“No se rindan” retumbó en el parque central de Huixtla, Chiapas.

Era la voz de las madres de migrantes desaparecidos dirigidas a los partícipes del éxodo centroamericano que atraviesa México con una fuerza de siete mil personas.

Minutos antes, las 30 mujeres que llegaron de Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua para buscar a sus hijas e hijos desaparecidos, fueron arropadas por los viajeros que las adoptaron al instante, llamándolas “madre” aun cuando no hubiera vinculo sanguíneo que les uniera.

Algunas lágrimas brotaron de los ojos de ambos grupos, los que esperan llegar a Estados Unidos y las que buscan sin detenerse. Todos como un sólo país, sin divisiones, sin fronteras, sin odios.
No hay nada que les separe, comparten el dolor de decir adiós a las personas que mas aman a causa de la pobreza y la inseguridad. Comparten la angustia, los llantos contenidos y externados, las heridas de la ausencia.

“Necesitan apoyo, necesitan que al menos le den una visa de trabajo porque ellos no pueden regresar a nuestro país por la delincuencia y también porque no hay fuentes de trabajo”, exigió una de las madres migrantes frente a sus miles de hijos putativos.

Al final, fuego, de ese que ilumina, que reúne a las familias a su alrededor. De ese que calienta los corazones. Al final velas, cual si fueran un camino y al mismo tiempo un recuerdo de aquel viajero, como ellos mismos, que perdió la vida a mitad de la carretera.

Publicado originalmente en Movimiento Migrante Mesoamericano