Foto: Un hombre empuja la silla de ruedas de una persona dependiente. No CC. (David F. Sabadell)
Este verano hemos podido escuchar muchos números “récord”, no solo en los juegos olímpicos, también por las temperaturas, lamentablemente, dado que el calentamiento global una vez más ha alcanzado un hito nefasto. El pasado 22 de julio, el Servicio europeo de cambio climático Copernicus registró una temperatura media global diaria de 17,16 °C, superando el récord anterior de 17,08 °C del 6 de julio de 2023.
Si esto no fuera suficientemente preocupante, la organización internacional Global Footprint Network, informa que los países alcanzan el día de la Sobrecapacidad de la Tierra cada año más temprano; en 2024 esta fecha ha sido el 1 de agosto. Se trata de un dato que empezó a calcularse en 1970 y sirve para alertar sobre la insostenibilidad del ritmo de consumo actual, puesto que es la fecha en que se consumió todos los recursos que el planeta puede generar en un año. En otras palabras, este año hemos sido capaces de agotar los recursos planetarios en siete meses. Sin embargo, se trata de una media entre países, en realidad la fecha varía para cada país y se calcula cada año dividiendo la biocapacidad del planeta entre la huella ecológica de la humanidad, y posteriormente se multiplica por los 365 días del año.
No es casualidad que países como Estados Unidos demanda 5 veces más recursos de los que su territorio genera en un año; España consume 2,5 más
La WWF explica que, desde un punto de vista económico, sería como “agotar el saldo disponible y entrar en números rojos”. De media, a nivel global se necesitaría 1,75 planetas para satisfacer las demandas de recursos naturales. Cabe señalar las diferencias mencionadas anteriormente más entre los países, entre sus economías. No es casualidad que países como Estados Unidos demanda 5 veces más recursos de los que su territorio genera en un año; España consume 2,5 más, mientras que otros países no llegan a “gastar” su límite anual.
Un estudio de Oxfam Intermón publicado a finales de 2023 revela que en 2019 “el 1 % más rico de la población mundial generó el 16 % de las emisiones de carbono a nivel global, tanto como el 66 % más pobre (5000 millones de personas)”.
Los datos son abrumadores, y es más, el 60 % de las emisiones son generadas por el 10 % más rico de la población que se ubican en países con rentas altas. Además, tanto los súper ricos que pertenecen al 1%, como los ricos del 10%, tienen una significativa influencia a nivel político, puesto que un tercio de las principales empresas de comunicación que producen contenidos están en manos milmillonarios particulares, como en el caso de Rupert Murdoch, cuya familia controla Fox News.
Las catástrofes climáticas son en aumento, y es patente que los causantes directos son los multimillonarios y en general los países ricos. En otras palabras, los que son la causa principal del cambio climático no sufren sus consecuencias directas, y fomentan decisiones que no respaldan las políticas para arrestar la crisis climática o las desigualdades. Por el contrario, los países menos responsables del calentamiento global no solo están sufriendo las peores consecuencias, sino que tienen menor capacidad de recuperación. Este fenómeno que afecta principalmente el Sur global implica también un mayor impacto sobre las mujeres, puesto que las personas más vulnerables son aquellas que viven en condición de pobreza, y según los datos de la ONU el 70% de las personas pobres en el mundo es representado por mujeres.
En este contexto, es evidente que hablar de “huella ecológica” es reductivo e insuficiente, tratándose de un indicador ecológico que representa la situación de insostenibilidad calculada como “el área de territorio productivo o ecosistema acuático necesario para producir los recursos utilizados y para asimilar los residuos producidos por una población definida con un nivel de vida donde sea que se encuentre esta área”. De esta forma, si bien el concepto hace alusión al saqueo de recursos operado por los países ricos, sigue sin proporcionar una visión más exhaustiva de la situación, es decir no muestra la forma parasitaria de la explotación y tampoco reconoce la imprescindibilidad de las necesidades humanas sostenida por los cuidados no remunerados.
Hay una dependencia real de la actividad económica de los cuidados desempeñados principalmente por las mujeres
En este sentido, Anna Bosch, Cristina Carrasco y Elena Grau señalan que en realidad se trata de una “huella civilizadora” (o huella patriarcal, o de cuidados), denunciando la falsa autonomía del sistema económico, es decir, la falsa autonomía del trabajo “productivo” que no podría desarrollarse si no existieran simultáneamente las actividades de cuidados reparadoras. Es decir, hay una dependencia real de la actividad económica de los cuidados desempeñados principalmente por las mujeres.
El debate sobre la sostenibilidad surge a partir de la definición de “desarrollo sostenible” del informe Brundtland (1987), donde se afirma que: “Está en manos de la humanidad hacer que el desarrollo sea sostenible, es decir asegurar que satisfaga las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer las propias”. El concepto resulta ambiguo, en cuanto señala límites, pero no absolutos; en otras palabras, acepta la existencia de límites, pero manteniendo el crecimiento económico. En 1992, en la Cumbre de Río, la participación de grupos comunitarios, movimientos ecologistas, feministas, ONGs para actuar contra la degradación ambiental, fomentó la adopción de un nuevo concepto de sostenibilidad que incluyera la integración de tres tipos de sostenibilidad: ecológica, social y económica.
Este planteamiento de la sostenibilidad “integral” implicó una crítica a la epistemología hegemónica; sin embargo, queda igualmente lejos de alcanzar una perspectiva realmente alternativa o radical. Los aspectos de género son inexistentes y no deja de presentar conceptos que están al servicio de la economía capitalista y con una visión instrumental de la naturaleza, que sigue siendo planteada como un concepto colonial e inscrita en un proyecto de conquista y explotación que sigue reproduciendo una racionalidad que impulsa las consecuencias más nefastas de la globalización neoliberal: un mundo donde una minoría especifica representada por varones occidentales de mayoría blanca detiene la riqueza y es responsable de la contaminación tanto como los dos tercios más pobres (o mejor, empobrecidos) de la humanidad.
Es por ello que se precisa una mirada realmente integral que denuncie la violencia sistémica que se materializa en deudas ecológicas no neutrales, es decir: la deuda ecológica con el Sur global en términos de extracción de recursos naturales como medios de producción y también medios de vida de los pueblos originarios; la deuda social por la plusvalía extraída de los cuerpos y las mentes de las personas trabajadoras en el sistema capitalista; y la deuda «encarnada» de cuidados, o sea de la reproducción no remuneradas que proporciona valores de uso y regenera las condiciones de producción, incluida la futura fuerza laboral del capitalismo.
La deuda de cuidados o “deuda patriarcal” representa la inmensa cantidad de trabajo de cuidados y energías afectivas que las mujeres han realizado a los largo de los últimos siglos para mantener la vida
En particular, como explica Cristina Carrasco, la deuda de cuidados o “deuda patriarcal” representa la inmensa cantidad de trabajo de cuidados y energías afectivas que las mujeres han realizado a los largo de los últimos siglos para mantener la vida, y que los hombres han realizado en una proporción más reducida, siendo más beneficiarios que contribuyentes. Es posible fomentar la sostenibilidad ecológica, pero sin tener en cuenta el modo de reproducción social será a costa de alguien. Si el precio de la sostenibilidad ecológica es el dominio patriarcal y colonial, es que no hay sostenibilidad. En los análisis ecológicos, así como económicos, ortodoxos, los cuidados no se toman en cuenta; el resultado es un análisis incompleto con un claro sesgo de género que no visibiliza el elemento que sostiene realmente el sistema, es decir los cuidados no remunerados desempeñados por las mujeres.
El trabajo de los cuidados es fundamental para la sostenibilidad de la vida y ha sido históricamente devaluado, de la misma manera que el trabajo de sostenimiento de los territorios y el mantenimiento de los ciclos naturales. Visibilizar el papel central de los cuidados es imprescindible, tratándose de un elemento que no solo sostiene el ecosistema y el mercado, sino que ha sido tradicionalmente desempeñado por las mujeres. Los cuidados son una necesidad básica y deben ser una responsabilidad colectiva, por lo que no puede haber sostenibilidad, ni justicia social, territorial o climática, sin sostenibilidad de la vida.
La crisis del coronavirus dejó claro una vez más, no solo que los intereses del capitalismo global son necropolíticos y que el “virus es el sistema”, sino también que los cuidados (en forma explotada de huella civilizadora) garantizan la continuidad de la reproducción social, incluso en situaciones extremas. La ausencia o incapacidad de las administraciones locales o estatales de responder a las necesidades colectivas incrementan la situación de vulnerabilidad, especialmente de las personas a riesgo de pobreza y exclusión social, entrando en un círculo vicioso, dado que la vulnerabilidad implica injusticia social por el aumento de inseguridad ligado a varias violencias estructurales (económica, institucional, de género, entre otras). Los cuidados constituyen la forma de supervivencia colectiva, por ello es fundamental una reorganización que impulse una corresponsabilidad activa capaz de romper con los mandatos patriarcales y coloniales.
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