Oasis: indígena, travesti y seropositivo

Adazahira Chávez Foto: Meeri Koutaniemi

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México. Quiso hacer una historia pequeña, de tres personas perdidas al sur de México, pero con un objetivo gigante: que dejen de repetirse las historias de triple discriminación que arrojaron a la soledad a sus personajes. Para rodar un documental sobre el amor a la vida de tres indígenas mayas, travestis y seropositivos, el periodista coahuilense Alejandro Cárdenas tuvo que deshacerse de las ideas que él mismo contrajo en su hogar, que define como “muy conservador y católico”. A cambio, conoció a las personas “más fuertes y con más dignidad” de su vida.

Oasis mira hasta abajo, a la cotidianidad de tres personas –Gerardo, Déborah y Reina Patricia-, discriminadas entre los discriminados y que, sin embargo, no guardan rencores. Que “son los que menos tienen y lo que tienen, lo comparten”. Que regresan al albergue a atender a las que, como ellas, no tienen otro espacio.

El documentalista recuerda que su casa productora, la finesa Oktober, le pidió agregar imágenes de los protagonistas hablando con amigos, interactuando en la calle y hablando con su familia. Cárdenas tuvo que explicar que ese espacio no existe: los travestis mayas con VIH viven dentro de cuatro paredes, con escasas salidas al espacio público, donde reciben insultos.

El periodista no quiso hacer un trabajo que los presentara como víctimas, sino como personas que se reconstruyen y salen adelante. Cárdenas decidió que no había nadie mejor que las propias voces de los protagonistas para contar la historia. Y así se lanzó a un trabajo de tres años y medio, con largas conversaciones con y sin cámara, y el establecimiento de una relación con Gerardo, Déborah y Reynaldo, que incluyó acudir a la cárcel en alguna ocasión a sacar a alguna de ellas de ahí, y hablar con sus familias, que no pueden aceptar que el hijo varón sea homosexual, lidian con las burlas de los vecinos y se cuestionan qué hacer cuando llegue la muerte de sus vástagos.

El resultado es un trabajo franco, con imágenes poderosas, y “sensible, pero no sentimentalista”, precisa Cárdenas. El director aspira a que, cuando acabe el ciclo de dos años en que la productora llevará a Oasis por festivales de documentales de todo el mundo, su trabajo llegue muy abajo. “Sueño con que se proyecte en un camión, que vaya de comunidad en comunidad con su pantalla”.

Cárdenas considera que las realidades de soledad y de discriminación, pero también de lucha y resurgimiento, que refleja Oasis, encontrarán un eco en América Latina, principalmente, donde espera que los inviten a festivales para compartir su mirada.

El Oasis, en el desierto del periodismo folclorista

Alejandro Cárdenas desarrolla su carrera principalmente en Finlandia y España aunque, asegura, está un poco “harto del periodismo europeo, que viene a tomar una foto muy bonita, está unos días y escribe una historia desgarradora desde el escritorio”. No pertenece a la élite cinematográfica, pero logró hacer un documental de poco más de 50 minutos en el que tres personas le abren su intimidad. “Algunos amigos me dicen que mi cualidad es que no sé nada de cine”, relata.

Cárdenas se encontró a su historia en 2006, cuando la muerte de la comandanta Ramona, del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, pospuso el paso de La Otra Campaña por Yucatán, tierra que para el novel documentalista es lo más cercano a un hogar. Enviado por un periódico español, buscó una nota para justificar su estancia en la península y conoció a El Oasis, albergue para personas que padecen VIH, ubicado en Conkal, y fundado, dirigido y sostenido por Carlos Méndez.

En El Oasis de San Juan de Dios, Alejandro Cárdenas se reencontró con un tema sobre el que ya escribía, el significado de ser maya en la actualidad. “En Europa, y en México también, hay esta imagen romántica o folklórica de que el indígena va vestido siempre de manta y pintado. Por lo menos si hablamos de los mayas yucatecos, hoy en día cambiaron el sombrero por una cachucha, la guayabera por una camiseta de un grupo de rock, y ello no significa que sean menos indígenas”. Su amigo Raúl Lugo, sacerdote, le sugirió escribir sobre el significado de ser, además de indígena maya, homosexual y seropositivo. “Una cosa es declararte homosexual en el anonimato que te da una gran ciudad, y otra hacerlo en pequeñas comunidades de mil 500 personas”.

El periodista se entusiasmó cuando encontró que, a diferencia de los albergues católicos que pretenden “curar” la homosexualidad o culpar a los enfermos por padecer SIDA, en el Oasis “hay un absoluto respeto hacia la identidad de cada persona. Hay gente que va vestida de travesti y nadie le dice nada”. Además, lo atrajo la solidaridad y el funcionamiento como comunidad al interior del recinto –donde los menos enfermos ayudan a los que están más graves, y hacen las veces de enfermeros, barrenderos y cocineros: “La gente se ayuda a sí misma y a los que los rodean”.

El aspecto periodístico también llamó a Cárdenas a hacer el documental, estrenado a inicios de 2013. “Son historias bien cabronas, donde mucha gente logra salir y rehacerse. No todas lo hacen, pues en el tiempo que estuvimos filmando vimos morir, en condiciones paupérrimas, a seis personas. Carlos ha visto morir a 300 en 12 años de vida del albergue”.

La población de El Oasis, que por naturaleza es flotante –cuando se mejoran un poco de salud, las personas tratan de volver a su casa o a su trabajo- le dificultó escoger a los personajes que serían el eje de la historia. Finalmente, Cárdenas eligió a Gerardo Chan Chan, Déborah Manzanero y Reina Patricia –de quienes, en la entrevista con Desinformémonos, habla indistintamente como “él” o “ella”.

Cárdenas se emociona cuando describe a cada una de sus protagonistas. Resalta, especialmente, cómo Gerardo fue castigado por su padre a vivir en el chiquero por estar enfermo y ser homosexual, cómo la gente lo apodó “el puerco” en maya, y cómo llegó a vivir desnudo pues quemaban sus ropas cuando vomitaba –“no sabe decir si fueron seis meses o un año”, relata. Y cuenta que Gerardo perdonó a todos, encontró pareja y trabaja como jardinero.

El lugar de trabajo de Déborah, ama de casa de lunes a viernes y trabajadora sexual los fines de semana, “ubica muy bien dónde se ubican socialmente. Al inicio de la calle 58 están las jóvenes que trabajan como prostitutas, luego se hace más bizarra la situación y al final, están Déborah y sus amigas, rechazadas no sólo del seno de su familia sino de los pueblos donde han vivido. Su único sustento es trabajar de su propio cuerpo”. Cárdenas la describe como “una especia de Shakira hermosa, con un perfil maya yucateco visualmente muy rico”, y un ejemplo de cómo los travestis que no tienen la habilidad para cortar el cabello o hacer imitaciones de artistas –las labores en las que se les encasilla- tienen que vender servicios sexuales.

El trío lo completa Reynaldo/Reina, apasionado de la cocina y trabajadora sexual por elección en Playa del Carmen, Quintana Roo, cuando su salud se lo permite. Resurge, perdona, familia y amor son las palabras a las que recurre Cárdenas una y otra vez para describir a sus protagonistas.

“Cuando empecé el documental, fue una mirada netamente periodística, pero después de tres años, me di cuenta de que estas son las tres personas más ricas, fuertes y con más dignidad que he conocido en mi vida”, expone Cárdenas, que recuerda cómo le platicaban aspectos que lo hacían estremecerse, y cinco minutos después, le contaban algo más fuerte. La franqueza con que se abrieron sus personajes, le dijo Reina Patricia, es porque quieren que algo cambie para los que viven lo mismo que ellas.

Gerardo Chan ya vio Oasis. Cárdenas cuenta que las preguntas del público duraron más que el documental mismo, y se dice ansioso por iniciar ya las pequeñas funciones que imagina desde que comenzó el trabajo. Relata que hicieron un foto libro para sacar financiamiento, que repartirán entre el albergue y los documentalistas pero, precisa, más allá de la necesaria aportación monetaria, lo que el documental puede devolver al albergue y a los protagonistas es que “de 10 personas que lo vean, a dos les haga click el cerebro y decidan hacer algo”.

Alejandro Cárdenas, criado en Monterrey, “donde nos dicen, no llore, no sea marica”, no supo en qué momento su proyecto periodístico cambió a ser un proyecto de vida, “que ya me marcó para siempre”. También la idea de su oficio cambió. “El documentalista tiene que ser como un guerrillero, que utilice su cámara como un arma de cambio social. Hay que meterse a fondo a las problemáticas y a  las pequeñas grandes historias de este país, donde el hombre más rico del mundo convive en el mismo escenario que 53 millones de pobres”.

Publicado el 14 de octubre de 2013

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