No todos los padres y las madres de los jóvenes desaparecidos de Ayotzinapa pudieron participar en el ayuno que hoy culminó. Martina, la madre de Jhosivani Guerrero de la Cruz, ni siquiera pudo viajar a la ciudad de México. La mujer sufrió un paro cardiaco hace un mes, poco antes de que le informaran que entre los restos que supuestamente fueron hallados en el Río San Juan estarían los de su hijo.

A Margarito no le queda duda; de no haber sufrido aquel paro cardiaco, su esposa estaría aquí. “Cuando se aliviana, es la primera en salir”, comenta. Él sí pudo viajar al Distrito Federal en representación de la familia, no obstante el cansancio o las complicaciones físicas que genera la lucha por la justicia. El hombre de 64 años no se raja. “Vamos con todo por nuestros hijos”, sentencia.

Como muchos de sus compañeros de lucha, Margarito, originario de Omepa, Guerrero, ha vivido un año que le ha cambiado la existencia, al grado de hacer muchas cosas que jamás imaginó, entre ellas la de ayunar por 43 horas sobre la vía pública, a expensas de las inclemencias climáticas.

En su mayoría, los padres y madres de los 43 son campesinos o trabajadores cuya horquilla de edad oscila entre los 45 y 65 años. Muchos tuvieron que dejar sus casas, con animales incluidos, para lanzarse al asfalto de las marchas, a los actos por la reivindicación de sus hijos.

Esta será una semana particularmente dura para ellos, no sólo por las actividades que se realizarán en la capital y demás lugares país, sino por el recuerdo de sus hijos, quienes se encuentran entre la espada de la mentira histórica y la pared de la incertidumbre. Pero como bien dice Margarito: “En la lucha por nuestros hijos no estamos cansados; tenemos que aguantar lo que salga”.