Preguntas al muro de El Salto de Juanacatlán

Enrique Enciso

Jalisco, México. En la cascada El Salto de Juanacatlán se construyó en 1894 la primera planta generadora de electricidad de México, para aprovechar su fuerza. Fue la primera por su tamaño en Latinoamérica y la segunda en el mundo. Trajo una bonanza aturdidora, que escondió el lucro empresarial y gubernamental de un bien colectivo en la bruma del salto del agua, 27 metros de altura, 167 metros de ancho. La caída hoy es el epicentro de la contaminación, muestra viva de una guerra ambiental encubierta contra los pueblos del río. Cuando se ve su amplitud conmueve hasta el llanto.

¿Se habrá puesto el muro para proteger a los débiles de su libertad a no ser contaminados o de su libertad a no ser envenenados? La planta de luz, como se le dice, perdió su batalla contra el moho y la rapiña. ¿Se puso la barda para evitar el vandalismo propiciado por las mismas autoridades encargadas de cuidarla? ¿O será para instituir su desaparición, a escondidas de las miradas? ¿Se trata de que se muera en privado? ¿Qué se muera sin identidad? ¿Se pondría para asilenciar un secreto?

¿Alguien estará organizando el olvido de su muerte? Porque una muerte indeterminada, invisible y anónima confirma la inexistencia del asunto. ¿Se habrán iniciado los trabajos para hacer un museo?, tal como lo dijo el arrogante Secretario del Medio Ambiente. ¿Será parte de los trabajos de limpieza de la Cuenca del Ahogado?, que habrán de pagar los ciudadanos por los delitos de las corporaciones – léase empresas y gobiernos.

¿Cómo bajaremos a la orilla del río al que los antiguos nombraban con gran respeto el Chicnahuapan, palabra Nahua que significa «extendido nueve veces» a tirar piedras rajuelas, que hagan patitos en su superficie? ¿Cómo aventaremos palitos a su cauce para seguirlos por la orilla hasta ver que se pierdan en sus remolinos? ¿Cómo llegaremos a su margen para meter las manos entre las piedras, en sus cuevas vacías para buscar los matalotes, las lisas, las popochas, los chacales, los tostones, los charales y un largo etcétera de animales endémicos, que se fueron para el olvido, se extinguieron a causa de la idea dolorosa que tuvieron unos pocos, contaminarlo, envenenarlo, con la complacencia de los “protectores del ambiente”? Pesará sobre ellos, ante sus hijos y ante la historia, la muerte de este río inocente, la destrucción de su agua bautismal.

¿Dentro de poco el muro y su adentro será un museo?, como lo dijo el Secretario Ambiental. ¿O será una mansión elegantemente monstruosa con vista a la cascada de algún político o empresario “listo”? ¿Se pondría para guardar la más colosal y duradera de las contaminaciones hechas a un río? Gracias a un cuidadoso trabajo de limpieza a través de sus macro plantas tratadoras de aguas residuales, su devastación sobrevivirá intacta. ¿Podremos recordarlo como era antes? El pasado glorioso del río se verá reducido a nada, debido al esfuerzo vigoroso de entregados políticos, empresarios, y algunos ambientalistas solidarios asalariados que cuentan la historia de la muerte del río Santiago a medias con huecos en el lenguaje. El muro hecho por manos vacías de río permanecerá, las elites convencidas de que lo mejor ocultar lo colectivo le darán mantenimiento.

Publicado el 19 de agosto de 2013

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