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“La migración no tiene edad y por eso resisto”: Florencio dejó Venezuela en busca de una mejor vida

Diana Manzo

Juchitán, Oaxaca. Con un bastón, sombrero y su camisa de cuadros, Florencio Fernández “Lencho”, de 77 años de edad y originario de Venezuela, camina por las calles de Juchitán, Oaxaca, en busca de ayuda para el pasaje que lo conduzca a la capital oaxaqueña.

Lo acompañan su nieta Wilmary Fernández, de 21 años, Derwin Fernández, de 28, y su bisnieto Arturo Matías, de 3 años de edad. Los cuatro salieron de Yaracui, Venezuela, hace cinco meses en busca del anhelado sueño americano.

“Migrar es resistir”, dice Florencio, quien tuvo que abandonar su parcela de tres hectáreas donde sembraba maíz, frijol, garbanzo y otros granos en busca de una mejor vida. “Allá llegaba la gente mala y se llevaba tu cosecha, entonces eso ya no era vida. Un día llegó mi nieta Wilmary y me dijo que nos íbamos para Estados Unidos. Lo pensé mucho, pero acá estoy, ya en México, ya muy cerca”, explicó en entrevista.

A Oaxaca han ingresado por la frontera en los últimos tres meses alrededor de 200 mil migrantes de al menos diez nacionalidades, desde venezolanos, ecuatorianos, cubanos y hasta afganos, tailandeses y chinos.

“Es cansado el trayecto, caminamos hasta cinco horas y mis pies ya no rendían. Por fortuna soy un hombre de campo, subo y bajo caminos, entonces mis pies resisten, así como mi corazón por llegar a los Estados Unidos”, dijo.

Al llegar a México, le entró el sentimiento por una de sus canciones favoritas, la de “Cielito Lindo”, y también la de su artista consentido, ídolo del cine mexicano, que es Pedro Infante.

Mientras caminaba por las calles de Juchitán, se topó con personas altruistas, a quienes les confesó su sueño de tener una guitarra, pues la suya la tuvo que dejar en Venezuela por temor a perderla en el trayecto. Cuando se la consiguieron, Lencho se dedicó a cantar por un par de días hasta que juntó dinero para continuar su camino.

Y aunque no tienen ningún familiar que lo reciba en los Estados Unidos, su intención es llegar y trabajar. “Yo me pondré a limpiar terrenos o lo que sea, pero a Venezuela no podemos entrar, por eso reafirmo que migrar es resistir, resistir al calor, frío, el no comer, el caminar largos trayectos. El resistir nos llevará a conquistar la vida anhelada”, asegura.

En Juchitán, las personas migrantes como Lencho caminan por las calles, otros están en los cruceros limpiando parabrisas, se concentran en avenidas, casas en renta, hoteles y en un centro para migrantes que al día concentra entre mil y mil 500 personas. Autobuses salen a la capital de Oaxaca y otros a la Ciudad de México.

La sociedad civil se ha solidarizado, les obsequia comida caliente, ropa, zapatos, frutas y les regala monedas. Lencho dice que vienen más paisanos suyos, unos 30 mil, porque la vida allá en Venezuela, recalcó, “no vale nada”.

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