“Cada que salía de la escuela, era directo al campo”: Javier, migrante mixteco en California

Testimonio recogido en California, Estados Unidos por David Bacon Traducción: Sofía Sánchez

Tres proyectos de ley -incluyendo uno que exige el pago de tiempo extra por turnos de más de ocho horas- están abriéndose camino en Sacramento, y prometen mejorar dramáticamente las condiciones de vida para los campesinos en California. El así llamado “beneficio por tiempo extra” sólo está esperando la firma del gobernador Jerry Brown.

Para Javier Mondar-Flores López, campesino mixteco que vive en el sur de California, estos proyectos de ley significan buenas noticias. Recién graduado de preparatoria, Javier ha trabajado en el campo desde que estaba en primaria. Vive en un apartamento con su familia en Santa María, California, pero se ha convertido en activista y planea ir a trabajar a Los Ángeles. Aquí su historia.

Crecí en una familia campesina, eso es lo único que conocí. Cada que salía de la escuela, era directo al campo a ganar un poco de dinero para ayudar a mi familia. Ése es básicamente el único trabajo que conocía. En general, trabajábamos los fines de semana y en verano. Cuando era más joven, lo hacía después de la escuela, y además en vacaciones.

Mi hermana Teresa dormía en la sala. Una noche, mientras hacía mi tarea en la mesa, pude oírla llorar porque tenía mucho dolor en sus manos. Mi madre y mis otras hermanas se quejaban de lo mucho que les dolían sus espaldas. Mi hermano hablaba de su dolor de espalda también. Es triste. Siempre escuchaba a mi familia hablar del dolor que sentían y era imposible que yo los ayudase.

Siempre me mudaba. En mis años de preparatoria, me mudé seis veces; en secundaria, tres y en la primaria no estoy seguro. Fui a seis primarias diferentes. Un tiempo nos fuimos a Washington a trabajar. Nos mudamos porque el arrendamiento terminaba y no podíamos pagar la renta, así que intentábamos buscar un lugar más barato.

Siempre vivimos con otras familias. Lo primero que recuerdo es que vivíamos con cuatro familias. Cada familia tenía su propia habitación y hacía su propia comida. Tenían su propio espacio en los gabinetes de la cocina y en el refrigerador. Cuando cocinaban en la mañana antes del trabajo se ponía bastante caótica la situación.

Es difícil compartir el baño con tanta gente en la casa. Intentamos bromear al respecto. Recuerdo que siempre estudié por la mañana, así que me despertaba y tomaba una ducha. Mis hermanos mayores me decían que me saliera porque ya había una gran fila esperando a que yo terminara. En el baño nunca dejaban de sonar las descargas del WC. En la mañana la gente se apura para ir al trabajo; no puedes llegar tarde o pierdes el trabajo.

La primera vez que trabajé en los campos fue cuando tenía siete años. Fue en Washington. Recogía pepinos. Era verano. No íbamos a la escuela en Washington, pero los capataces nunca dijeron nada porque mis hermanos los conocían. Había otros niños también. No era una gran compañía, sólo un pequeño rancho.

Cuando pagaban por hora no podíamos trabajar. Si a los trabajadores se les pagaba por hora y eran lentos, los capataces los enviaban a casa y no los dejaban trabajar más. Solamente dejaban trabajar a los niños si cobraban por pieza. En realidad éramos muy lentos porque estábamos en tercero o cuarto grado de primaria.

El primer cheque que recibí fue de 40 dólares. Estaba llorando porque había contado mis cajas ese día y sabía cuánto había ganado esa semana. Cuando el capataz me dio mi paga, dijo que no había trabajado más que eso. Estaba en cuarto grado. Lloraba porque había trabajado y de verdad quería mi dinero, quería comprarme algo con él. Finalmente me dio el dinero en un sobre blanco. Yo estaba muy feliz.

Cuando crecimos, empezamos a ganar nuestro propio dinero, porque antes de eso mi madre se quedaba con todo lo que ganábamos. A medida que nos hacíamos más grandes, teníamos más interés en el dinero así que nos guardábamos la mitad. Nos daban nuestra propia paga, y mis hermanos mayores nos pedían que les diéramos la mitad.

El mayor problema era trabajar en los viñedos. Trabajé allí tres meses en el verano y fue el trabajo más difícil que jamás he hecho. Nos daban tijeras para cortar las vides y eso hacías todo el día. Cortarlas y quitarles las uvas. Cuando llegaba a casa, mis manos dolían tanto que no podía cerrar el puño o sostener una taza ni nada. Sólo me acostaba y no sentía nada más que dolor. En la mañana no había nada que pudiera hacer, sólo salir y trabajar de nuevo.

En la primaria, era muy fácil trabajar los fines de semana e ir a la escuela durante la semana. No nos dejaban mucha tarea y la escuela era bastante fácil. Me gusta pensar que soy un buen estudiante. Tomé diversas clases y la aprobé con honores. Siempre obtuve buenas calificaciones, A y B. Nunca obtuve ninguna C.

Sentí la discriminación, no tanto por ser de una familia inmigrante, sino porque soy mixteco. Cuando estuve en segundo grado, los niños nos llamaban “oaxaca”. Aparentemente eso es una cosa mala. Pensaban que estábamos por debajo de ellos, incluso en los campos. Por ejemplo, un capataz dividía a los oaxaqueños y a los mexicanos. Ponía a los oaxaqueños en los campos malos y a los mexicanos en los campos sin hierba mala. A donde quiera que íbamos –la oficina de bienestar social, el hospital– siempre éramos discriminados por ser indígenas. Los hispano hablantes y anglo parlantes recibían más información, porque los capataces no se podían comunicar con nosotros, que hablamos mixteco.

La situación mejoraría para los indígenas en Santa María, si alguno de nosotros trabajaba en el sistema. Eso es lo que siempre quise: tener gente que hablara nuestro idioma trabajando en los hospitales y en las oficinas de bienestar social; profesores en la escuela y en el sistema. A donde fuéramos, habría uno de nosotros allí.

Además, deseaba que tuviéramos derecho a servicio médico gratuito, y que pudiéramos cobrar tiempo extra. Uno sólo puede cobrar tiempo extra después de diez horas de trabajo. Estaba muy molesto cuando escuché eso.

Cuando trabajé en la recolecta de tomates recientemente, algunos trabajadores me robaron cajas. Le dije a mi familia que lo reportaría al Departamento de Trabajo, pero ellos no estuvieron de acuerdo. Piensan que debemos aguantarnos y agradecer que tengamos trabajo. Les da miedo perder sus trabajos si se quejan, y básicamente así sucede. Se burlaban de mi papá porque se quejaba mucho. Decían: “Por eso tu papá nunca encuentra trabajo”.

Fui independiente durante siete u ocho meses. Mi familia era muy conservadora y tenía firmes creencias cristianas. No podía hacer nada y me sentía como atrapado. Quería ir con mis amigos a bailes. Además, soy bisexual y para ellos eso es un pecado y te vas al infierno. No podía vivir así. Salí de casa y me fui a vivir con mi papá. Él no fue como yo esperaba. Me culpó también, así que estuve sin casa por tres meses.

Trabajé un turno en el cementerio, diez horas por noche en C&D Zodiac, donde hacen jets. Durante el día iba a la escuela. Mi maestro de historia vio que me dormía en clase. Me acerqué a él y me dijo “No puedes vivir así. Necesitas confrontarlos.” Así que regresé con mi familia y los confronté. Me convertí en activista, y lo he sido desde entonces.

Pero creo que es posible cambiar las cosas. Es lo que aprendí de mis héroes, esos activistas cuyo ejemplo sigo, como Gandhi y Martin Luther King. Voy a ir a Los Ángeles y trabajar en una organización que ayuda a las comunidades indígenas, y luego empezar de nuevo la escuela. Quiero ver cómo se dirige una organización así, y abrir una aquí. Trabajaré en los campos si tengo que, para pagar mi deuda, pero no quiero trabajar aquí sólo para ganarme la vida.

Estoy orgulloso de lo que mi madre y hermanos mayores hicieron para traer aquí a la familia y sobrevivir. Ésa fue mi motivación para elegir sólo clases AP. Mi hermana no tuvo educación. Ninguna de mis hermanas mayores pudo ir a la escuela. Realmente quiero justicia y equidad en las escuelas. Quiero que la discriminación contra los niños indígenas se detenga en las escuelas primarias. Ahí es donde empieza.

No quería aprender español, porque no quería perder mi lengua materna, el mixteco. Trato de mantenerme en contacto con mis raíces indígenas. Cuando corto mi cabello siempre lo entierro. Le pregunté a mi madre por qué hacíamos eso y dice que es porque se fertiliza la tierra.

Cuando llueve, tomo un cuenco, lo lleno con agua de lluvia y lo bebo. Hablo con mi madre mientras nuestros cuencos se llenan. Cuando visito a mi papá le pido que me cuente cuentos populares. Cuando tengo un sueño, le pido que me diga lo que significa. Quiero escribir en mi idioma antes de que se pierda. Muchos estudiantes están eligiendo no hablarlo y muchos padres no lo quieren enseñar a sus hijos. Yo quiero enseñarle a mis hijos el mixteco.

* Gracias a Farmworker Justice por su apoyo para documentar esta historia.

Publicado el 24 de septiembre 2012

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