerámica, y los cultivos tienen una doble finalidad, tanto productiva como formativa. Tomates, pimientos, berenjenas y sobre todo boniatos, un cultivo generoso que consume poco agua y es resistente al calor y las plagas.

El salvadoreño Rolando se muestra contrariado porque, a diferencia de lo que conoció del zapatismo, “aquí no se comparten las maquinaria. En tanto, Joan nos recuerda que ante el cambio climático “los antiguos conocimiento ya no nos sirven tanto”, y Lidia se espeja en el zapatismo al destacar que “resistir sin crear es uno de nuestros problemas”.

Rolando vuelve a intervenir y, en contra del sentido común, asegura que “hay mucha militancia juvenil”, y se pregunta si “podremos seguir a los jóvenes”. Cree que sería necesaria la “escucha zapatista” para comprender y darle importancia lo que están haciendo esos jóvenes que, para muchos adultos, no son verdaderos militantes porque no siguen los vetustos manuales.

Se forman grupos de trabajo que en sus devoluciones a la plenaria destacan que estamos ante “tiempos de monstruos”, ante lo cual resulta necesario “crear comunidades”. No se engañan al decir que existe “miedo al sistema” y creen que falta más reflexión, capacidad de arriesgar y cultivar la rabia colectiva.

“Rubio” puso un broche a la asamblea al decir que “trabajamos con los leprosos de este siglo”, algo similar al aserto de Marx sobre los que no tienen nada que perder, sólo sus cadenas.

En Barcelona encontramos pensamientos y experiencias similares, así como en la Feria Alternativa de Valencia, que este año celebró su 35ª edición. La feria contiene alimentación vegetariana, artesanías, música, libros, colectivos sociales y conversatorios múltiples durante tres días en un parque público situado donde antes era el lecho del río Turia.

La feria es completamente autogestionada: todos los colectivos deben participar en la limpieza y seguridad del enorme espacio; todo lo que se vende debe ser artesanal y no industrial, y cada grupo debe presentar recibos de que han comprado productos no industrializados para ser elaborados.

Tres décadas es mucho tiempo: el que va de la transición de la dictadura al régimen electoral, y de los gobiernos “socialistas” a las derechas radicalizadas.

La impresión es que para los colectivos europeos la Gira por la Vida fue un subidón de anímico, como dicen algunos, pero también un espejo en el cual mirarse para aprender y conocer mejor sus limitaciones. Es mucho en los tiempos que corren.

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