Sobre el 16N en Cuba

Julio César Guanche

Procesar la diversidad existente es un Rubicón en la Cuba actual.

A partir del triunfo de enero de 1959, y por décadas, buena parte de los conflictos sociales y políticos cotidianos se expresaron en el país en formas de “lenguaje de armonía”. Hay amplio registro de ello en el cine, la música, el humor, las sentencias judiciales y otras formas de expresión.

No hablo de momentos críticos como Mariel o el 94. Digo que un lugar de enunciación, en el nivel de la política cotidiana, para exigir derechos, denunciar violaciones, demandar recursos, desde una casa para una madre sola con tres hijos, hasta un ingreso en un asilo de ancianos, pasando por temas de justicia racial y laboral, era el lugar de la “Revolución”, y una serie asociada a ella de términos como los “humildes” o el “socialismo”.

Cuba ha cambiado mucho desde entonces. Aquel “lenguaje de armonía” ha venido siendo reemplazado desde los 90, y ahora parece ser ya un hecho definitivo, por lenguajes —marcos de comprensión— que se centran en el conflicto. La incomprensión de este cambio, o el hecho de no reconocerlo, es un nudo gordiano.

Ciertamente, el conflicto siempre estuvo ahí, pero nunca había sido tan visible ni transversalizado como ahora. Tampoco repertorios previos (migración masiva, soporte soviético, liderazgo carismático), están disponibles en esta hora. La centralidad actual del conflicto necesita nuevas y muy diferentes respuestas.

Criminalizar el conflicto es una opción con resultados comprobados: espiral de violencia social y estatal, fragmentación social, desposesión de lo popular, violación de derechos, destrucción de ciudadanía, concentración de poder, impunidad y corrupción estatal.

Hay otras opciones. La diversidad existe, se expresa, y va a seguir demandando canales de expresión. Es el país de hoy. La promesa de cómo tratar esa diversidad no puede ser mantenerlo en pie de guerra con actos de repudio y/o afirmación repetidos hasta el infinito. La diferencia existe. Hay que vivir con ella, y reconocer la legitimidad del conflicto.

El país es más diverso que lo que muestran las guerras de canciones y de colores. Contra lo que algunas zonas quieren hacer ver, por su propio interés, no hay solo dos opciones. El gobierno no tiene como única opción lo que está haciendo. La crítica y la contestación social no tienen tampoco un único camino.

Es ridículo tener que decir lo obvio, pero así estamos.

Hay apoyos al Estado cubano que no son aprobaciones de los actos de repudio ni de las retenciones ilegales, ni de los juicios sumarios, ni de las peticiones de sentencias de 25 años.

Ni toda oposición en Cuba está financiada por los EEUU, ni es antipatriota por el hecho de ser oposición, ni participa de la escena de llegar en avión a Cuba ni clama por sanciones unilaterales para su nación.

El Rubicón cubano es un río crecido. En su flujo se junta la obligación de proveer comida, medicinas y vacunas; la necesidad de lidiar con la política oficial de los Estados Unidos de ser actor interno de la política en Cuba; con la perentoriedad de contener el empobrecimiento y la desigualdad y de generar crecimiento económico y bienestar social; con la necesidad de aceptación y expresión de la diferencia; con la demanda de liberación inmediata de todos los presos que no hayan cometidos delitos según la Constitución vigente, y con los crecientes reclamos de ejercer derechos.

Cualquiera sea el resultado del 15N, y de las victorias respectivas que se invoquen, no estamos ante problemas de un día, ni relacionados con una persona en específico.

Creer que se reduce a eso, como dice una vieja amiga, es confundir la política con el acto de “cazar pollos”: correr detrás de ellos, atrapar uno solo, ver cómo todo el resto escapa, la cola del pollo sigue, y aún así seguir cantando victoria.

(Foto: Julio César Guanche)

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