Un libro para escuchar al 132

Mariana Favela

México, Distrito FederalDurante las actividades del primer aniversario del movimiento #YoSoy132, a finales de mayo, se presentó el libro «#YoSoy132, Voces del movimiento», escrito por Desinformémonos, coordinado por su directora, Gloria Muñoz Ramírez, y publicado por la Editorial Bola de Cristal. 

Durante el evento, realizado en la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México, la estudiante Mariana Favela, integrante del movimiento, hizo una presentación donde afirmó que el 132 «son todos aquellos que se conmueven con este sueño, somos quienes sentimos hablar nuestra voz cuando en la Ibero le gritaron «asesino» en la cara a Peña, son los niños que marcharon por primera vez, son quienes colgaron en una estatua en la sierra de Guerrero un letrero que decía #YoSoy132. Son, por supuesto, nuestros maestros y periodistas, quienes al negarse a decirnos qué hacer, nos enseñaron»

Hace un año, en el país del despojo y de la muerte, como un mar sin forma nos encontramos haciendo calle. Somos la generación que llegó a un mundo donde la esperanza había sido empeñada. Una generación que algo inesperado logró reunir. La chispa que prendió el fuego con el que desde entonces ardemos es la dignidad, esa que se hizo grito en la Ibero, esa que nos dio valor para empezar a hablar. Y apenas buscábamos el aire para tener la voz cuando el juicio fatal de intelectuales, periodistas y comunicadores ya se había apresurado a estudiarnos, explicarnos y, en el peor de los casos, a dictarnos qué hacer. A diferencia de éstos, Desinformémonos se apresuró pero no a hablar por nosotros, sino a escucharnos.

Por eso lo primero es un agradecimiento sincero y franco, porque al escucharnos nos ayudaron a hablar. En medio de la vorágine y de la efervescencia hicieron lo que por entonces nadie podía hacer: nos sentaron. Hablábamos hasta que la luz devoraba la noche pero nunca sentados, siempre en marcha, siempre andando.

Lo segundo es un reconocimiento porque incluso sentados, escuchar -no entender, sino sólo escuchar al movimiento-, es de por sí complicado. Es complicado porque no hay una voz o una idea; lo que hay es una emoción común. Un sentimiento de esperanza y de indignación que nos obligó a buscar semánticas donde esa bomba de diversidad pudiera desplegarse.

Esas semánticas o lenguajes de lo común tuvieron su lugar privilegiado en el arte, la gráfica, la música, la danza, el teatro y la poesía, pero cada vez que se nos obliga a traducir eso al discurso convencional de la política es como si el movimiento se resistiera a ser capturado. Como si el costo de ir tejiendo entendimiento entre nosotros fuera una suerte de inaprehensibilidad; que dicho correctamente significa sólo que nuestra palabra no se deja apañar por quienes quieren que cantemos todos al mismo ritmo. El 132 gritando rebeldía en las calles es un escándalo; agarrarle la melodía, escucharla, no es cosa fácil. Ponen en su contraportada que ustedes a eso le llaman «Periodismo de base». A mí las bases, como las cúpulas, no me gustan nada. «Periodismo de base» suena muy serio pero no alcanza a nombrar lo que hicieron, que fue callar su propia voz y escucharnos con el corazón.

Me perturbaría pensar que esas voces quedaron atrapadas en la cuadratura del libro de no ser porque en éste se viven los diálogos convulsos de nuestras discusiones. Dicen por ahí que nuestros dos principios son el pacifismo y el apartidismo, lo que no se dice es que el principio que nunca se discute pero siempre se cumple es el de la contradicción. Contradicciones que para los defensores acérrimos de la lógica -dentro y fuera del movimiento- son nuestro peor defecto, nuestra cruz. A mí me parece lo más hermoso, no sólo lo más honesto sino lo más bello del movimiento, porque estoy convencida de que es en esas contradicciones y ambigüedades que nos hallamos los distintos. El libro, como el movimiento, está lleno de discusiones abiertas, opiniones encontradas y preguntas, muchas preguntas. Sus líneas son un paseo por nuestras diferencias.

Debo confesar que a ratos me incomodaban las preguntas, sobre la identidad por ejemplo; pero leer a mis compas responder que la identidad no está definida o que es algo diferente en cada una, un año después me hace sentir que todo, absolutamente todo, ha valido la pena. Que nada, ni la represión ni la campaña de odio y desesperanza nos van a poder arrancar esto. Que al final del camino, nuestro sueño sigue vivo, que podemos imaginar cualquier horizonte posible porque no hemos cedido en eso, en la apuesta más fuerte; en defender la realidad de lo posible. Seguimos soñando un México donde quepan nuestras diferencias.

Quien lea el libro se encontrará en voces y caminos distintos una historia común, la de la marcha más importante que caminamos, esa que nos llevó del exilio a la comunidad. «Todos somos frijoles», se lee por ahí; somos los frijoles del arroz, somos los inadaptados, aquellos cuyo sueño andaba solo y de pronto, en un verano mágico, nos encontramos. Si México es el mismo después de la primavera de la esperanza, nosotros no. Somos distintas porque ahora estamos juntas, y de noche o de día; en asambleas, marchas, calles, redes, casas o cualquier rincón donde podamos amarrar nuestra disidencia, donde podamos sembrar y cuidar nuestras rebeldías, desde ahí, sin importar quién mire, seguiremos caminando juntos.

Hay preguntas que como fantasmas nos rodearon siempre aunque nunca aparecieron en los titulares; porque no venden, pero sobre todo porque lo realmente subversivo es que existan personas de todas las edades en distintos lugares que se preguntan qué política queremos y qué poder queremos crear. Preguntas más fuertes que cualquier respuesta porque en ella cabemos tantos como queramos hablar. Acá se lee una parte, un momento de un movimiento que desbordó imaginarios. Un sueño tan libre que no cabe en etiquetas fijas, en identidades idénticas ni en versiones únicas.

No cabe tampoco en dos pastas, de ahí que un libro franco nos cuente eso. Gracias por un libro que nos recuerda que para saber en serio qué es el 132 habrá que escucharnos todos y buscar la respuesta en cada una. Para mí el 132 no son las asambleas ni los voceros, son todos aquellos que se conmueven con este sueño, somos quienes sentimos hablar nuestra voz cuando en la Ibero le gritaron «asesino» en la cara a Peña, son los niños que marcharon por primera vez, son quienes colgaron en una estatua en la sierra de Guerrero un letrero que decía #YoSoy132. Son, por supuesto, nuestros maestros y periodistas, quienes al negarse a decirnos qué hacer nos enseñaron. El 132 es un sentimiento, es la esperanza, son y seremos todos los nombres que estando juntos no queramos ser uno.

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