Los caminos del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad

Gustavo Esteva

Se ha difundido por el mundo entero la manera en que Javier Sicilia convirtió el dolor que le produjo la muerte de su hijo en indignación moral y cómo su carta a políticos y criminales dio visibilidad a un sentimiento nacional. Su ¡Estamos hasta la madre! cumplió un papel semejante al ¡Basta ya! de los zapatistas en  1994. Al nombrar lo evidente (lo que en realidad no se ve), al darle cara y cuerpo a las “bajas colaterales” de la guerra de Calderón,  Javier arropó el dolor de mucha gente. Muchos miles se sintieron parte de ese dolor de la nación y empezaron a dar su testimonio y a organizar su indignación. La expresión no sólo reflejó el ánimo de las víctimas directas de la violencia; muchos otros, la inmensa mayoría de los mexicanos, se sintieron reflejados en ella.

Otro poeta, John Berger, observó hace tiempo:

Nombrar lo intolerable es en sí mismo la esperanza. Cuando algo se considera intolerable ha de hacerse algo. La acción está sujeta a todas las vicisitudes de la vida. Pero la pura esperanza reside en primer término, en forma misteriosa, en la capacidad de nombrar lo intolerable como tal: y esta capacidad viene de lejos – del pasado y del futuro. Esta es la razón de que la política y el coraje sean inevitables.

Al tratar de explicar lo ocurrido, Javier Sicilia planteó recientemente la siguiente imagen. Estamos todos en un cuarto oscuro. Nos agobian en él toda suerte de horrores, pero como nada vemos no sabemos qué hacer. De pronto, el poeta se levanta, descorre una cortina y dice: “Miren, aquí hay luz”. El político, el filósofo, todos se acercan y le preguntan: “¿Cómo llegaste ahí? ¿cómo descubriste esto?” “Sepa la chingada”, contesta el poeta, “pero aquí hay luz”.

En alguna entrevista recordó a Mallarmé, para quien el poeta es la voz de la tribu, el que le devuelve significados perdidos. La voz de Javier hizo emerger la indignación y con ella la reserva moral de la gente. Al recuperar esos significados, bajo la amplia sombrilla del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, la gente, millones de personas, empezaron a perder el miedo y a transitar por un camino inédito, imprevisto, que parece ser, paradójicamente, el que habían estado esperando.

Exploro aquí algunas características y posibilidades de este movimiento.

Emergencia nacional

 Nadie parece escapar a las consecuencias de las múltiples crisis que padecemos ni al horror gelatinoso en que transcurre ahora la vida cotidiana. Pero nadie, antes de Javier Sicilia, calificó la coyuntura como emergencia nacional, una condición que exige una respuesta colectiva inmediata. En distintos discursos ha tratado de mostrar la gravedad de la situación y de dar visibilidad a la situación enteramente insoportable a que están expuestos buena parte de los mexicanos. Las cifras son realmente terribles: 40 mil muertos, 10 mil desaparecidos, 120 mil desplazados. Todos los días, además, en parte por las iniciativas del Movimiento, los números aumentan: muchas personas no se habían atrevido a denunciar la muerte o desaparición de sus familiares.

            Es útil destacar otros aspectos de la emergencia que parecen muy relevantes:

  • Es grave que aumente el número de los llamados pobres. Es motivo de preocupación que ese número crezca. Pero puede verse como asunto de emergencia nacional el hecho de que en 2010, cuando se reconoció oficialmente que más de la mitad de los mexicanos estaban ya en esa categoría y que su número seguía aumentando, la sociedad mexicana había producido al mismo tiempo al hombre más rico del mundo y que éste había ganado, ese mismo año, 18 millones de salarios mínimos…
  • Una quinta parte de los mexicanos se encuentra en los Estados Unidos. La mayor parte de ellos no están allá atraídos por la esperanza de una vida mejor; se van porque no encuentran en sus espacios ni en general en el país oportunidades de supervivencia.
  • Por lo menos la mitad del territorio nacional puede considerarse zona de desastre en términos ambientales. En algunos casos los daños son prácticamente irreversibles.
  • El tejido social en que sustentan las comunidades, las regiones, la nación misma, está desgarrado, roto, y en muchos casos prácticamente ha desaparecido.
  • Más de la tercera parte del territorio nacional se ha entregado a corporaciones transnacionales en concesiones a 50 años. Se ha estipulado la obligación del gobierno mexicano de desalojar a quienes ocupan esos territorios y son sus legítimos dueños, entre los que se encuentran muchos pueblos indígenas que ya están mostrando en todas partes su resistencia. Es difícil conocer con precisión los datos, pero se ha estimado que si se intentara cancelar la quinta parte de las 25 mil concesiones otorgadas no alcanzaría todo el dinero del Banco Mundial para cubrir las indemnizaciones.
  • Mientras cunde una guerra civil cada vez más violenta y desgarradora, ejército y policía echan gasolina al fuego o lo provocan directamente. Cada vez más, el monopolio de la “violencia legítima”, legalmente depositado en el gobierno, se emplea para proteger a los gobernantes y a intereses privados –incluyendo los del narcotráfico-, no para proteger a la población.

El pasado mes de abril el subcomandante Marcos escribió que el mundo que conocemos ya no será el mismo mundo, que será destruido. Quizás debemos cambiar el tiempo del verbo: está siendo destruido, nuestro mundo está siendo destruido. Por eso enfrentamos una emergencia nacional.

¿Qué hacer? ¿Cómo hacerlo?

  ¿Qué hacer?, un panfleto de Lenin que escribió en 1905, fue concebido en circunstancias que guardan algún parecido con las nuestras. Lo mismo ocurre con El Estado y la revolución, que escribió en 1917. Estos dos textos serían la columna vertebral de lo que dio forma al leninismo, es decir, a una forma de gobernar, un estilo de conducir el cambio social, una manera de intentar revoluciones y mejoramiento de la condición humana, que habría marcado el siglo XX en todos los ángulos del espectro ideológico: desde la extrema izquierda hasta la extrema derecha, pasando por todos los matices.

Lenin eligió cuidadosamente el título de su panfleto. Era también el de una popular novela de Chernyshevsky –su autor favorito- en la que un “hombre nuevo” de la intelligentsia destruye el orden antiguo y gobierna autocráticamente para establecer la utopía social. La idea de que el conocimiento superior, la instrucción autoritaria y la ingeniería social pueden transformar la sociedad recorre ambos trabajos.

Las principales metáforas de ¿Qué hacer? son el salón de clase, el cuartel y la fábrica. El partido y sus agitadores locales actúan como maestros de escuela,  mandos del ejército revolucionario o capataces de fábrica.

Sin una ‘docena’ de líderes probados y talentosos (y los hombres talentosos no nacen por cientos), escribe Lenin, entrenados profesionalmente, escolarizados por una larga experiencia y que trabajen en perfecta armonía, ninguna clase de la sociedad moderna es capaz de conducir una lucha decidida.

Lenin quiere traer a los trabajadores al nivel de los intelectuales, pero sólo en lo que se refiere a las actividades partidarias. No considera viable ni conveniente hacerlo en otros aspectos. Los intelectuales, además, no deben degradarse al nivel de las masas.

Esta actitud contribuye a explicar lo ocurrido en 1917. En enero, Lenin advirtió que a su generación no le tocaría vivir la revolución que se venía. No pudo anticipar los acontecimientos inmediatos. Entre agosto y septiembre escribió El estado y la revolución. “El proletariado necesita el poder del estado”, sostiene, “la organización centralizada de la fuerza, la organización de la violencia…para el propósito de guiar a la gran masa de la población –el campesinado, la pequeña burguesía, el semiproletariado- en la tarea de organizar la economía socialista”.

Lenin o los bolcheviques apenas participaron en las revoluciones de febrero y octubre…pero capturaron su producto, una vez que fue un hecho consumado. “Los bolcheviques encontraron el poder tirado en la calle y lo recogieron”, dice Hanna Arendt. E. H. Carr, que escribió uno de los primeros y más completos estudios del periodo, concluyó que “la contribución de Lenin y los bolcheviques al derrocamiento del zarismo fue insignificante” y que “el bolchevismo ocupó un trono vacío”.

El diseño de Lenin era inútil para hacer la revolución y hasta para anticiparla. Pero era indispensable, como Stalin sabía mejor que nadie, para ejercer la dictadura del proletariado. Ahí está el meollo del asunto. Es cierto que Engels escribió, en la introducción de La guerra civil en Francia en el vigésimo aniversario de su publicación, que la comuna de París era el modelo de la dictadura del proletariado. Pero no fue esa la forma que tomó la idea, ni en la teoría ni en la práctica. Es cierto también que el propio Lenin celebró la comuna de París en El Estado y la revolución y que empezó pronto a darse cuenta de los problemas del diseño que había concebido y planteó volver la mirada a los soviets, a los consejos obreros, y a los sindicatos. Pero lo que marcó el siglo fueron sus concepciones autoritarias, su mirada de arriba hacia abajo, su noción de la vanguardia.

Estoy llamando leninismo a un estilo político que comprende dos elementos centrales:

  • Un grupo pequeño, incluso una persona, se encuentra a la cabeza y dirige a las masas. Idealmente, hay un partido único con un líder supremo.
  • El Estado – los aparatos de gobierno—aparece como el agente central de la transformación. Por eso se plantea la necesidad de conquistarlo: es el medio apropiado para los fines que se persiguen.

Es esto lo que fracasó. Todos los intentos realizados de arriba hacia abajo, para organizar la transformación mediante la ingeniería social, han fracasado en sus propósitos explícitos y han frustrado, en particular, los cambios revolucionarios. A partir de las lecciones de los últimos cien años, una corriente cada vez más vigorosa pone énfasis en otros aspectos:

  • La conducción del cambio y el cambio mismo han de estar en manos de la propia gente, no de una vanguardia, un grupo iluminado, un gran líder. Quizás la frase más radical de los zapatistas, muy poco entendida, es la que sostuvo: Somos gente común, hombres y mujeres ordinarios, y por tanto, rebeldes, insumisos, soñadores…
  • Las estructuras del estado-nación han sido paulatinamente desmanteladas. Funcionó desde su concepción como el espacio apropiado para la administración de la sociedad capitalista. En la actualidad, se ha convertido en obstáculo para la expansión del capital, aunque todavía cumple funciones de dominación y control. Su función principal, administrar la economía, no puede ya cumplirse, porque todas las economías se han transnacionalizado. Conquistar el Estado es cada vez más apoderarse de un cascarón policíaco.
  • Es cada vez más necesario recuperar sentido de la proporción, para pensar y actuar a la escala de los mortales ordinarios que todos somos. El hombre industrial fracasó en su pretensión de ser dios. Debemos abandonar la obsesión de pensar, individualmente o en grupo, como si fuéramos capaces de concebir todo desde arriba.
  • Reconocer la naturaleza del poder moderno. Es preciso dejar atrás la idea de que es algo, una cosa, que algunos tienen –allá arriba- y otros no, por lo que podría “empoderarse a la gente”, como dice el Banco Mundial. El poder es una relación social y como tal debe ser tratado.

Decía Foucault que para algunos basta cambiar la ideología y la orientación de las instituciones y que otros se concentran en reformar las instituciones, sin cambiar la ideología. Lo que hace falta, señalaba, es una conmoción simultánea de ideologías e instituciones. Sin leer a Foucault, en eso parece estar pensando un creciente número de personas. De eso se trata hoy. El Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad nace con ese aliento transformador. Con sentido de urgencia, desde la propia gente, a su escala, impulsa los cambios que hacen falta ante la emergencia nacional, tanto cambios en las instituciones como en la ideología. No se concibe a la manera de ingenieros sociales, que conducen a las masas a lo que concibieron para ellas, sino a la inversa: se entrega sin reservas a la creatividad de los hombres y mujeres concretos, que son, a final de cuentas, quienes hacen las revoluciones y crean nuevos mundos.

La función del diálogo

Se discute aún si Javier Sicilia se equivocó o no al concertar el diálogo con Calderón; si habría o no traicionado a quienes se opusieron a él; si no habría condenado al Movimiento al fracaso y extinción.

Se trata de una discusión legítima, aunque carece de la importancia que se le atribuye. Sicilia buscó el diálogo y acudió a él con plena conciencia de lo que significa. Conoce bien los fracasos de los diálogos, el de San Andrés en primerísimo término, y el de todos los que se han  realizado en torno a la guerra de Calderón, particularmente en relación con Ciudad Juárez. No ha dejado de denunciar esos resultados. Con todas sus reservas y dudas, apostó por él como práctica de la democracia y como forma de apelar a la moral del otro, del violento, del opresor, del criminal. Está convencido de que, “a menos que el corazón se haya oscurecido a grados demoniacos, un hombre puede escuchar el latido humano de su corazón”.

En todo caso, hay ciertas cuestiones que el Movimiento debe abordar con el gobierno federal:

  • Regreso del ejército a sus cuarteles. Es una exigencia central, con amplísimo consenso, pero con matices importantes. En algunos casos, como se le dijo a la caravana a Ciudad Juárez, la gente desea una transición organizada: consideran que la retirada repentina del ejército puede ser desastrosa. En otros casos, como el muy conocido de Cherán, comunidades organizadas consideran que pueden hacerse cargo de su propia seguridad, por lo que no quieren entre ellos al ejército o la policía, pero al mismo tiempo saben que no tienen capacidad de enfrentar a quienes destruyen sus bosques y están fuertemente armados, para lo cual quieren el apoyo del ejército. Para conciliar los puntos de vista de todos estos grupos con los de quienes exigen el retiro inmediato del ejército y la policía, por su continua violación de la ley y los derechos humanos y por su criminalización de los movimientos sociales, podría intentarse un planteamiento que en el momento actual puede parecer fantasioso pero marca el camino a seguir: que el Movimiento exija que el ejército y la policía estén al servicio de la gente organizada, como señala la Constitución y la ley, no de un comandante en jefe ilegítimo e incompetente. Esto significa que en cada lugar, como en Cherán, los cuerpos de ejército deberían quedar subordinados a la voluntad de los ciudadanos, que en cualquier momento podrían pedir su retiro.
  • Indemnización a las víctimas. Numerosas familias de los muertos y los desaparecidos y casi todos los desplazados se encuentran en situación difícil. Una y otra vez han solicitado al Movimiento que se gestionen apoyos económicos para ellos, porque a su dolor, al trastorno emocional que padecen, se agregan muy serias dificultades económicas. El diálogo ha empezado a activar el fondo para víctimas que se había creado y ahora se plantea no sólo hacerlo funcionar con eficacia sino gestionar disposiciones legales que aseguren el derecho a indemnizaciones.
  • Banco de ADN. Una demanda repetida de los familiares de personas desaparecidas es la recuperación de los cuerpos. El asunto se le ha presentado al Movimiento en términos a menudo desesperados. Además de activar la búsqueda de quienes desaparecieron, que las autoridades abandonaron ya en muchos casos, se ha planteado ahora que se instale de inmediato un banco en que se concentre la información del ADN de las familias, para poder compararlo con el de los cuerpos que se van encontrando, en muchos casos en condiciones de grave descomposición.
  • Seguimiento policiaco y legal. El Movimiento exige que, de la misma manera que las autoridades pudieron proceder con eficacia en el caso del hijo de Javier Sicilia y sus amigos, realicen acciones semejantes en todos los demás casos, y en particular en aquellos cuya información puntual se les ha entregado.

Hay otra serie de asuntos, de diversa importancia, que el Movimiento puede plantear y negociar con autoridades de los diversos niveles de gobierno. Pero resulta cada vez más claro que el propósito central del diálogo mismo es generar un hecho político que puede anticiparse con claridad y consiste en demostrar públicamente, ante todos los ciudadanos, dos realidades básicas:

  • Que el gobierno no quiere actuar, que carece de voluntad política para hacer lo que se requiere; y
  • Que el gobierno no puede, aunque quisiera, realizar lo que hace falta. Un examen riguroso de la emergencia nacional puede hacer evidente esa incapacidad. En cada una de las esferas de la vida cotidiana que se encuentran en crisis puede observarse que el gobierno resulta enteramente incapaz de hacerle frente. En la cuestión fundamental de la regeneración del tejido social es muy poco lo que podrían hacer los aparatos de estado. En muchos casos, las autoridades son incompetentes incluso para esclarecer los hechos. Si en cualquier barrio desaparece de pronto una familia conocida, dueña de una tienda de barrio, y hay ciertas evidencias de que no huyó (como el abandono de perros que la familia en cuestión adoraba), y la desaparición parece asociarse a la resistencia a la extorsión o a la incapacidad de satisfacerla, es poco lo que puede hacer la policía. Lo demuestra la experiencia en todas partes del mundo. Situaciones de esa índole, que se hacen cada vez más generales, sólo pueden enfrentarse desde abajo, cuando la propia organización social monta las indagaciones y protecciones pertinentes.

Crear ese hecho político, hacer evidente que el gobierno no puede ni quiere hacer frente a la emergencia nacional, es indispensable para profundizar el despertar, es decir, para que la mayor parte de la gente tenga clara conciencia de esta situación y se anime entonces a nutrir la movilización que es indispensable.

Rasgos y tendencias del Movimiento

 Es posible ya apuntar algunos rasgos que parecen caracterizar el Movimiento, por lo observado hasta ahora y en general como tendencia.

  • Es realmente movimiento, no simple movilización. No se trata de comportamientos masivos de gente movida por un líder carismático, un partido, un sindicato, un gobierno, una ideología. Se trata de un movimiento que parte de iniciativas autónomas de la gente –desde personas aisladas que se suman a una acción, hasta iniciativas complejas que toma un grupo organizado. Existe una voz que convoca: la de Javier Sicilia. Existen también personas y organizaciones, alrededor suyo, que se ocupan de tareas concretas de la convocatoria (por ejemplo organizar la caravana) o toman sus propias iniciativas, con acuerdo del grupo (por ejemplo preparar aspectos del diálogo, negociar con algunas autoridades, etcétera) Pero quienes participan en el Movimiento lo están haciendo por decisión propia, sin sujetarse a líderes o instrucciones. Esto produce incoherencia y dispersión y multiplicidad de las iniciativas, algunas de las cuales pueden ser contradictorias entre sí. El Movimiento puede hacer demostraciones puntuales de fuerza, como en la manifestación del 8 de mayo en el zócalo. Puede reunir periódicamente los diversos impulsos para concertarlos y darles cauce y mutuo apoyo. En general, empero, por la medida en que existe en la forma de auténtico movimiento, seguirá manifestándose en forma dispersa, con acciones e iniciativas que muestran convergencia pero no homogeneidad, control centralizado, líderes.
  • Se caracteriza por la apertura.Es un Movimiento que se plantea sin un perfil claro, excluyente o sectario. Nace abierto a:
    • Quienes estamos hasta la madre de lo que está ocurriendo, una condición que abarca ya a casi todos los mexicanos;
    • Quienes no creen que podemos seguir esperando a que pase la tormenta y los problemas se arreglen solos, o sea, aquellos que perciben de alguna manera que se trata de una emergencia nacional que exige una respuesta colectiva urgente;
    • Quienes no creen ya que la respuesta necesaria vendrá de arriba, de las autoridades; y
    • Quienes buscan, aunque sea de manera vaga e incierta, la creación de otra sociedad, o sea, quienes están convencidos de que las condiciones de la que tenemos, de su régimen económico y político, son inaceptables y se están cayendo a pedazos. Las ideas sobre la nueva sociedad y las críticas de la actual son muy diversas y abarcan un amplio espectro, pero empieza a generalizarse la convicción de que el cambio ha de ser completo.

Esta apertura se dirige a brazos y corazones, como ha subrayado Sicilia, no a ideologías determinadas. En este sentido, el Movimiento se ha interesado en seducir a la MORENA, el Movimiento por la Regeneración Nacional, impulsado por AMLO. No se trata tanto de éste, que tiene su propia agenda y espera de la gente cuya organización promueve comportamientos específicos en la jornada electoral. Se trata de los millones de personas que confiaron en él, piensan que ganó la elección y que hubiera sido mucho mejor que Calderón (lo que no es, por cierto, muy difícil), y que alimentan la esperanza de que el año próximo puede llegar a la presidencia. No es cosa de plantearles que abandonen esa esperanza, aunque se trate de una mera ilusión, sino de proponerles que unan sus fuerzas a las de otros como ellos a fin de actuar de inmediato, en lo que hace falta, y que al participar en el Movimiento no intenten llevar agua a su molino y con intenciones de reclutamiento.

  • Ha de operar como cobertura articuladora. El Movimiento no ha de operar con un centro de mando y dirección, que homogeneíce y controle. Ha de nutrirse de contenidos locales y regionales, idealmente a partir de comisiones estatales que a su vez sean coberturas articuladoras de movimientos locales. El Movimiento puede aglutinar y concertar iniciativas dispersas que están teniendo lugar en todas partes, dándoles cauce y aumentando su fuerza. De esa manera los “puntos básicos” del Movimiento adquieren concreción. En Oaxaca, por ejemplo, en donde un grupo de trabajo realiza sesiones semanales desde mediados de junio para formar la comisión estatal, se han tomado ya acuerdos para que ésta incluya en la guerra sucia no sólo la de Calderón, sino también los últimos diez años (lo que incluye a Murat y Ulises Ruiz), y para que incorpore también todo lo relativo a la defensa del territorio y a los conflictos agrarios. Como en el Movimiento Nacional, en la comisión tendrán protagonismo destacado quienes representan a las víctimas de la violencia, pero la definición de ésta y sus alcances tomará alcances distintos y se planteará acciones diferentes.
  • Se orienta explícitamente a la acumulación de fuerzas. El Movimiento ha estado ganando la calle, aunque no se queda en ella. Sus movilizaciones se orientan claramente a presionar a las autoridades, pero son también, cada vez, para reflexionar sobre lo que ocurre y discutir ampliamente las iniciativas. Ha empezado a ocupar espacios públicos para realizar en ellos asambleas regulares, abiertas a toda suerte de eventos y participaciones. En algunos casos son ocupaciones puntuales, que refuerzan al Movimiento – como la presencia de 25 mil zapatistas en San Cristóbal el 7 de mayo. En otros casos son presiones estables, como en plantones que se establecen por tiempo indefinido con exigencias específicas. Tendencialmente, cuando la acumulación de fuerzas fuese suficiente, el Movimiento podrá plantearse acciones de desobediencia civil de alcance, extensión y profundidad suficientes como para obligar al gobierno a hacer lo que se requiere y en su caso, finalmente, sustituirlo por una Junta de Buen Gobierno que permita conducir la transición a otro régimen económico y político.
  • Se ocupa de la democracia real. Como en otras partes del mundo, el Movimiento no se define por una propuesta sobre un régimen político alternativo, sino por un rechazo a la democracia representativa y por la necesidad de empezar a practicar, desde las formas de lucha, de inmediato, formas de organización política que reciben distintos nombres: democracia real (España), democracia directa (Grecia), democracia radical, asamblearia o de base (en México y otras partes).

Obstáculos y perspectiva

El Movimiento enfrenta inmensos obstáculos. El miedo paraliza aún a muchas personas, pues la guerra sigue intensificándose. Los medios, que fueron al principio una amplísima caja de resonancia, cumplen cada vez más su función distorsionadora. Los “líderes de opinión”, particularmente en la izquierda, contribuyen a menudo a la confusión con interpretaciones sesgadas, parciales y dogmáticas, que aprovechan los errores reales o inventados del Movimiento para descalificarlo. Su naturaleza misma dificulta la concertación y el pequeño círculo de personas y organizaciones en torno a Javier Sicilia empieza a sufrir desgaste y divisiones. No logran aún cristalizar los empeños de aglutinar las iniciativas existentes y la movilización espontánea en comisiones regionales o estatales que empiecen a nutrir al Movimiento desde abajo.

 El año electoral constituye un obstáculo mayor. Absorbe la atención general y todo género de actores políticos concentran su empeño en el proceso electoral, por lo que unas veces frenan o impiden iniciativas que no guardan relación con él y otras veces se esfuerzan en cooptarlas. Esto se observa muy claramente en las filas de la izquierda, empeñada de nuevo en la ilusión de conquistar el Estado por la vía electoral.

Empieza a generalizarse la impresión, sin embargo, de que en 2012 no se tendrían solamente las elecciones de la ignominia, como las ha calificado Javier Sicilia, sino que surgirían condiciones que harían imposible elecciones democráticas. La guerra civil y el control delincuencial de la realidad social, que en muchos puntos de la geografía nacional hace ya imposible una vida cotidiana normal, ya no digamos una elección, está ampliándose e intensificándose. Es posible que su extensión a todo el territorio constituya la perspectiva más realista. Va tomando forma la hipótesis de que el gobierno no tiene real interés en detenerla. Al contrario. Como se dice en Honduras, tiene miedo de que la gente está perdiendo el miedo. De la misma manera que en localidades específicas la gente prefiere abiertamente el control oprobioso del ejército al de los delincuentes, el gobierno podría estar esperando que ese sentimiento se hiciera general para dar base social a la decisión de consolidar legalmente el estado de excepción no declarado en que ahora vivimos y establecer así un régimen autoritario capaz de contener la insurrección en curso.

El peligro es real. Vivimos un momento excepcional, al borde del despeñadero. En parte por ello representa también una gran oportunidad. Javier Sicilia ha citado también a otro poeta católico, Bernanós, para quien la esperanza empieza cuando hemos aprendido a desesperar de todo. La esperanza, subraya, nace de la reserva moral de la gente que está haciéndose presente en todo el país. Surge así una coyuntura claramente revolucionaria.

En su intervención en el Festival de la Digna Rabia organizado por los zapatistas, Javier Sicilia señaló:

Las crisis que vivimos –graves turbulencias económicas, guerras entre el gobierno y el crimen organizado, inoperancia de los partidos y de las instituciones del Estado, movilizaciones sociales crecientes, aumento del despojo, de la miseria, de las fuerzas represivas y de la criminalización de las protestas, destrucción cada vez más acendrada del campo y del medioambiente, traiciones a las conquistas laborales que nacieron de 1910, etcétera- nos colocan en estado de revolución, es decir, en la necesidad de un cambio profundo.

Javier subrayó que era una revolución de naturaleza distinta a las que conocemos y recordamos, porque la idea misma de revolución que viene del pasado se ha vuelto inviable. Además, subrayó, la revolución que necesitamos no es la misma a la que nos acostumbramos desde 1789, que se ha expresado con muchos rostros y finalmente ha terminado por administrar de distintas maneras la misma instrumentalidad opresora. La nueva revolución, para Sicilia, que sigue estando en la entraña del zapatismo, apenas ha sido entendida. Y éste es el desafío actual: un desafío a la comprensión y a la imaginación, a partir del reconocimiento explícito de que el cambio vendrá de abajo, de la propia gente, porque así, como decía Howard Zinn, es como los verdaderos cambios se producen. Esa revolución es un arte y exige reconocer en la gente, en los hombres y mujeres ordinarios, a los artistas capaces de darle forma y fondo a la creación nueva.

                                               San Pablo Etla, julio de 2011.

Publicado el 01 de Agosto de 2011

 

 

 

 

Este material periodístico es de libre acceso y reproducción. No está financiado por Nestlé ni por Monsanto. Desinformémonos no depende de ellas ni de otras como ellas, pero si de ti. Apoya el periodismo independiente. Es tuyo.

Otras noticias de  Num. Anterior   Geografía   los nuestros   méxico  

Dejar una Respuesta