Nadie sabe quiénes fueron los misteriosos francotiradores que dispararon -primero a los manifestantes, y luego a los policías que enfrentaban a estos manifestantes- en pleno centro de la capital ucraniana, hace sólo unos días. Lo más probable es que nunca lo sepamos. Se trató de balazos certeros y profesionales en la cabeza y en el cuello. La mayoría de las víctimas fueron civiles jóvenes y ancianos, así como policías rasos; personas que no participaban directamente en los enfrentamientos.
Alguien necesitaba incendiar el país. Al igual que sus francotiradores, tiene nombre (seguramente varios), recursos, garantías de anonimato, y ahora ve por televisión las desgarradoras escenas de la despedida a los caídos y tal vez sonríe.
Cuando en los próximos días la primavera derrita las nieves en los bosques aledaños a Kiev, seguramente reaparecerán varios de los más de 300 desaparecidos. Sabemos que a pesar de tantas promesas de justicia, cada vez más patéticas y repetitivas, nadie pagará. O se hará un nuevo show llamado justicia, en el que los que pagarán no serán los verdaderos responsables.
Siempre creímos que derrotar al mal gobierno de Yanukovich era un derecho justo y el deber del pueblo ucraniano. También advertimos que la legítima rebelión civil desde sus inicios fue manipulada, utilizada y al final encabezada por grupos de extrema derecha que supieron aprovechar el vacío social generado por falta de una izquierda de verdad. Los partidos Comunista y Socialista de Ucrania no se cuentan: fueron cómplices del régimen.
Con la misma convicción podemos afirmar que los monstruos y payasos que disputan ahora el poder, una vez más, no representan en lo más mínimo los intereses y las necesidades del pueblo ucraniano.
Lo que ocurre ahora en Ucrania, sin duda, no es una revolución. Tampoco es un golpe de Estado de ultraderecha, como insisten algunas voces de izquierda. Pero rebelión sí hubo, lo mismo que un movimiento muy amplio y espontáneo de ciudadanos indignados por el abuso y la prepotencia del poder, sin mayor experiencia y menores cálculos políticos. De los cálculos se encargaron otros, los políticos de la oposición, alma gemela pro occidental del régimen pro ruso (ojo, este pro supone sólo a los gobiernos, nunca al pueblo) y a los líderes de los movimientos neo nazis que supieron usar la coyuntura.
Yanukovich no fue derrotado por un complot de Occidente, ni cayó víctima de una guerra mediática (aunque Occidente se involucró, igual que Oriente, y la guerra mediática sigue), sino por una espontánea, heroica y desesperada acción de miles de ucranianos, que permanecieron durante meses en las calles y plazas con temperaturas muy por debajo de los cero grados. La principal motivación fue la defensa de la dignidad, lo que en su expresión mínima, en este momento y en este país, equivalía a derrotar al gobierno de Yanukovich. Entre ellos estuvieron algunos de mis amigos. Discrepé y discrepo con muchas de sus ideas políticas, pero admiro su valor y su consecuencia ciudadana.
Ahora, cuando los de siempre, después de derrotar con manos y sangre ajenas al principal obstáculo para su acenso al poder, una vez más nos mienten hablándonos del perdón y de los valores universales; cuando el Fondo Monetario Internacional (FMI) está por auspiciar la mortífera unión entre los neoliberales y los nazis en el primer gobierno revolucionario de Ucrania; cuando después de las estatuas de Lenin se destruyen los últimos monumentos a nuestros abuelos caídos en la guerra contra el fascismo; cuando la televisión rusa, la prensa occidental y todo el mundo miente sobre lo que realmente pasa en Ucrania; y cuando nos cuesta cada vez más distinguir entre el pragmatismo de las derechas y el cinismo de las izquierdas, arrepentidas y políticamente correctas, busco otra clase de palabras, palabras para nuestros caídos, con letras capaces de ser flores o tierra o sueños en su tumba. Palabras de todos los colores, para contrapesar lo rojo de sus primeras letras.
Ahora cuando con horror, pero sin sorpresa, nos enteramos de que la cultura, la justicia y la policía de Ucrania serán encabezadas por los nazis de Svoboda, y que la reciente rebelión popular contra la mafia pavimentó el camino para otra, mucho peor. Algunos de nosotros preguntaremos, ¿cómo nadie quiso ver este enorme caballo de Troya, lleno de fascistas, en el corazón de la resistencia ciudadana? Los otros, los que no supimos levantar nuestras banderas de izquierda, les responderemos con nuestros argumentos de siempre, recordando las represiones de Stalin, el cinismo de la época de Brezhnev, el fraude de la Perestroika y un cuarto de siglo de ofensiva mediática anticomunista en toda la ex Unión Soviética.
Pero nuestros muertos de febrero de 2014 en Kiev vivieron y murieron por otras cosas. Lo hicieron por la libertad y la democracia para los pueblos de Ucrania. No para llevar al poder a ningún político y menos a los fascistas disfrazados hoy de ovejas pro europeas.
Las muertes siempre duelen, y es el doble cuando parece que fue en vano. Y es triple cuando sabemos que serán utilizadas como material de construcción para los palacios de nuevos reyes.
Pero en vano no fue. A los muertos rebeldes y los muertos que se rebelan, el poder siempre les amenaza con lo único que puede matarlos de nuevo: el olvido. A pesar de tanto llanto de cocodrilo por la televisión, a pesar de las decenas de nuevos monumentos en su memoria, que ya están en los nuevos decretos de gobierno, como sus jóvenes nombres para las viejas calles de Kiev, este olvido ya es parte del nuevo plan político de las autoridades recientemente autoproclamadas. Y la única manera para salvarlos del olvido es juntar toda nuestra rabia y vergüenza, hasta que construyamos un movimiento social capaz de sacar a nuestro país de su actual prehistoria. Este movimiento será de abajo y de izquierda, humanista y revolucionario, aunque tal vez no usará ninguna de estas cuatro palabras, para que nuestros muertos puedan por fin descansar tranquilos.
Mientras tanto los vivos, nuestros amigos y compañeros, de la minúscula y mal organizada pero porfiada izquierda ucraniana, se reorganizan para enfrentar la noche del fascismo que se avecina.