Las caravanas de Trump

César Romero

Tres notas de contexto y tres ideas para entender la crisis de la soberanía nacional mexicana:

1.- Centroamérica. Más o menos desde siempre, países como El Salvador y Honduras han sido naciones de migrantes. La pobreza y falta de oportunidades son endémicas en sus sociedades. Y al menos desde hace varias décadas también lo han sido la violencia y la descomposición social provocada por el crimen organizado. La añeja y ominosa influencia de la peor versión del imperialismo yanqui en la región ha favorecido, además, la corrupción de sus autoridades y la debilidad de sus instituciones, lo cual los perfila como auténticos “Estados fallidos”.

Mientras al interior de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) se debatía si la condición legal de ese flujo humano hacia el norte debe ser la de “refugiados” y no solamente la de “migrantes”, en 2017 y 2018, la decisión de la Administración Trump de que los niños detenidos en la frontera fueran separados de sus padres generó amplio rechazo en la opinión pública internacional.

Lo relativamente nuevo es el surgimiento de “caravanas migrantes” que, en grupos numerosos y muy visibles, recorren cerca de cinco mil kilómetros con la intención de entrar a territorio estadounidense. Ello, en el marco de una virulenta retórica antiinmigrante impulsada en todo el mundo por las fuerzas políticas —algunas visibles, otras aún ocultas— que llevaron al poder a Donald Trump en Estados Unidos.

2.- México. Luego de más de una década en que son más los mexicanos que regresan a su patria que los que se van pa´l norte, el principal fenómeno migratorio en el país en los últimos años ha sido el tránsito de personas de otras nacionalidades, casi siempre al amparo del desinterés, patrocinado por el crimen organizado internacional, de las autoridades correspondientes.

Con la llegada de la 4T a Palacio Nacional se renovó una retórica oficial que hablaba de combate a la corrupción de autoridades migratorias, y un escrupuloso respeto a los derechos humanos de nuestros hermanos centroamericanos. Lo cual —de acuerdo con la narrativa dominante sobre el tema—, se convirtió en “la invitación” del nuevo gobierno que abrió la puerta a un creciente flujo de familias que, según Trump, se ha convertido en una peligrosa invasión de criminales extranjeros que amenazan la grandeza recuperada de Estados Unidos.

Antes los permanentes ataques y amenazas del presidente Trump, por conveniencia o convicción, la principal estrategia de Andrés Manuel López Obrador ha sido la proclama de que con “amor y paz”, sin pelearse y “con la mano abierta” todo se solucionará.

3.- Estados Unidos. Contra todos los pronósticos, Donald Trump llegó a la Casa Blanca porque supo detectar y aprovechar un amplio sentimiento social de frustración y resentimiento en contra de las viejas formas políticas, la globalización económica y diversos avances sociales en materia de equidad de género y apertura de oportunidades para las minorías étnicas.

Desde el primer momento que anunció su aspiración presidencial, utilizó a los mexicanos de la misma manera que la Alemania nazi utilizó a los judíos, dándole así un blanco fácil a los grupos racistas y promotores del odio, gracias a los cuales pudo arrebatar el control del partido republicano a su élite tradicional.

En un país en el que, para el oído del ciudadano medios, los términos mexican e immigrant son prácticamente sinónimos, Trump tiene en México su principal bandera electoral. Presionado por sus constantes fracasos político y acorralado por el avance de la oposición demócrata, Trump utiliza el tema migratorio como su principal bandera rumbo a su posible reelección del primer martes de noviembre de 2020.

¿Qué hacer?

La “negociación” en Washington (por llamarle amablemente lo que fue una clara imposición forzada por la amenaza de sanciones fiscales sin sustento legal alguno), constituye uno de los mayores golpes contra México desde el surgimiento del “nacionalismo revolucionario”, como pilar ideológico del viejo régimen. Un concepto que, por cierto, es compartido plenamente por la mayor parte de quienes encabezan la 4T.

Más allá de que las nuevas obligaciones de México —enviar 6 mil soldados con otro uniforme a la frontera sur y recibir en el país a todos aquellos que soliciten asilo en Estados Unidos—, los “acuerdos” con la Administración Trump provocaron un reajuste al interior del equipo del presidente López Obrador. Será Marcelo Ebrad, quien desde la cancillería, se convierta en la principal figura del gabinete mexicano. De su administración de esta crisis depende su futuro político.

El ultimátum de 45-90 días del gobierno de Estados Unidos muy probablemente será el preámbulo de una especie de pesadilla que durará hasta enero de 2021. Y si Trump gana la reelección, durante 4 años más.

Sin duda se avecinan tiempos interesantes en los que las batallas políticas irán mucho más allá de los memes sobre los cacahuates.

La carta nacionalista.  Aunque desde una visión de realpolitik es entendible el pragmatismo que llevó al gobierno mexicano a hacer todo lo necesario para complacer a Trump, sería poco más que ingenuo pretender que una estrategia donde la repetición mediática logre convencer a la sociedad de que “México ganó” algo más que un respiro de unas pocas semanas.

Que la inequidad económica entre ambos países es enorme, tampoco es nada nuevo. Pero ello no impidió al viejo sistema abrirse márgenes en la relación binacional a partir de casos como Cuba, Nicaragua y el propio El Salvador. El gobierno mexicano necesita saber aprovechar sus cartas en un entorno internacional en que claramente el señor Trump es el villano favorito.

Las alianzas políticas.  Ni a la diplomacia tradicional ni a la retórica juarista les alcanza para valorar cabalmente la importancia de un hecho básico: Donald Trump es el presidente más impopular de la historia reciente de su país.  Sus innumerables escándalos y oscuro pasado lo tienen en desventaja en casi todas las encuestas. Tan sólo esto bastaría para considerar las lecciones que nos dejó el propio Trump con su visita a Los Pinos en la pasada campaña presidencial de su país.

Si bien es cierto que el músculo político de la comunidad de origen mexicano radicada en Estados Unidos no es particularmente grande, no debería hacerse a un lado que se trata de 35 millones de personas, que representan una economía casi del tamaño de la mexicana y que la mayoría pueden votar allá.

De hecho, los latinos —mayoritariamente mexicanos— son el segmento electoral más cotizado en el sistema político estadounidense.  Los ejemplos de lo que es posible lograr jugando con las mismas reglas del propio establishmentestadounidense son abundantes. Lo alcanzado por los lobbies judío, cubano, irlandés, británico e incluso chino y árabe es clarísimo. Todo es cuestión de ponerse a trabajar.

Una narrativa ganadora

Más allá de reconocer la importancia de contar con una amplia base social de apoyo con la que puede llenarse cualquier plaza, y de la innegable fortaleza de su ejército de seguidores desde “las benditas redes”, e incluso, del muy probable soporte (con dinero o sin dinero) de la vieja maquinaria mediática, parece necesaria la construcción de una narrativa pública que sirva para ganar los consensos sociales necesarios para salirse del juego de Mr. Trump.

Atender el origen verdadero de las caravanas, los niveles reales de la amenaza que representan los niños migrantes, develar quiénes son los grandes ganadores del déficit comercial, descubrir los niveles de interconexión entre ambas sociedades, son solamente algunos puntos obligados entre las tareas urgentes a realizar.

En suma, en esta era de las posverdades cuando una simple anécdota puede determinar si México se somete a la condición de “tercer país seguro”, o si “la hojita de Trump” contiene algún tipo de secreto verdadero, la actual coyuntura representa una oportunidad auténticamente histórica.

Este material se comparte con autorización de UNAM Global

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