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50 años del Congreso Indígena. Arar la paz en medio de la guerra

Raúl Zibechi

El sonido de las caracolas colmaba el enorme salón de actos del Cideci, en las afueras de San Cristóbal de las Casas. Resonaba en todos los rincones del recinto abarrotado, acompañado de tambores y marimbas, del espeso aroma de los inciensos, dando un aire de serena solemnidad a un encuentro organizado por la diócesis que titularon “JTatic Samuel. Caminante en el corazón de los pueblos”.

Una breve peregrinación llegó hasta el altar maya adornado con frutas y velas, donde destacaba detrás de una cruz, la escultura campechana de un Tatic con gorra que miraba hacia el infinito. Luego de la apertura los mil doscientos asistentes, casi todo indígenas chiapanecos, rezaron de rodillas cada quien en su lengua, formando una comunión de voces que susurraban plegarias formando una letanía circular que nos envolvía con el ternura de sus voces.

En lo formal, el Congreso Diocesano fue convocado para celebrar el centenario del nacimiento de Samuel Ruiz, los cincuenta años del Congreso Indígena y los diez años del Congreso de la Madre Tierra. Los asistentes provienen de las siete zonas pertenecientes a otras tantas culturas originarias. A lo largo de este año, cada zona realizó su pre congreso para compartir dolores y tristezas, gozos y esperanzas como señaló el obispo Rodrigo Aguilar Martínez en la apertura del evento.

En su meditada exposición, el obispo hizo referencia a un trabajo de Andrés Aubry en el que repasa los cuatro obispos comprometidos con los pueblos que precedieron al Tatic. El primero, naturalmente, fue fray Bartolomé de las Casas, que fue nombrado obispo en 1545, quien escribió la célebre “Brevísima relación de la destrucción de las Indias” en la que denunció los malos tratos y las atrocidades cometidas por los conquistadores contra los pueblos originarios.

Luego mencionó a fray Juan Zapata, obispo desde 1615 y luego obispo de Guatemala, quien defendió el autogobierno de los pueblos indígenas. Luego fue el turno de Francisco Polanco, obispo en 1775, y finalizó su recorrido mencionando a Luis García Guillén, obispo desde 1831 que se destacó por apoyar las luchas por la independencia.

Todas las palabras denunciaron la violencia generalizada, los desplazamientos y muertes, la inoperancia estatal, y la necesidad de construir la paz aún en medio de la violencia. El que fuera obispo de Saltillo, Raúl Vera, derrochó energía pese a sus casi 80 años y destacó que haber trabajado con Samuel Ruiz le hizo comprender muchas cosas, quizá la más importante fue el mensaje del Concilio Vaticano II.

El amplio equipo de la diócesis explicó que el Congreso demandó un año de preparación y que la inspiración fue el Congreso de 1974, que consistió en un proceso de reflexión para la acción liberadora. “Fue un congreso de indígenas para indígenas”, dijo alguien del equipo organizador. Ahora se trata de “calentar nuestros corazones en un mundo oscurecido por la violencia”, para continuar aquellas inspiraciones.

La primera sesión, el jueves 3, estuvo enteramente dedicada a la memoria de la figura de Samuel Ruiz. Cada zona trajo su palabra. El equipo tzeltal dijo que se trata de “conciencia y organización, de proponer soluciones, de recuperar la dignidad en estos tiempos de dolor y sufrimientos”. “No actuar como jefes y jefas sino servir”, dijo otras de las regiones, y propuso seguir su ejemplo de convivir con las comunidades y llegar a la raíz de los problemas.

La extensa intervención de fray Pablo Iribarren estuvo dedicada al contexto en el que se desarrolló el Congreso de 1974. “Fue el primer aviso indígena de una toma de conciencia”, dijo, para luego explayarse en cómo la diócesis fue transitando de “la teología de la liberación a la teología india”, que algunos consideraron una herejía.

Aunque no se profundizó sobre la teología india, algunos asistentes mencionaron en los pasillos el enorme cambio que significó que los diáconos y pre diáconos no fueran elegidos por las autoridades eclesiásticas sino por las comunidades creyentes en sus asambleas. Samuel se limitaba a bendecir lo que esas asambleas habían decidido, lo que invertía el poder en la institución eclesial que pasaba a estar en las y los creyentes que, de ese modo, tomaban decisiones que antes acaparaban a las jerarquías.

Juan Manuel Hurtado destacó el trabajo de la diócesis con más de 800 catequistas trabajando en las comunidades, que fueron una pieza central en lo que denominó como iglesia autóctona, consagrada a “la promoción de indígenas para que sean sujetos y no objetos de evangelización”.

Luego recordó el papel de Tatic al frente de la CONAI (Comisión Nacional de Intermediación) formada luego del levantamiento zapatista en 1994 para lograr la paz en Chiapas. También hubo referencias a la masacre de Acteal como respuesta del Estado al destacado papel de la diócesis y al creciente activismo de los pueblos.

El viernes 4 estará dedicado a los frutos del Congreso de 1974, en palabras de los siete pre congresos, centrada en las luces que aquel evento puede aportar para recorrer nuevos caminos. El sábado 5 estará dedicado a la construcción de la paz en los territorios, para lo cual adelantaron el lema “Arar la paz”, que será el eje de los debates y de los aportes de las siete zonas.

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