Suljaa’: Tejiendo el río

Edith Herrera

Fotos: Óscar Rodríguez Vallotton | Ver fotoreportaje completo

Suljaa’, Guerrero. Para el pueblo nn’anncue ñomndaa, el territorio está intrínsecamente vinculado a una de sus formas: el agua. Ñomndaa significa “palabra del agua” y nn’anncue ñomndaa se refiere a la persona, a la gente que habla la palabra del agua. Para este pueblo ancestral el agua forma parte de su raíz, y guarda una relación estrecha con este ser natural. Por eso, los arroyos, ríos y cerros donde nace el agua, y la vida que albergan, son paisajes del territorio que se representan en los telares multicolores de las mujeres nn’anncue ñomndaa, es decir, de las mujeres de la palabra del agua.

Maricela, mujer tejedora de la comunidad de Santiago, cuenta que su mamá la enseñó a tejer. Para ella, dice en la entrevista realizada atrás de su casa, rodeada de frutales, menciona que “tejer en el telar es como escribir lo que hay en montaña o en el mar. Hay muchas flores, hay animales como cangrejos, cucarachas de agua, y algunas ya bordan venados, perros, conejos, alacranes, flor de cempasúchitl”. Cada vez que inician un nuevo telar, explica Maricela, escriben una nueva página del libro de su vida.

Entre ellas, cuenta Rudiceli, joven de la comunidad, las tejedoras se preguntan “¿Ljeii?”, que significa “¿qué vas a escribir en tu telar? En nuestra lengua Ñomdaa existen formas propias de nombrar las herramientas que componen el telar de cintura. Las figuras que se tejen, por ejemplo las nombramos Ljeii, que significa escritura o letras. Entonces, cuando estás tejiendo alguna figura, estás escribiendo en tu telar de cintura las montañas, las flores, los animales, la milpa…”. Ella heredó de su madre el conocimiento textil, quien a su vez lo aprendió de su abuela.

Las mujeres nn’anncue ñomndaa, continúa Rudiceli, mantienen el resguardo de aprender/enseñar para poder continuar con la herencia cultural, que a la vez, dice, representa la resistencia de la memoria, de la sabiduría del telar.

Mujeres de la palabra del agua tejiendo el territorio

Suljaa’ es un territorio milenario, y en ñomndaa, significa “llanura de flores”. Este municipio está asentado en las faldas de las montañas y cerros que marcan el límite territorial entre la costa y el principio de la montaña. Y constituye el espacio físico, geográfico, espiritual y simbólico que habita el pueblo nn’anncue ñomndaa.

La principal actividad que realizan las mujeres nn’anncue es la elaboración de textiles en telar de cintura. Tejer representa una posibilidad y sustento de la vida familiar. En esta región, las mujeres tejen la vida cotidiana. Tejer ha sido, desde sus ancestras, una manera de retratar el territorio que habitan.

Un grupo de tejedoras conversan con Desinformémonos en un patio con olor a tierra húmeda, donde el canto de los pájaros sobre los árboles de cacao anuncia la lluvia de temporal. En este patio familiar, se reúnen y explican que tejen, por ejemplo, la flora con la que conviven. Con sus manos bordan, o transcriben, la flor de piña, flor silvestre, flor de cacaloxóchitl, flor de guanábana, flor de calabaza, flor de ajo, por mencionar algunas. Y también plasman sobre el telar la fauna que habita en los arroyos y sus alrededores, como los cangrejos, caballitos de mar, conejos, luciérnagas, tarántulas, arañas, alacranes, venados, mariposas, águilas de dos cabezas. Los textiles ñomndaa están también llenos de montañas, ríos y cerros de los alrededores.

Aquí todo tiene un significado. Por ejemplo, las partes que componen el telar se buscan en el monte. Anteriormente quienes se encargaban de buscarlas y darles forma eran los hombres, pero actualmente las mujeres van en su búsqueda dentro del territorio. Ellas explican que las herramientas y elementos que servirán para su telar de cintura “se deben buscar en el pueblo”, desde los palos que servirán para fijar el telar hasta los que ayudarán a apretar los hilos, y los alzadores que expresan la técnica de las tejedoras.

Rudiceli advierte que entre ellas “hay una conciencia de dónde viene todo (su arte), que no es de una persona, es del pueblo, es de los abuelos y abuelas que ya no viven pero que lo fueron transmitiendo. Las abuelas explican que los significados de los textiles son las flores, el maíz, la milpa, los animales. Entonces entiendes que de lo que están hablando es del territorio, de donde una vive, y está plasmado y tejido en el telar, y eso es algo que está resguardado por las mujeres principalmente, pues ellas son las que aprenden, enseñan y continúan con ese conocimiento”.

Lo que simboliza, dice Rudiceli, está ligado no sólo al territorio, sino también a la memoria. “Representa la memoria de las abuelas y abuelos que heredaron a sus hijas e hijos esta sabiduría. Sin el tejido, la relación con el territorio sería diferente. Sin este trabajo, el pueblo cambiaría”, remata la mujer ñomndaa.

Entre el coyotaje y el menosprecio a su trabajo. Una forma de racismo

Son las cinco de la mañana, y aunque todavía no termina de amanecer en las calles de Suljaa’, se alista el tianguis de textiles, que se organiza desde hace varios años en una esquina conocida como Neto. Aquí se concentran cientos de artesanas niñas, adolescentes, mujeres jóvenes, adultas y abuelas, que se dan cita cada domingo en la plaza para ofrecer sus creaciones. Huipiles multicolores llenan la calle, algunos con tejidos tradicionales y otros con innovaciones de corte juvenil, con deshilado. Hay también piezas con tintes naturales, camisas, rebozos, servilletas de todos los tamaños, brocados y colores. Las mujeres cargan sus morrales llenos de su arte, o los pasean sobre sus hombros para que los compradores puedan ver el trabajo.

Frente al mundo cultural y colorido que se presenta, no faltan las compradoras que si no les gusta el precio del textil, se les avientan y las amedrentan diciéndoles “es muy caro, la otra artesana vende lo mismo más barato”, o frases como “el tuyo no está bien hecho”. Las mujeres de Suljaa’ lamentan la situación. Las compradoras de afuera, dicen, ni siquiera conocen el trabajo, lo que les importa es obtener el precio más barato, y su principal objetivo es revender los textiles al triple o cuádruple en los mercados de las ciudades de la región o enviarlos al extranjero. Las personas revendedoras llegan desde Ometepec, Marquelia, San Luis Acatlán, Chilpancingo, Taxco, Cuernavaca, Ciudad de México, y hasta de otros países.

Vender una pieza el día de plaza representa un ingreso “seguro” para la economía familiar. Las tejedoras explican que no tienen muchas opciones para distribuir sus textiles, por lo que se sienten presionadas y terminan aceptando precios injustos, muy debajo de su valor real. “Vendemos porque tenemos necesidad” y “es el único lugar donde lo compran”, lamentan.

Entrevistada esa misma mañana, al finalizar el tianguis, Eduarda explica el juego racista de los revendedores “que llegan aquí a comprar varias blusas y luego salen a vender más caro, porque las compañeras no salen a otros lados. Los revendedores dicen a las compañeras que si quieren vender más caro vayan a otro lado, a ver si pueden”.

Ante este escenario, en los últimos años las mujeres ñomndaa se han organizado para buscar espacios fuera de su comunidad para vender sus huipiles y demás textiles. Lo que quieren, explican, es un trato justo, digno, que valore todo el trabajo que implica cada pieza. Algunas de ellas se han ido agrupando en colectivos, como la Cooperativa Ljaa’ Tejedoras de Esperanzas, que se organizaron desde el 2008 para buscar alternativas.

Ljaa’ Tejedoras de Esperanzas, espacio de resistencia y organización colectiva

Eduarda Zaragoza es integrante de la cooperativa Ljaa’ Tejedoras de Esperanzas, que decidió conformar una colectiva junto a Maricela, María, Ediltrudis y Erika para “organizarse ante la situación de desigualdad y racismo” que viven al intentar vender sus textiles dentro y fuera de la comunidad. Actualmente del grupo fundador ya sólo quedan Eduarda y Maricela, pero la colectiva creció y cuenta ahora con 30 integrantes.

Una mañana de la última semana de agosto, las integrantes de la Cooperativa Ljaa’ Tejedoras de Esperanzas se reúnen para organizar un pedido de prendas que trasladarán a la Ciudad de México. El día es fresco después de la intensa lluvia de la noche anterior, los colores ocres de la tierra se levantan y los árboles de cacao resaltan en el patio del abuelo y la abuela. Las mujeres van llegando de una en una y se saludan en su lengua materna. Tienen que regresar a sus alejadas comunidades después de la reunión, así que deshilvanan temprano su historia.

Las tejedoras hablan y no dejan de sonreír. Maricela, una de las fundadoras y actual coordinadora, habla de los inicios, cuando se conocieron en alguno de los aniversarios de la Radio Comunitaria Ñomndaa (La palabra del agua), de la que ella formaba parte. Ahí conoció a Eduarda y a otras compañeras con las que años más tarde fundaría la cooperativa.

La Radio Ñomndaa es emblemática en la región y en el mundo de las radios comunitarias del país. Nació en 2004 con la finalidad de comunicar en su propio idioma, fortalecer su cultura y su memoria. Se enfoca en la defensa de los derechos de los pueblos indígenas y en reconstruir la libre determinación como pueblo mn’anncue ñomndaa. Es un medio independiente de los partidos políticos y se sostiene de la organización del pueblo y la participación de la comunidad a través de comités de base.

Algunas de las mujeres tejedoras participaban en el comité de alimentación de la radio. Y ahí, donde se encendían los fogones colectivos cada que se tenía que preparar la comida para la celebración de los aniversarios de la radio, fluyeron las palabras y la necesidad de organizarse como colectivo.

“Empezamos a platicar sobre lo que hacíamos, ahí echando tortillas, ahí platicamos de por qué no hacíamos un grupo donde pudiéramos trabajar. Ustedes son artesanas, les decía, y yo también en eso ando. Así tardamos como dos años. Yo iba al pueblo para invitar a las del comité de la radio y platicamos también con algunas que eran más jóvenes. Hablamos con sus papás de lo que queríamos hacer, y aceptaron. Cada quince días nos reuníamos para platicar de cómo íbamos a trabajar”, recuerda Eduarda. Y empezaron a surgir las palabras cooperativismo, apoyo mutuo y comercio justo.

Las primeras ventas se llevaron a la Ciudad de México, con estudiantes de la UNAM y otros colectivos que llegaron de manera solidaria a la Radio Ñomndaa. Cuentan las fundadoras que ese fue el inicio de un proceso alternativo a contracorriente del capitalismo, pues se trataba de tejer redes con bases comunitarias.

La cooperativa, añade Herminia, ha fortalecido su trabajo a nivel colectivo y familiar. “Antes”, cuenta, “llegaba a vender donde están los revendedores. Allá la gente pone el precio de las prendas, no las tejedoras. Pero ahora ya no bajo porque entré a este grupo. Pienso que es mejor porque lo que tejo se vende al precio que le pongo, y ahora con cada venta me sobra dinero para comprar más materiales. Antes apenas y salía para el gasto de la casa”.

En cada reunión se abordan distintos temas. Hablan entre ellas siempre en su lengua materna, en ese espacio que no es oficina, sino el patio de una casa de abuelas, con el fogón a un lado. El ambiente es familiar, de compañerismo y vinculaciones personales y colectivas, contrastante con la esquina del mercado, donde se respira la desesperación de las tejedoras y el racismo de los de afuera.

La reunión avanza y un grupo de la cooperativa empieza a bordar etiquetas en cada prenda, en las que se especifican los datos de elaboración, técnica utilizada, días de trabajo ocupados, así como algunos datos de la tejedora. Aquí, explican, ellas no son anónimas, y sus textiles llevan su nombre. Es como cuando alguien compra una pintura con la firma del artista, o como cuando alguien escribe con palabras lo que ellas con hilos.

Eduarda explica que “la persona que entra a la cooperativa debe saber que nosotras somos las que tejemos. No compramos prendas para tejer”. Lo principal de la cooperativa, añade, es el “apoyo entre todas. Cuando se enferma alguna de las compañeras o cuando no tiene el dinero para comprar hilos, pide prestado de la cooperativa, y cuando vende su pieza ya pagan. Tenemos un fondo de nosotras, no tenemos por qué pagar intereses. A veces, cuando alguien se enferma, piden 500 pesos para comprar medicamentos, y ya que venda algo, lo paga. ¿Quién más nos puede apoyar, si no nosotras?”.

El agua: un elemento identitario amenazado

Cuentan en Suljaa’ que el pueblo nn’anncue ñomndaa entiende la profundidad de la vida cada vez que sueñan, cada vez que se comunican en el idioma ñomndaa con los espíritus que habitan el territorio. Así lo explica David Valtierra, nacido en esta comunidad, fundador de la radio e historiador comunitario: “Nuestra forma de nombrar al territorio con jurisdicción política, lo que en castellano sería la equivalencia a la palabra municipio, nosotros le decimos ndaatyuaa, que es una palabra compuesta de ndaa – agua y tyuaa – tierra, es decir agua-tierra. Al Estado, como división o territorio político, le decimos ts’ondaa, que literalmente significa la mano del agua”.

Ndaatyua, binomio agua-tierra, es el espacio que tienen para habitar y reproducir la vida en relación con su territorio y la gobernanza basada en normas y principios comunitarios. Pero si se habla de extensiones relacionadas a territorios más amplios, los nombran Ts’ondaaque significa “la mano del agua”, como si fuese una extensión, una mano que abraza, fluye y se extiende, como los afluentes que crecen, recorren y cruzan los montes y llanuras de la gente que habla la palabra del agua. Y que, como dicen las tejedoras de esperanzas, es lo que bordan en sus huipiles.

Actualmente algunas comunidades de Suljaa’ (Xochistlahuaca) tienen nombre de arroyos o manantiales, tales como Arroyo Guacamaya, Cabeza de arroyo limón, Manantial mojarra, Arroyo sangre, Cabeza de arroyo lagarto, Arroyo grande, Arroyo mujer, Arroyo pájaro, Arroyo totole, Cabeza de arroyo caballo, Arroyo yerbasanta, por mencionar algunos. Esto es porque para el pueblo nn’anncue que habla la lengua ñomndaa, la cultura y la forma de pensar e identificar el territorio se vincula estrechamente con el agua.

En el trabajo que realizan hombres y mujeres, y específicamente las mujeres tejedoras, hay una clara representación de los seres del agua y del monte en sus telares. Rudiceli señala que en su idioma y su vida cotidiana “todo lo que hay es nombrado como seres espirituales. Por ejemplo, al referirse al agua, al monte o a la tierra, hay un ser del monte, del agua, de la tierra y de todo lo que es importante. Todo el territorio es nombrado como un ser espiritual, y se refiere a él con respeto, por eso se dice tsan ts’om ndaatioo (Ser corazón del agua), que es una forma de hablarle con respeto, que tiene que ver con una forma de ver el mundo, de vivir como nn’anncue ñomndaa”.

Rudiceli destaca la celebración de petición del agua, que se realiza en varias comunidades. “Si hay unas piedras que tienen formas humanas, eso es lo que representan, piedras del trueno, y a esas piedras se les venera, se les reza, se les ofrenda algún guajolote, la sangre de algún animal, y se le llevan flores y velas. La gente está ahí celebrando, ofrendando para que haya buena lluvia, buena cosecha, y eso está ligado, a este modo de vida”.

Los y las pobladoras de Suljaa’ explican que es precisamente ese fuerte vínculo de su pueblo con el agua lo que los llevó en los últimos años a posicionarse en la defensa de los ríos, arroyos y manantiales. Aquí, explican, la lucha por el territorio se enmarca en la defensa del agua, como un elemento de lucha por la vida como comunidad y como pueblo nn’anncue ñomndaa.

La defensa del agua frente al despojo caciquil

La amenaza latente al ejido de Suljaa’ es el saqueo del agua, elemento esencial para la vida del pueblo. David Valtierra refiere “un despojo histórico por parte de la actual presidenta municipal, Aceadeth Rocha Ramirez, quien pretende construir una nueva red de agua entubada, sin consultar a la asamblea ejidal, ni mucho menos tener el permiso y consentimiento de los ejidatarios, pasando por encima de los derechos colectivos a la tierra y el territorio, la consulta y consentimiento previo, libre e informado, y la libre determinación”.

Recientemente, de acuerdo con Valtierra, se denunció el entubamiento del agua del Arroyo sangre, “a pesar de que los ejidatarios en asamblea habían solicitado detener la obra, y a pesar de que ya existe un amparo”. Existen diversas denuncias hacia la alcaldesa, anteriormente el ejidatario Domingo de Jesús Rosalía, presidente del Consejo de Vigilancia de los Bienes Ejidales, denunció que en la asamblea ejidal realizada en marzo del 2022 el acuerdo fue detener la obra, pero no lo hicieron. Este es sólo uno de los casos que han denunciado los ejidatarios y colectivos en la defensa del agua y del territorio en la región contra la alcaldesa Rocha Ramirez, quien gobierna el municipio por cuarta ocasión.

En entrevista, Valtierra explica que la problemática del agua data del año 2000. Actualmente, dice, “el agua ha sido tomada por los políticos como una vía de cambio, para hacerse de gente y votos para llegar al poder o para mantenerse ahí. Esto genera muchas disputas y ocasiona muchos problemas de tipo comunitario: la gente se divide y dice ‘bueno yo soy de tal partido, entonces no voy a permitir que otras personas tomen de esa red, porque no son de mi partido’. Y así”.

Y añade: “Ahorita los ejidatarios se dividieron porque el comisariado que estaba fue comprado por ella para no interponer ninguna demanda, sólo iba a decir que no era cierto, que no están construyendo nada. Los empleados del ayuntamiento tomaron la casa agraria para no permitir al otro grupo de ejidatarios, que no están de acuerdo con las acciones de la presidenta, que trabajen ahí. Los ejidatarios se organizaron y son mayoría, ya nombraron a nuevos representantes agrarios con las formalidades de convocatoria, y aunque el grupo manipulado por la presidenta impidió el acceso a la casa ejidal para que no se hiciera esa asamblea, aun así la hicieron en otro lado. Ahora esa casa agraria está tomada por los empleados del ayuntamiento en unión con cinco o seis ejidatarios incluyendo a los que eran representantes agrarios que fueron destituidos. Esa es la problemática que se da aquí con el agua del ejido codiciada por los políticos”.

Para la población es “alarmante la situación de división comunitaria que ha provocado la cacique” al instaurar “un ambiente hostil, de intimidación y amenazas a quienes se oponen a sus prácticas de despojo y saqueo histórico del agua en el municipio de Suljaa’, para uso familiar, clientelar y de enriquecimiento ilícito con un bien común de la gente de la región”, acusa Valtierra.

Heidy Martinez relata que esta situación “siempre ha sido así con esta cacique”, quien “usa como mayor arma de manipulación, ya sea en procesos de campaña o cuando administra sus periodos municipales, la desviación del agua, los recursos, la arena y la grava”. Un ejemplo, explica, se dio en la comunidad Plan de Guadalupe, en Xochistlahuaca, cuando le dijo a la población “ustedes tienen el proyecto de la carretera artesanal, y tienen la arena en su territorio. Entonces tendremos que negociar: si quieren carretera, me van a dar su arena, si no, no hay carretera”.

La manipulación que ejerce Aceadeth Rocha Ramirez, añade la entrevistada, “es maquiavélica, se aprovecha de las demandas de obras que tienen las comunidades, como las relacionadas a educación y salud. Y las condiciona con viejas prácticas clientelares que no se han terminado”. Es sabido en la región que la alcaldesa tiene una constructora, por lo que en cada periodo de gobierno explota el agua, la arena del río, la grava y luego la misma presidencia municipal la compra para la construcción de obra pública, lo que resulta, acusan, “un negocio redondo”.

El despojo del agua en Suljaa’ tiene distintos impactos, explica Valtierra. Por un lado agudiza la división comunitaria y por el otro impacta directamente en la subsistencia, pues al secarse los arroyos, el agua ya no alcanza para sembrar, y se van secando los humedales, teniendo como consecuencia la muerte de diversas especies de peces, camarones y cangrejos que se encuentran en estos lugares, es decir, justo los animales que las tejedoras plasman en sus telares.

En distintas ocasiones, añade el entrevistado, la gente de las comunidades se ha organizado contra el despojo desde el ejido, al que siguen considerando la estancia colectiva para la toma de acuerdos con relación a la tierra y el territorio del pueblo nn’anncue ñomndaa. Han protestado deteniendo maquinaria, han bloqueado el acceso a comunidades y han denunciado ante los medios de comunicación, organismos de derechos humanos e incluso ante la misma Procuraduría Agraria, que en muchas ocasiones “se vuelve cómplice de la cacique”.

Entre las comunidades que han protestado y denunciado el despojo y la explotación de agua se encuentran Plan de los muertos, Lindavista, Guadalupe Victoria, Rancho del Cura Ejido, Arroyo Grande, Junta de Arroyo Grande. El agua, al ser un elemento esencial para entender el mundo desde la visión del pueblo nn’anncue ñomndaa, se defiende en el campo político de la lucha agraria, en el marco del derecho a la autonomía y libre determinación que tienen los pueblos indígenas. Y también se da en la vida cotidiana, con la participación de las mujeres que se integran al Comité de Agua en cada comunidad. Maricela, de la cooperativa Ljaa, explica: “las mujeres vamos a las reuniones porque los hombres van al monte”. En la cabecera municipal asisten hombres y mujeres porque las reuniones del agua son los fines de semana, “para que asistan todos y todas y escuchen”.

Para Eduarda no hay más: “hay que defender lo que es del pueblo, y como sin el agua no podemos vivir, hay que defenderla”. Y Heidy remata: “la defensa del agua es la defensa de la vida, que va desde valorar el agua y la tierra que nos da de comer. Para quienes la amamos, este es el camino”.

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