Masacre en Gaza: la lógica del poder nuclear israelí

Wolfgang Streeck

Foto: Gazatíes se apresuran a ayudar a los heridos después de un ataque aéreo israelí que alcanzó el distrito de Az Zaitoun. Gaza, 18 de octubre de 2023. (Mohammed Zaanoun / Activestills)

La masacre israelí en Gaza es un desastre y no sólo para los atormentados reclusos de la prisión al aire libre en la que llevan dieciséis años encarcelados por una despiadada potencia ocupante. Estados Unidos en particular, pero también Alemania, quedarán asociados para siempre a los ojos de la opinión pública mundial con la implacable matanza de miles de hombres, mujeres y niños inocentes. Una masacre que ha contado y cuenta con el inquebrantable apoyo material y diplomático de ambos países.

Dos meses y medio después de que comenzara el baño de sangre, Estados Unidos vetó una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, que habría dado a quienes aún vivían en Gaza la esperanza de sobrevivir en el infierno de los incesantes bombardeos que asolan su patria. En aquel momento —tras el levantamiento de Hamás y su ataque letal contra varios kibutz cercanos al Muro de Gaza—  habían muerto en torno a 21.000 gazatíes, entre ellos 8700 niños y 4400 mujeres, habiendo resultado heridas más de 50.000 personas, frente a los 121 soldados israelíes muertos, una quinta parte de los cuales fueron víctimas de fuego amigo o de accidentes de tráfico. De acuerdo con sus propias cifras, desde el comienzo de la guerra la aviación israelí ha identificado y bombardeado 22.000 objetivos “terroristas”, es decir, ha efectuado más de trescientos ataques diarios, repetidos día tras día, sobre una superficie poco mayor que la mitad de la superficie del municipio de Madrid.

A finales de 2023, el 90 por 100 de los aproximadamente 2,3 millones de habitantes de la Franja de Gaza han perdido sus hogares, perseguidos implacablemente por el ejército israelí

A finales de 2023, el 90 por 100 de los aproximadamente 2,3 millones de habitantes de la Franja de Gaza han perdido sus hogares, perseguidos implacablemente por el ejército israelí, que ha operado de norte a sur y de sur a norte del Franja, incluso en zonas supuestamente seguras indicadas por Israel, que tras estas indicaciones han sido a continuación repetidamente bombardeadas. La población muere de hambre, carece de atención médica y se halla privada de combustibles y de electricidad sin que existan indicios de que la carnicería vaya a terminar pronto. Estados Unidos justificó su veto al llamamiento del Consejo de Seguridad a un alto el fuego inmediato aduciendo que era “poco realista”. Mientras tanto, el gobierno alemán, encabezado por su feminista ministra de Asuntos Exteriores Annalena Baerbock, se pronunció a favor de “pausas humanitarias” como alternativa a la paz, pausas tras las cuales las matanzas masivas deberían continuar hasta que “Hamás”, preparado para morir gracias a una comida gratuita de la UNRWA, sea finalmente “erradicado”.

Resulta realmente aterrador que en el interminable flujo de informes y comentarios sobre la guerra de Gaza apenas se mencione que Israel es una potencia nuclear y no precisamente una dotada con un pequeño arsenal de armas atómicas. Israel está fuertemente armado y no sólo convencionalmente. En total, el país gasta más del 4,5 por 100 de su PIB en sus fuerzas armadas (2022), cifra que no incluye la consistente ayuda militar adicional procedente especialmente de Estados Unidos y Alemania. Antes del último ataque contra Gaza, el número de cabezas nucleares israelíes se estimaba entre las ochenta y las cuatrocientas. Y lo que es más importante, Israel posee toda la gama de sistemas de vectores para lanzar sus cabezas nucleares, entre los que destaca el denominado Trident, que le dota de capacidad de lanzamiento desde tierra, mar y aire. Se dice que los misiles nucleares terrestres de Israel están almacenados en silos lo suficientemente profundos como para resistir un ataque nuclear, lo cual los hace adecuados no sólo para lanzar un primer ataque, sino también para lanzar un segundo. Para el uso de armas nucleares desde el aire, el ejército israelí mantiene una flota de al menos treinta y seis de sus doscientos veinticuatro aviones de combate y dispone de amplias capacidades de reabastecimiento aéreo.

Israel también dispone de seis submarinos de la clase Dolphin, de fabricación alemana, que los expertos consideran capaces de disparar misiles de crucero con armamento nuclear desde la propia estación de inmersión. Los misiles tienen un alcance estimado de 1500 kilómetros y ofrecen a Israel opciones de práctica invulnerabilidad en el caso de una guerra nuclear. En general, cabe suponer que Israel dispone de toda la gama de recursos nucleares existentes, que incluye el uso táctico de armas atómicas en el campo de batalla, el bombardeo aéreo de bases y centros logísticos militares enemigos y el lanzamiento de ataques misilísticos contra ciudades como, por ejemplo, Teherán.

No sabemos exactamente cómo se convirtió Israel en una potencia nuclear. Probablemente lo hizo poco a poco, paso a paso. Desde luego, no falta ciencia nuclear en Israel. Es posible que Estados Unidos haya ayudado, unos gobiernos más que otros, al igual que han podido hacerlo los amigos estadounidenses de Israel involucrados en la producción de armas nucleares en lo más profundo del complejo militar-industrial estadounidense. Al igual que otras potencias nucleares que han aceptado serlo, Estados Unidos está comprometido con la no proliferación y, de hecho, tiene un gran interés nacional en ella, al igual que lo tienen Rusia y China. El espionaje puede haber sido otro factor, si recordamos a Jonathan Pollard, analista de defensa estadounidense y espía israelí, que se libró por los pelos de ser condenado a muerte en Estados Unidos tras ser descubierto en 1987. A pesar de los incesantes esfuerzos israelíes por conseguir su extradición, por los que Israel asumió un daño considerable en sus relaciones con Estados Unidos, Pollard tuvo que pasar 28 años en prisión antes de que fuese indultado por el gobierno saliente de Obama y ello contra la resistencia del estamento militar estadounidense.

En cuanto a la adquisición de armamento atómico por parte de Israel, también Alemania parece haber jugado su papel en lo referido a su flota de submarinos. La misteriosa afirmación efectuada por Merkel en 2008 de que la seguridad de Israel es la raison d’État de Alemania, recibida con entusiasmo en Israel y repetida literalmente cada día durante estas últimas semanas por el gobierno y los medios de comunicación alemanes adeptos al Estado, quizá deba leerse en este contexto. Como se ha mencionado, hasta ahora se han entregado seis submarinos, fabricados por Thyssen-Krupp entre 1992 y 2021. De los tres primeros submarinos, Alemania pagó dos; el coste del tercero fue compartido, oficialmente como penitencia por la implicación de empresas alemanas en el desarrollo de armas iraquíes de destrucción masiva, que, como se demostró más tarde, nunca existieron. (Alemania contribuyó con alrededor del 40 por 100 del coste de los tres submarinos siguientes encargados en 2008, cuyo coste ascendió a 900 millones de euros).

Israel nunca ha admitido oficialmente que posea armas nucleares; sin embargo, algunos de sus dirigentes, a menudo primeros ministros retirados, han insinuado ocasionalmente tal posibilidad y probablemente no lo han hecho inadvertidamente

Si los submarinos israelíes de construcción alemana estuvieran equipados con misiles nucleares, no sólo lo sabría Thyssen-Krupp, sino también el gobierno alemán y por supuesto el gobierno estadounidense, que habría hecho la vista gorda ante la violación por Alemania de las obligaciones asumidas en virtud del Tratado de No Proliferación Nuclear aprobado en 1968. Desde 2016 hasta unos meses antes de la guerra de Gaza, otros tres submarinos de fabricación alemana, también subvencionados por Alemania, habían sido objeto de discusión entre ambos gobiernos. Esta vez surgieron dudas en Israel sobre si estos eran realmente necesarios. La adquisición se vio envuelta también en un escándalo de corrupción, porque Thyssen-Krupp había contratado a un primo de Netanyahu, el principal partidario de la adquisición por el lado israelí, como abogado para que se ocupara de su representación en el país. Como el asunto fue investigado por la Fiscalía israelí, ello propició el consabido conflicto entre el gobierno de Netanyahu y la justicia israelí. En 2017 la parte alemana se vio obligada a aplazar su decisión hasta que se aclararan las acusaciones de corrupción presentadas en Israel. El contrato para los tres submarinos se firmó finalmente en enero de 2022. Del precio estimado de 3 millardos de euros, Alemania se hará cargo de al menos 540 millones.

Israel nunca ha admitido oficialmente que posea armas nucleares; sin embargo, algunos de sus dirigentes, a menudo primeros ministros retirados, han insinuado ocasionalmente tal posibilidad y probablemente no lo han hecho inadvertidamente. Dejar abierta la cuestión de la posesión de armas nucleares significa que el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) no puede llevar a cabo inspecciones ni ejercer presión alguna sobre Israel. Además, puede resultar estratégicamente ventajoso para un país mantener a sus adversarios potenciales en la incerteza de la existencia, el alcance y el propósito preciso de sus recursos nucleares. A este respecto, por ejemplo, no conocemos en absoluto cuál es la doctrina nuclear de Israel, que sin duda existe. Cabe suponer que Israel está decidido a seguir siendo la única potencia nuclear de la región, como demuestran los bombardeos ocasionales realizados contra reactores nucleares en Siria y la presión ejercida sobre Estados Unidos para impedir que Irán adquiera bombas nucleares no mediante el correspondiente tratado, como intentó hacer Obama durante su presidencia, sino por medios militares. También cabe suponer que Israel, a diferencia de otras potencias nucleares, no descarta emplear sus armas nucleares preventivamente, ya que sus fuerzas armadas convencionales son inferiores a las poseídas por el gran número de países vecinos con los que mantiene relaciones de hostilidad. Un primer uso de sus armas nucleares por parte de Israel sería especialmente probable en una situación en la que el gobierno israelí considerase que la supervivencia del Estado de Israel se encuentra en peligro. Qué significa exactamente supervivencia del Estado de Israel es una cuestión abierta, a menos que se adopte el postulado, sostenido tanto por el gobierno de extrema derecha de Netanyahu como por el gobierno alemán, de que el derecho de Israel a existir es sinónimo del derecho de Israel a determinar sus propias fronteras a voluntad.

Cuanto más dure la guerra de Gaza, más probable resulta que la incertidumbre sobre el poder nuclear de Israel determine los acontecimientos en ambos campos de batalla, el diplomático y el militar. Protegido por el velo estratégico de la imprevisibilidad, el gobierno israelí parece creer que puede castigar a su antojo a la Franja de Gaza y pronto quizá también a Cisjordania y Líbano sin temor a que se produzca intervención exterior alguna. Durante las últimas semanas, Netanyahu ha actuado como si pudiera decir a Estados Unidos que su apoyo a Israel debe ser incondicional, ya que Israel puede defenderse por sí solo en caso de emergencia gracias a sus recursos nucleares terrestres, marítimos y aéreos. Aunque la masacre de Gaza está convirtiendo a Israel en uno de los países más odiados del mundo, junto con Alemania, que, a diferencia de Estados Unidos, apoya sin fisuras al gobierno de Netanyahu y su idea de paz en Palestina, el alto mando israelí parece estar llegando a la conclusión de que ello no tiene importancia alguna, ya que ningún gobierno, cercano o lejano, se atreverá a ceder a la correspondiente presión interna para que apoye a Gaza, ni siquiera bajo la forma de una fuerza de mantenimiento de la paz dirigida por Naciones Unidas.

Otro aspecto en ese sentido es quizá aún más aterrador. En octubre de 1973, durante la guerra del Yom Kippur, las conversaciones, que más tarde se conocieron como las cintas del Watergate, grabaron un diálogo entre Richard Nixon, entonces todavía presidente de Estados Unidos, y su asesor más próximo, Bob Haldeman. Cuando Haldeman informó a Nixon de que la situación en Oriente Próximo estaba llegando a un punto crítico, Nixon le dio instrucciones para que pusiera inmediatamente en alerta a las fuerzas nucleares estadounidenses en todo el mundo. Haldeman, atónito, le respondió: “Señor presidente, los soviéticos pensarán que está usted loco”. Nixon, le replicó: “Eso es exactamente lo que deberían pensar”. En un entorno estratégico nuclear, la locura demostrada de forma creíble puede ser un arma eficaz y desde luego lo es en el caso de un gobierno de extrema derecha dirigido por alguien como Netanyahu. Como ya se ha mencionado, Israel no tiene una doctrina nuclear oficial y no puede tenerla, ya que no admite ser una potencia nuclear. Sin embargo, está claro que si el gobierno israelí viera amenazada la existencia de su Estado, no dudaría en hacer uso de todas las armas a su disposición, incluidas las nucleares. Por eso es relevante el hecho de que en el actual gobierno de coalición israelí se sienten personas que no sólo consideran la Biblia como una especie de manual de instrucciones, sino también individuos para quienes el mito del suicidio colectivo de los zelotes en Masada ocurrido en el año 73 d.C., tras la derrota israelí en la primera guerra judeo-romana, es una poderosa fuente de inspiración política, circunstancia que no pueden desconocer los servicios de inteligencia estadounidenses.

De hecho, en ese mismo entorno existe un modelo aún más antiguo de heroísmo israelí, el mito de Sansón, que no parece ser menos popular que el de Masada, al menos entre algunos de los estrategas nucleares de la cúpula del ejército israelí. Sansón fue un líder de Israel, un “juez”, en los tiempos bíblicos de la guerra entre israelitas y filisteos librada a finales de la Edad de Bronce, esto es, en el siglo XIII o XII a.C. Al igual que Hércules, Sansón estaba dotado de una fuerza sobrehumana, que le permitió matar a todo un ejército de filisteos, al parecer de mil hombres, eliminándolos con la quijada de un asno. Tras caer en manos del enemigo por un acto de traición, fue encarcelado en el enorme templo principal de los filisteos. Cuando ya no pudo escapar, utilizó las fuerzas que aun le quedaban para derribar con sus brazos los dos poderosos pilares que sostenían el techo del edificio. Todos los filisteos aptos para el combate perecieron con él.

¿Otorga la capacidad nuclear de Israel a la derecha radical israelí una sensación de invencibilidad, así como la suficiente confianza de que pude dictar las condiciones de paz, con o sin Estados Unidos?

Los analistas radicalmente proisraelíes afirman en ocasiones que las armas nucleares de Israel le han otorgado una “opción Sansón”: la certeza, utilizable como arma estratégica, de que si Israel pereciera, sus enemigos perecerían con él. El momento en que puede ejercerse esta opción dependería de lo que el gobierno israelí de turno considerara una amenaza a la existencia de Israel, que podría incluir la imposición de la solución de los dos Estados para Palestina o Eretz Israel o el Gran Israel por parte del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Los mitos pueden ser una fuente de poder; la amenaza creíble de suicidio a gran escala al estilo de Sansón puede abrir amplios espacios estratégicos, lo suficientemente amplios quizá como para permitir a Israel purgar Gaza de su población infestada de militantes de Hamás, haciéndola inhabitable para siempre. Si se considera a Israel lo suficientemente loco como para morir por una franja de tierra o para arriesgar su existencia a fin de no tener que hacer concesiones a un enemigo como Hamás, entonces el país puede lograr, mucho antes de ejercer realmente su opción nuclear, disuadir a países circundantes como Irán o a ejércitos hostiles como Hezbolá de que respondan a los llamamientos de sus poblaciones para que se produzca una intervención militar por su parte para detener la destrucción masiva de la población de Gaza perpetrada por Israel.

¿Ha perdido Estados Unidos el control de su protegido, se ha convertido el sirviente en amo y el amo en sirviente? No es inconcebible que el desacuerdo mostrado públicamente entre los dos hermanos de armas, hasta ahora inseparables, no sea más que teatro, un teatro ingeniosamente escenificado para disimular la responsabilidad de Estados Unidos en la matanza de Gaza. Sin embargo, no tenemos la absoluta certidumbre de que sea así, ya que la divergencia de las declaraciones públicas entre los dos países sobre los objetivos de la operación militar especial en Gaza crece día a día. ¿Está obligado Estados Unidos, chantajeado por la amenaza de un Armagedón en Oriente Próximo, a facilitar una victoria israelí a cualquier precio de acuerdo con las preferencias de Netanyahu? ¿Otorga la capacidad nuclear de Israel a la derecha radical israelí una sensación de invencibilidad, así como la suficiente confianza de que pude dictar las condiciones de paz, con o sin Estados Unidos, y desde luego sin que los palestinos tengan nada que decir? ¿Confirma ello la noción israelí, mantenida desde hace décadas o tal vez propiciada originalmente, de que la supervivencia de Israel no depende de la reconciliación con sus vecinos, sino únicamente de su superioridad militar? En todo caso, el coste político para Estados Unidos de no poner fin al baño de sangre de Gaza es enorme, ya sea porque no quiere o porque no puede, lo cual rige tanto moralmente, aunque tal vez ello no suponga una pérdida enorme, como, lo que es más importante, estratégicamente: la nación indispensable (Obama) se muestra indefensa ante la desobediencia descarada de su aliado internacional más próximo. Ello no se antoja un buen augurio para el lugar que Estados Unidos puede ocupar en el nuevo orden mundial emergente tras el fin del fin de la historia.

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