Foto: Nicolás Pousthomis
El trigo transgénico de las empresas Bioceres-Florimond Desprez dio un paso más para cultivarse en Estados Unidos. Aunque no se conocen investigaciones de inocuidad para la salud, en Argentina ya se consume la cuestionada harina. El relato del agronegocio, la violación de derechos y los argumentos que confirman lo escandaloso de experimentar con la población.
El Departamento de Agricultura de Estados Unidos aprobó el cultivo de trigo transgénico. Es un paso más en la confirmación de cómo un muy pequeño grupo de poderosos decide el alimento, la salud y el padecer de amplios sectores de la población. El primer trigo transgénico del mundo, de la argentina Bioceres y la multinacional Florimond Desprez (Francia), va asociado al peligroso agrotóxico glufosinato de amonio. Repaso de las mentiras y vulneración de derechos del Organismo Genéticamente Modificado (OGM).
El trigo transgénico HB4 es un paso inédito en el avance del agronegocio sobre los derechos de las poblaciones. El pan, ese alimento tan milenario como central de los pueblos, es transformado en un producto con riesgos para la salud.
Los medios socios del agronegocio dieron la noticia proveniente de Estados Unidos. Hasta la definieron como un «hito» del agro nacional. Recién 24 horas después, la empresa Bioceres emitió su posición en la red digital X (ex Twitter): «El cultivo de Trigo HB4 llegó a EE.UU. La tecnología HB4 es la única del mundo con tolerancia a la sequía, y esta nueva aprobación demuestra que la ciencia argentina sigue marcando el camino para encontrar soluciones a los grandes desafíos globales».
Sin embargo, Infobae, en base a información de la agencia internacional Reuters, señala: «Según el grupo industrial US Wheat Associates, antes de comercializar en Estados Unidos el trigo HB4 modificado para tolerar la sequía, todavía se necesitan medidas adicionales, incluidas pruebas de campo. ‘Bioceres tardará años en completar las medidas adicionales’, afirmó la entidad.»
El primer trigo transgénico del mundo se trata de un gran paso para el agronegocio y un retroceso para la población mundial. Por ahora, «sólo» la población de Argentina es el conejillo de laboratorio con el que se experimenta la harina transgénica (consumida en sus derivados como pan, facturas, fideos y tapas de empanadas, entre otros alimentos con harina). El avance de casilleros en Estados Unidos es una señal de alarma para otros países y mercados donde se exporta el cereal.
Existen múltiples aspectos para rechazar (o al menos cuestionar) el transgénico.
- No hay pruebas públicas que den cuenta de su inocuidad en la salud de la población y en el ambiente.
- Los supuestos «estudios» de la empresa Bioceres-Florimond Desprez son confidenciales. Ningún científico independiente, ni la población, puede acceder a esos escritos.
- Aunque se publicita como «resistente a la sequía», no existen pruebas públicas para afirmar eso. Al mismo tiempo, es cínico que el mismo modelo (el agronegocio) que es protagonista de la crisis climática ahora se ofrezca como parte de la supuesta solución al desastre que produjeron.
- Los trabajos oficiales disponibles muestran que es menos productivo que el trigo convencional.
- La Comisión Nacional de Biotecnología (Conabia), espacio central para la aprobación en Argentina, está totalmente dominada por las mismas empresas que venden los transgénicos. Tan insólito como escandaloso: los mismos que presentan los pedidos de autorización son los que votan a favor de autorizarlos.
- El Estado argentino no hace estudios propios e independientes para la aprobación de los transgénicos. Y, esos «estudios» de las empresas son «confidenciales», secretos.
- Más de 1.000 científicos del Conicet y de 30 universidades públicas denunciaron los riesgos del trigo (y la harina) transgénica.
- El caso de la académica Raquel Chan, la Universidad Nacional del Litoral (UNL) y el Conicet es emblemático de la ciencia adicta al servicio del sector económico y con consecuencias negativas hacia los sectores populares del país (más agrotóxicos, más desmontes, más presión sobre las tierras campesinas e indígenas, entre otros).
- «Es una patente nacional», celebran los periodistas acríticos de Argentina. Ni Bioceres, ni Raquel Chan, ni el Conicet, ni la UNL han explicado cómo redituaría, en caso de hacerlo, esa patente en las instituciones públicas de Argentina.
- Que un país autorice el cultivo de un transgénico es muy lejano a que esa semilla sea adquirida (y mucho menos popularizada) por los productores, consumidores y exportadores de ese país. De hecho, en Argentina es rechazado por las cámaras exportadoras.
- En Argentina se puede elegir presidente y legisladores pero no se permite elegir el consumo de alimentos sin transgénicos. En el país no existe etiquetado de productos con OGM. Por lo cual, por una decisión tomada por una decena de personas (de la ciencia y la política), toda la población podría estar ingiriendo panificados transgénicos sin poder elegirlo.
De socios, cómplices y pueblos
El avance de los transgénicos en Argentina se inició con Carlos Menem y fue política de Estado con todos los siguientes gobiernos. En el caso del trigo, como un hecho llamativo, Mauricio Macri no avanzó en la aprobación del HB4. Fue el gobierno peronista de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner quién, vía Julián Domínguez al frente del Ministerio de Agricultura, quien dio la luz verde final (mayo de 2022).
Curiosidades: el diario La Nación difundió en febrero pasado que la ex presidenta es accionista de Bioceres. La misma empresa que tienen entre sus fundadores a Gustavo Grobocopatel («el rey de la soja») y como accionista al multimillonario Hugo Sigman, quien fue presentado en la pandemia como cuasi un benefactor productor de vacunas e hizo grandes negocios con la vacuna de Covid. Al mismo tiempo, es impulsor del extractivismo (agronegocio y forestal).
Entre los movimientos campesinos, agricultores familiares, pueblos indígenas, productores agroecológicos y organizaciones socioambientales no hay dudas: no necesitan ni quieren el trigo transgénico. La campaña «Con nuestro pan no» es muy ilustrativa: «El trigo transgénico no está pensado para resolver el problema del hambre sino para favorecer las exportaciones del sector agroindustrial. Ya lo vivimos con la soja transgénica. ¿Qué cambió y en qué benefició al tejido social argentino?».
Por su parte, organizaciones de América Latina, África y Asia denunciaron los efectos nocivos del trigo transgénico. En un detallado documento de 14 páginas, movimientos sociales, campesinos y pueblos indígenas solicitaron la intervención de relatores especiales de Naciones Unidas (ONU) por los riesgos para la alimentación, la salud y el ambiente que implica el transgénico de la empresa Bioceres. Confirmaron que no existen estudios independientes que confirmen su inocuidad, denunciaron al peligroso herbicida glufosinato de amonio e, incluso, afirmaron que es menos productivo que el trigo convencional.
«No al trigo transgénico. Alianza mundial busca la intervención de la ONU contra el cultivo de trigo transgénico HB4», es el título del comunicado de la organización internacional Grain que da cuenta de la insólita —e irregular— forma de aprobación del transgénico en Argentina, Brasil y Paraguay: en base a supuestos estudios de la propia empresa que lo comercializa y con documentación que es confidencial.
Al mismo tiempo, existen numerosos ejemplos del cultivo de trigo agroecológico, sin transgénicos ni agrotóxicos, con muy buenos rindes y rentabilidad.
La historia de la agricultura tiene más de 10.000 años. El modelo de agronegocio, hijo de la llamada «revolución verde» (mediados del siglo XX), sólo tiene setenta años, un instante en la historia de la producción de alimentos. Tiempo suficiente para demostrar que se trata de espejos de colores que los pueblos de América Latina ya no aceptan.
Publicado originalmente en Agencia Tierra Viva