Mujeres istmeñas: sin hornos y sin tiempo para llorar

Atziri Ávila

fotos: Ernesto León

“Nuestros hornos se destruyeron totalmente, no tenemos donde hacer comida para nuestros hijos ni para alimentar a la familia, mucho menos para vender totopos, que es de donde juntamos nuestro dinerito”, dice con la voz quebrada Ángela Orozco López, mujer originaria de San Dionisio del Mar, Oaxaca, quien junto con la mayoría de las mujeres de la población, vieron destruidos los hornos ancestrales en los que cocinan.

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San Dionisio del Mar se encuentra al oriente del estado de Oaxaca en el Istmo de Tehuantepec y es uno de los lugares más afectados, luego del terremoto del 7 de septiembre. También uno de los más olvidados.

Seis mil es el número aproximado de habitantes de la comunidad Ikoot, 2,516 son mujeres. Los hombres en su mayoría se dedican al campo o a la pesca, mientras que las mujeres comercian en los mercados sus productos locales, realizan bordados de ropa tradicional y elaboran totopos o tostadas de maíz gueta’bigui, gueta’suqui

-únicas de la región istmeña-.

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La realización y venta de totopos permite a las mujeres ser dueñas de su tiempo y sus ganancias, sin embargo, durante los 3:49 minutos que sacudieron -particularmente el Istmo de Tehuantepec- las casas de abobe y piso de tierra de la comunidad sufrieron daños críticos, a los que se sumó la destrucción de los hornos de barro de la mayoría de las familias ikoots de San Dionisio del Mar.

“¡Ay ma! seguimos durmiendo en la cancha, nuestras casas quedaron destruidas, unas más otras menos, pero ninguna se salvó. El miedo y las replicas hicieron que la mayoría nos reuniéramos y durmiéramos a lado de la iglesia. La luz, el agua y el teléfono son inestables -pero sobre todo- la comida es lo que nos hace falta. Aquí no vino nadie durante los primeros días, nos olvidaron. Seguramente se acordarán de nosotros el próximo año, cuando necesiten nuestro voto, pero este abandono y desdén lo tenemos grabado”.

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Con una larga y florida enagua, y su huipil bordado, Ángela Orozco abre camino sobre los escombros hasta llegar a su cocina. Las cuatro paredes quedaron derribadas; el horno tradicional de comixcal y el bastidor de madera, son irreconocibles.

“De las autoridades no esperamos nada, por eso desde 2014 nos unimos a las comunidades en resistencia y desde entonces nos regimos por usos y costumbres. No creemos en los partidos políticos. Toda la ayuda es bienvenida, pero tenemos que reactivar nuestra economía local. Muchas familias se fueron por temor y por que no llegó la ayuda a tiempo, los únicos que llegaron pronto fueron las organizaciones, pero las autoridades nada. Queremos que las familias regresen, por eso nosotros mismos recogimos lo que el terremoto destruyó, son nuestros propios esposos los que están reconstruyendo las casas, nuestras cocinas. Nos urge hacerlo y recuperarnos poco a poco”.

Los hornos son herramientas para el sustento de las mujeres indígenas istmeñas cuyo costo aproximado es de $2,000.00 a $3,500.00 pesos. El material con el que se realizan son: ollas de barro, ladrillo rojo, grava y lámina de cartón para la techumbre. A pesar de que pocas familias cuentan con los recursos económicos para la construcción inmediata de los hornos, la comunidad acordó que la mano de obra para hacerlos, estará a cargo de las propias familias afectadas.

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“Afortunadamente un día antes del terremoto mi hija hizo totopos para vender, damos a 10 pesos la bolsa con 10, pero con esto que pasó ya no las vendió y de eso nos alimentamos los primeros días porque no había luz ni teníamos nada más. Algunas autoridades vinieron dos días después del terremoto pero sólo a tomarse la foto y a hacer uso político de nuestra desgracia, ni siquiera fueron a las Agencias municipales más alejadas. La presidenta municipal entregó despensas sólo a su gente, por eso tenemos muy claro que la reconstrucción y sanación de nuestro pueblo vendrá sólo de nosotros mismos, no del asistencialismo político. Comenzaremos reconstruyendo los medios de subsistencia indispensables para el sostenimiento de nuestras familias”, advierte la mujer mareña.

Del temblor resurgió el invencible corazón istmeño, dice la poeta juchiteca Natalia Toledo. A pesar de que la reconstrucción de San Dionisio del Mar -y demás poblaciones istmeñas- será lenta, queda el anhelo de poder regresar, probar y compartir los inigualables totopos con queso, frijoles, camarón seco o pescado horneado (sin tener que mirarlos y saborearlos sin la posibilidad de probarlos, ante la contingencia alimentaria).

“Nuestros maridos están pasmados –dice Ángela con su particular voz istmeña- sienten sobre ellos la responsabilidad de recuperar nuestro patrimonio, pero nosotras no podemos darnos ese lujo, tenemos que alimentar a nuestros, acondicionar nuevos espacios para dormir, pero sobre todo recuperar poco a poco nuestras actividades, nuestra economía, ya tendremos tiempo para llorar”

fotos: Ernesto León

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