Una guerra fría diferente

Mark Leonard

LA TENDENCIA A LA FRAGMENTACIÓN GEOPOLÍTICA DE CARA A LAS PRÓXIMAS DÉCADAS

Al contrario de lo que pueda parecer a simple vista, la guerra fría del siglo XXI no se basará en la vieja lógica de la polarización, sino en una nueva lógica de fragmentación. A juzgar por la reciente expansión del BRICS, no faltarán países que encuentren atractiva esa nueva lógica.

Hace poco el presidente estadounidense, Joe Biden, llevó a Camp David a los líderes de Japón y Corea del Sur, aliados de su país, para conversar sobre la manera de contener a China y limitar la influencia rusa (por ejemplo, en la región africana del Sahel, que recientemente experimentó una seguidilla de golpes de Estado). Mientras tanto, los líderes de los países del grupo BRICS –Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica– se reunieron en agosto en Johannesburgo para criticar el dominio occidental de las instituciones internacionales establecidas después de la Segunda Guerra Mundial. Fue suficiente para que los historiadores de la Guerra Fría experimentaran un déjà vu.

Hoy el principal adversario de Occidente es China, no la Unión Soviética, y el BRICS no es el Pacto de Varsovia, pero ahora que el mundo está entrando en un período de incertidumbre después de la caída del orden posterior a la Guerra Fría, hay suficientes paralelismos como para convencer a muchos de regresar a modelos conceptuales previos a 1989 para prever qué ocurrirá (entre ellos, Estados Unidos y China, aunque apuestan a modelos diferentes).

Entre el final de la Segunda Guerra Mundial y la caída del muro de Berlín las dos fuerzas principales que definieron el orden internacional fueron el conflicto ideológico, que dividió al mundo en dos bandos, y la búsqueda de independencia, que llevó a la proliferación de Estados: de 50 en 1945 a más de 150 entre 1989 y 1991. Aunque ambas fuerzas interactuaron, primó el conflicto ideológico: las luchas por la independencia a menudo se convirtieron en guerras subsidiarias y los países se vieron obligados a unirse a uno de los bloques o a definir su situación como «no alineados».

Estados Unidos parece creer que una dinámica similar será dominante esta vez: enfrentado a su primer competidor a la par desde la caída de la Unión Soviética, ha buscado unir a sus aliados tras una estrategia de «desacoplamiento» y «reducción de riesgos» (básicamente, una versión económica de la política de contención de la Guerra Fría).

Mientras es posible que Estados Unidos espere una nueva guerra fría, que responderá principalmente a la polarización ideológica, China parece apostar a la fragmentación mundial. Es cierto que China ha tratado de ofrecer a los países no occidentales una alternativa a las instituciones dominadas por Occidente del tipo del G7 y el Fondo Monetario Internacional, pero a los ojos de Pekín existe una incompatibilidad fundamental entre la lucha por la soberanía y la independencia y la creación de bloques al estilo de la Guerra Fría.

En lugar de esos megabloques, China espera un mundo multipolar. Aunque no puede ganar una batalla contra un bloque liderado por Estados Unidos, el presidente Xi Jinping parece convencido de que puede ocupar su lugar de gran potencia en un orden mundial fragmentado.

Ni siquiera los aliados más cercanos a Estados Unidos son inmunes a la tendencia a la fragmentación, a pesar de todos los esfuerzos de los líderes estadounidenses. Pensemos en la reciente cumbre de Camp David citada al comienzo. Aunque algunos medios rápidamente presagiaron una «nueva guerra fría», hubo varias divergencias en los intereses de los participantes.

El foco principal de Corea del Sur sigue siendo ella misma, y los acuerdos para compartir inteligencia y consultas nucleares anunciados después de la cumbre estaban tan orientados a mostrar su decisión de contrarrestar a China como a oponerse al régimen del dictador norcoreano Kim Jong-un. Por su parte, Japón ansía evitar una escalada estratégica por Taiwán (que amenazaría su modelo económico, que depende significativamente del comercio con China e incluye tecnologías relacionadas con los semiconductores). Y ni Corea del Sur ni Japón están contentos con la estrategia de reducción de riesgos estadounidense.

En cuanto a la situación del Sahel, tiene todos los componentes de un clásico impasse subsidiario de la Guerra Fría. Como Burkina Faso, Guinea y Mali sucumbieron a golpes militares, Estados Unidos y Francia pasaron a depender del gobierno nigerino como último bastión de apoyo a Occidente en la región. Comandado por el fallecido Yevgueni Prigozhin, el ejército mercenario ruso del Grupo Wagner ganó una influencia significativa sobre el gobierno de Mali y prácticamente se apropió de esa república centroafricana. Lo último que desean Estados Unidos y Francia es que Wagner gane más espacio en la región.

Pero ahora que también el gobierno nigerino fue expulsado por los militares, las respuestas estadounidense y francesa fueron muy diferentes y permitieron a los nuevos gobernantes del país quedarse con lo mejor de dos mundos: la junta militar solicitó asistencia a Wagner para conjurar la amenaza de la intervención, pero parece, al menos por ahora, dispuesta a permitir que Estados Unidos mantenga bases de drones en el país.

Tal vez mayor sorpresa haya sido el anuncio del BRICS a fines de agosto de que seis países –Argentina, Egipto, Etiopía, Irán, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos– se convertirán en miembros de pleno derecho a principios del año que viene. Más allá de las editorializaciones previas a la cumbre, China no se hace ilusiones de que países como Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos se unan como parte de un bloque antioccidental de buena fe; las metas chinas son más sutiles.

Cuando los países se unen al BRICS, aumenta su libertad de acción, por ejemplo, porque el bloque les ofrece mayor acceso a fuentes alternativas de financiamiento o incluso, eventualmente, una alternativa genuina al dólar estadounidense para el comercio, las inversiones y las reservas. Un mundo en el que los países no dependen de Occidente sino que pueden explorar otras opciones es mucho mejor para los intereses chinos de lo que jamás podría serlo una alianza más estrecha y leal con China.

La imagen que emerge es la de un mundo en el que las superpotencias carecen de suficiente peso económico, militar o ideológico para obligar al resto del mundo –especialmente a las «potencias intermedias», cada vez más seguras de sí mismas– a tomar partido. Desde Corea del Sur y Níger hasta los nuevos miembros del BRICS, los países pueden permitirse avanzar con sus propias metas e intereses en vez de jurar fidelidad a las superpotencias.

Al contrario de lo que las apariencias pueden indicar a muchos, principalmente en Estados Unidos, la nueva guerra fría no parece estar basada en la antigua lógica de la polarización, sino en una nueva, de fragmentación. A juzgar por el crecimiento del BRICS, no parece que falten países a los que esa nueva lógica les resulta atractiva.

Publicado originalmente en Brecha

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