Pintaremos hasta el cielo: Colectivo Brigada Ramona Parra

Heather Harper Fotos: Colectivo Brigada Ramona Parra, Heather Harper y Andrew Mac Donald

Cuando tú estás enamorado de las ideas,

cuando tú estás convencido de lo que estás haciendo,

cuando tú sabes que si te van a matar, sabes por qué te van a matar,

eso es poner las pies en la tierra.

-Juan “Chin Chin” Tralma,

miembro fundador de la Brigada Ramona Parra

México. Con tres generaciones de artistas nacidos de la necesidad de hacer denuncia política y memoria histórica, la Brigada Ramona Parra pinta murales y hermana luchas en Chile y América Latina.

Por los muros de la geografía de América Latina, se pueden seguir las huellas de los colores que cuentan historias de luchas, demandas, injusticias y reivindicaciones culturales y sociales ante lo gris de las dictaduras, las políticas neoliberales y el capitalismo.

Desde el inicio del muralismo mexicano – un movimiento de artistas de la academia que sale a crear arte para el pueblo– hasta el surgimiento del muralismo popular del pueblo para el pueblo – como en los casos de Nicaragua, Chile y México –, se pueden trazar los momentos claves de las luchas de pueblos indígenas, trabajadores, estudiantes, campesinos, y en general, los de abajo.

Aquí nacieron, con la estrella en la frente

En Santiago de Chile, en el año de 1968,  se formaron las primeras brigadas de agitación y propaganda como acuerdo del V Congreso de las Juventudes Comunistas, y tomaron el nombre de Ramona Parra, una luchadora brutalmente asesinada en el Masacre de la Plaza Bulnes, el 28 de enero del 1946. La Brigada Ramona Parra tuvo como propósito promover al candidato del Partido Comunista, Pablo Neruda (y posteriormente al candidato de la Unidad Popular, Salvador Allende) para la presidencia de su país.

Comenta Cristian Ferrada, muralista que es parte de la tercera generación de la Brigada, que “en los muros, las palabras en realidad no dicen mucho, la gente no pone atención a las letras. Con las imágenes, la gente se acerca para ver de qué se trata – pueden ver una sola imagen, y al aproximarse, las personas ven historias completas e imágenes vinculadas con sus demandas”.

A diferencia de otros corrientes de los sesentas y setentas, el muralismo que desarrolló la Brigada Ramona Parra no nació de un grupo de artistas, sino de la necesidad social y política de lograr un cambio democrático en el país. También se distingue porque su iconografía emerge como reivindicación de la memoria y de los sujetos principales de las luchas del pueblo, no de figuras que surgen de una interpretación extranjera acerca de la realidad chilena (aunque hubo colaboraciones internacionales con las luchas por la independencia del País Vasco, la liberación de Nelson Mandela, el fin de la guerra en Vietnam, entre otras) ni de los lineamientos del “buen arte”.

En cuestiones artísticas, los fundadores de la Brigada carecieron de conocimientos acerca de los medios que deberían usar para dar vida pictórica a sus mensajes. Aprendices de la calle y del movimiento, salieron con poco más que su primer camión -llamado “La Tetera”-,  unas brochas, sus overoles y  sus puños en alto.  El estilo que da el sello inconfundible a las obras de la Brigada se desarrolló no por razones meramente estéticas, sino por necesidades logísticas y con el deseo de fomentar un muralismo colectivo. En el inicio de su labor, tuvieron que pintar por las noches y a menudo fueron hostigados por los carabineros.

La participación del pueblo en los murales fue fundamental para el proceso de formación de la Brigada, y hasta la fecha el colectivismo es de las características centrales de su trayectoria.

Cantares que repiten las olas del mar

Se puede hablar de distintas etapas de la Brigada: actividad efervescente y aparente silencio, promover y denunciar, visibilidad, exilio y clandestinidad. Su primer periodo se puede dividir en dos partes: en la primera mitad, se dedicaron a desplegar imágenes clave acerca de las luchas del pueblo y los proyectos propuestos por la candidatura de Pablo Neruda (y posteriormente la de Salvador Allende), y  en la segunda, después de la victoria que llevó a Allende a la presidencia, pudieron disfrutar un apoyo económico y un nivel de seguridad que les permitió florecer en su labor del arte público y popular.

El periodo de gracia duró cinco años, hasta que se dio el golpe de Estado y la entrada de la dictadura de Augusto Pinochet. A partir del “suicidio” del presidente electo, Salvador Allende, y con la generalización de la violencia del régimen militar en Chile, la Brigada fue señalada y reprimida, por lo cual tomaron la decisión dolorosa de optar por el exilio o la clandestinidad, pues entrar a la batalla con pinceles ante ametralladoras y tanques hubiera sido su final.

Algunos siguieron el trabajo en el exilio, en países como Argentina, y otros se ocultaron en distintas casas de seguridad para poder quedarse en Chile, pero la Brigada no desapareció. El coraje se sumó entre el pueblo chileno; entre tanta muerte, asesinato y desaparición forzada, la miseria y la violencia que eran sinónimos del nuevo proyecto del gobierno militar de Pinochet, llegó el momento en que los movimientos perdieron el miedo y se levantaron para desafiar al Estado represor.

A partir de un acto histórico de oposición a Pinochet en el Teatro Caupolican, en agosto del 1980, la Brigada Ramona Parra decidió salir a las calles de nuevo, ahora para evidenciar al mal gobierno y tomar su lugar en la resistencia que acabó con la dictadura.

Las imágenes cambiaron de propaganda política y social al tema de la denuncia. Por la situación de represión que persiste, la Brigada tiene que trabajar de manera tal que a veces sólo deja una estrella como símbolo de su presencia, y otras veces pinta un mural y vuelve a pintarlo después de que es borrado por los carabineros. Debe haber una vigilancia constante, y las brigadas se coordinan de modo que unos llevan a cabo las distintas fases de la pintura, mientras otros se posicionan en puntos estratégicos para delatar la presencia de fuerzas represivas. La creatividad se emplea con los pinceles y con la logística, lo cual le permite a la Brigada persistir y combatir los intentos de difuminar sus huellas coloridas para siempre.

La cantidad de brigadas se multiplicó. Llegó a haber más de 150 en los distintos barrios de Santiago y en otras comunidades, poblados y ciudades a lo largo de Chile, todas con el mismo nombre. Existió una coordinación general, integrada por un miembro de cada brigada, y en un momento dado, decidieron diversificar sus nombres, pero continuaron con los mismos ejes de vinculación y organización.

En cuanto salió Pinochet y aparentemente finalizó la dictadura, surgió la duda, ¿para qué seguir pintando? Entonces, la Brigada hizo una retrospectiva de su deber político y social a través del arte popular, que para entonces llevaba cerca de 30 años. Llegó el momento de reorganizarse bajo los mismos principios que les llevaron a las calles en 1968. Después de un periodo breve de consulta interna, decidieron que su trabajo tenía que seguir, que su historia aún tenía camino por andar.

Beto Pasten, muralista y parte de la segunda generación de la Brigada, relata que “en 1907, se dio la Matanza de la Escuela Santa María de Iquique donde murieron miles de trabajadores en huelga con sus familias, y pensamos que esto no puede volver a suceder. En 1973, vivimos otra masacre y la entrada de la dictadura, y entonces vimos que la historia sí puede repetirse, de una manera u otra, y comprendimos que existen las condiciones para que suceda de nuevo en 20 o 30 años. Esto no puede ser, tenemos memoria y parte de nuestro trabajo es honrarla”.

Dentro de un lapso relativamente corto, se notó que los proyectos políticos de los gobiernos que llegaron después de Pinochet en realidad impulsaron la misma política que la dictadura, sólo que ahora con concesiones y discursos que buscaban camuflar las prácticas neoliberales y capitalistas provenientes en gran parte de los Estados Unidos. Esto dio la pauta a la nueva fase de la Brigada, que se caracteriza una vez más por la denuncia y las demandas vistas desde abajo.

Mis años en diecisiete los convirtió el querubín

La perseverancia y ética que conduce a la Brigada Ramona Parra, y su compromiso con el arte público y popular durante más de 45 años, dieron frutos a nivel nacional e internacional. De visita en México para una serie de eventos para conmemorar los 40 años del golpe militar en Chile, los muralistas Cristian Ferrada, Patricio Madera, Beto Pasten y Patricio Albornoz, representantes de tres generaciones de la Brigada, comparten con coraje y amor sus historias, ideas e imágenes nacidas en el fervor de una transición política -que marcó un parteaguas no sólo en la política electoral de la izquierda, sino también en la organización de muchos movimientos sociales de América Latina.

Con las semblanzas de Víctor Jara, Pablo Neruda y Salvador Allende, y con la misma iconografía que ha sido compañera fiel de los murales de la Brigada, llevan a los muros de México su presencia, su lucha y su pasado, y lo tejen con un pueblo hermano cuyos ayeres no les son ajenos.

Los intercambios que se han dado con otros promotores del arte popular y colectivo a lo largo y ancho del planeta, han sido semilleros tanto para los diversos integrantes de la Brigada como para los que asumen la labor y el deber con el pueblo a través de la cultura en distintos latitudes. Si bien los orígenes del muralismo mexicano encendieron una flama que de cierta forma sigue alumbrando con nostalgia a las distintas corrientes muralísticas hasta nuestros días, el colectivismo y sentido pedagógico característicos de la Brigada -y también de algunas tendencias mexicanas-, han permitido la participación tanto de los instigadores como de los sujetos en el proceso creativo que guía la construcción de los murales. Esto es lo que ha fomentado una sinfonía de ideas que salen de estos encuentros que unen colores, rostros y luchas de los pueblos.

Viendo hacía el futuro, los integrantes del Colectivo Brigada Ramona Parra tienen claro que su tarea tiene una relevancia tal como la que se formalizó aquel día de 1968. La participación de las nuevas generaciones en este trabajo significa tanto la renovación gráfica y el vigor de los principios del proyecto, como la presencia de un frente intergeneracional y común ante el olvido, que toma las calles y sus muros por la educación pública, que no da un paso atrás en la defensa del pueblo mapuche, que nunca se acomodaría entre los vocablos del neoliberalismo, y que carga las memorias de las Ramona Parra, los Víctor Jara, los Salvador Cautivo Ahumada, las Otilia Vargas y los Matías Catrileo, hoy y para siempre.

Publicado el 07 de octubre de 2013

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