Película mexicana (Michel Franco, 2017), estrenada en el último Festival de Cannes donde obtuvo el Premio del Jurado.

Una mujer mayor, (Ema Suárez) se enfrenta a la juventud de sus dos hijas, Valeria (Ana Valeria Becerril) y Clara (Joanna Larequi) quienes viven en un Puerto Vallarta idílico, Valeria está embarazada a los 17 años y Clara sobrevive a su gordura preparando comida mientras escucha los jadeos de placer de su hermana  al tener sexo con Mateo (Enrique Arrizon), el futuro padre. No se sabe por qué han decidido tener al bebé a tan inexperta edad, lo que sí sabemos es que son dos jovenes rodeados de fiesta y que no saben trabajar. Clara sólo existe para ser testigo de las aventuras de su hermana, también es la que llama a la madre para que venga a  ayudar a las hijas en tan peculiar situación. Se aparece la mamá para armar un cuarteto donde la solidaridad femenina no existe, tampoco la empatía, mucho menos el instinto maternal. La trama sirve para ir construyendo el golpe de efecto, sobre el que gira toda la película, que busca escandalizar al espectador pero que en la sala de cine tan sólo provoca risas e incredulidad. Sin embargo, es una película que viene precedida por un prestigioso premio en Cannes, de un director ya asiduo a ese festival, pero en la pantalla tenemos a tres mujeres y un joven adolescente que se entretienen con la recíen nacida, quien nada más sirve para molestar con su llanto constante. No profundiza en las relaciones, por lo tanto no conocemos a los personajes, nos quedamos en la superficie de los acontecimientos, el conflicto de estas mujeres nos resulta distante, ajeno y no llega a las emociones. Ni siquiera en el momento de golpe de efecto se logra. Me resulta dificil entender de qué va este tipo de cine, pero sobre todo desde dónde me están contando esta historia y qué quiere decir el director con todo esto. Las hijas de Abril resulta un melodrama tremendista sin música.