Los estudiantes en Chile no se rinden

Eduardo Liendo Guillén Fotos: Anibal Vivanceta, Nelson Arancibia/huelladigital.cl

Santiago, Chile. Han pasado ya más de dos meses desde que empezó el conflicto estudiantil en Chile. Más de 500 colegios tomados, docentes en paro, universidades tradicionales paralizadas e incluso algunas privadas también en esta situación, contrario a lo que podría pensarse sobre el ánimo frente a la movilización social por parte de estudiantes de estas instituciones.

Este último punto es sólo una nueva característica dentro de este movimiento, porque en Chile el primer semestre de cada año es normal, casi costumbre, movilizarse por la reivindicación de demandas corporativas que afectan al estudiantado, por la rebaja o congelamiento de las tarifas de transporte, por mayores subsidios a la educación pública y por desmunicipalización del sistema escolar de enseñanza. Sin embargo, este año lo que ha ocurrido es un acontecimiento histórico por las particularidades que lo separan de movimientos anteriores, como la “Revolución de los Pingüinos” del año 2006, o protestas más acotadas en el 2008 por la poca transparencia en la construcción de la nueva Ley General de Enseñanza, que terminó por reemplazar a la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza (LOCE), derogada luego del “pingüinazo”. Por eso es necesario hacer algunas aclaraciones sobre este movimiento.

Este año no fue diferente en el germen de la movilización: las dirigencias de las universidades tradicionales exigiendo mayor financiamiento a sus planteles, más becas, rebaja de intereses para los estudiantes con crédito, etcétera, todas ellas, demandas que son vistas por el grueso de los estudiantes tan sólo como demandas “migajeras”, que no apuntaban a la raíz del problema, el cual es que en Chile no existe la educación pública. Frente a esto hubo algunas voces disidentes, y hay que ser claros, fueron los estudiantes de secundaria quienes levantaron la voz para pedir educación pública, gratuita, digna, de calidad, y el fin al lucro y la renacionalización de recursos naturales estratégicos para su financiamiento. Y este es el primer gran logro de este movimiento social, que justamente las dirigencias de las federaciones debieron cambiar su pliego de peticiones, y así, las bases lo resolvieron, la consigna se hizo tan fuerte, que ahora ya no se pedían más becas, no se quieren becas, se quiere gratuidad en la educación. Y ese es un triunfo de los estudiantes que se aburrieron de las reformas y las negociaciones entre cuatro paredes de los de siempre.

Otro gran hito dentro de estos meses, es que se dejó de lado las defensas corporativas del estudiantado, en cada paro nacional se ven más sindicatos, trabajadores, damnificados del terremoto, organizaciones sociales, que han entendido junto a los estudiantes que la educación es un tema transversal, ya no sólo de los que estudian, debido a que se ha entendido a la educación como punta de lanza en el desarrollo de una sociedad, que se jacta estar en vías de desarrollo, discurso bastante criticable por cierto.

Cambio de Constitución

El hecho de que se haya convertido esta movilización en un movimiento transversal es también por el pliego petitorio levantado, donde la renacionalización del cobre y los recursos estratégicos para obtener recursos para financiar la educación gratuita, y el cambio de Constitución son los pilares de esta lucha. Este último punto es particularmente interesante, ya que si consideramos que el grueso de los estudiantes movilizados son hijos del periodo de la concertación, que no vivieron la crueldad de la dictadura de Pinochet, pero han visto como los otrora recuperadores de la pseudo democracia, han convertido el Estado durante estos 20 años en su feudo. Izquierdas y derechas, se diluyen entre sí, volviéndose casi irreconocibles. Justamente debido a eso, estos procesos de levantamiento ciudadano no reconocen guías partidistas, “son todos los mismos”, se escucha con frecuencia en cada asamblea, marcha o concentración, y es verdad, justamente porque son hijos de la concertación, y peor que eso, son hijos bastardos del legado de la dictadura, que los primeros perpetuaron y acomodaron a su gusto.

Es imposible pensar en cambiar las bases de la sociedad chilena si no se empieza por eliminar los baluartes del régimen y no se garantiza que el Estado asuma su responsabilidad como garante de educación pública, gratuita y de calidad. A esto se suma la necesidad de protección de nuestros recursos, para que la sociedad avance al desarrollo, no sólo al crecimiento económico, que lo único que logra es la fragmentación y aumenta la brecha entre los sujetos. Sin un cambio de Constitución, cualquier cambio será solo el clásico reformismo cupular.

De la movilización social a la protesta callejera y la criminalización

En las últimas semanas se ha pasado de un clima de justificado optimismo sobre lo que se puede lograr con este movimiento (no es para menos, tener a 400 mil personas en las calles de todo Chile, situación que no se daba hace décadas), a una cierta incertidumbre de cómo se seguirá conduciendo el pliego de demandas.

Y a medida que crece la adhesión, crece la represión, se criminaliza al estudiante movilizado, al poblador, al trabajador, al transeúnte que simpatiza. El gobierno advierte sobre la posible pérdida del año escolar, pero no entiende que a lo que se aspira es mucho más grande.

El gobierno llama a quienes se movilizan “intransigentes”, pero no entiende que el diálogo no se llevará con cada sector, cuando ellos quieran, para poder desarmar por partes la organización social. No entienden que las soluciones que se exigen no son inyecciones de recursos, como cuando se trata de salvar a un banco de la quiebra. Para el presidente, la educación es un “bien de mercado” y debe estar al servicio de la empresa y la industria. Lo demás es mero folklore idealista.

Ahora, cada vez que se mencione la palabra “estudiante” en los medios es casi un lujo; todos pasaron a ser encapuchados, subversivos, lumpen, delincuentes. Los medios parecen no entender que detrás de cada capucha, está la razón, y que en cada piedra se arrojan mil ideas sobre cómo se le hace saber a las fuerzas del orden, al Estado, al gobierno y a la clase política, que la mayoría está viva y con ganas de hacer un camino nuevo. En cada consigna también está una declaración de principios, frente a los abusos que en todo Chile se cometen: dirigentes encarcelados, teléfonos intervenidos, balines en los cuerpos de los compañeros, golpizas y balazos al cielo sólo por centímetros sobre las cabezas.

Ahora la lucha se ha vuelto a sacar a la calle, más radical, más unida y más segura. Porque parece que, al final, sí se ganará, al menos ésta batalla.

Publicado el 01 de Agosto de 2011

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