“La destrucción del Museo Nacional es destruir la memoria y la historia”

Alexandra Prado Coelho

El antropólogo Eduardo Viveiros de Castro habla sobre la destrucción del Museo Nacional en Rio de Janeiro y afirma que en Brasil “gobernar es crear desiertos”.

Eduardo Viveiros de Castro, 67 años, es uno de los más conocidos antropólogos brasileños, autor de varios libros y del concepto de perspectivismo amerindio (teoría a partir de la visión amerindia del mundo), y es profesor del Museo Nacional de la Universidad Federal de Río de Janeiro, la institución que en la noche del domingo para el lunes fue destruida por el fuego, que arrasó casi totalmente una colección de más de 20 millones de piezas con un valor incalculable.

—¿Cuál es la dimensión de la pérdida del Museo Nacional de Río de Janeiro para Brasil y para el mundo?

El Museo Nacional tal vez haya sido el lugar más importante de Brasil en término de su valor como patrimonio cultural e histórico, no sólo brasileño, sino mundial. Se trata de la destrucción del ground zero, el lugar central que era el símbolo de la génesis del país como nación independiente y contenía un acervo inestimable, no sólo del punto de vista de la historia de la cultura y de la naturaleza brasileñas, sino como piezas de significado mundial. Fue destruida toda la colección de etnología indígena, inclusive de varios pueblos desaparecidos; fue destruida toda la biblioteca del sector de Antropología y el Luzia, el fósil humano más importante y más antiguo de las Américas. Es una pérdida que no tiene cómo revertirse, no hay nada que se pueda hacer que mitigue, que amenice esa situación. Sólo se puede llorar sobre la leche derramada, que no ayuda en nada.

Las causas últimas de ese incendio todo el mundo sabe cuáles son. Es la indiferencia absoluta de éste gobierno, y de los anteriores, para con la cultura. El Brasil es un país donde gobernar es crear desiertos. Desiertos naturales, en el espacio, como la devastación de la Amazonia. Se destruye la naturaleza y ahora se está destruyendo la cultura, creándose desiertos en el tiempo. Estamos perdiendo con eso parte de la historia de Brasil y del mundo, porque se trata de testimonio con significado para toda la civilización.

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—Y por lo tanto es una pérdida con valor mundial.

—Con seguridad. Tiene impacto en Brasil, en Portugal, porque buena parte de la historia de Portugal estaba en ese museo también, visto que fue la residencia de D. João VI, y también de la historia mundial. La colección de etnología no tenía significado sólo para Brasil por el hecho de que los pueblos ahí representados habitasen esta parte del planeta, esos pueblos tienen significado para la historia de la humanidad. Más allá de eso, había piezas muy valiosas que no eran apenas de pueblos indígenas en el territorio brasilero, piezas africanas, egipcias, etruscas.


Es una pérdida incalculable que se explica -no se justifica, pero se explica- por la indiferencia absoluta que todos los gobiernos, y este gobierno ilegítimo en particular, hacia la que arrojan a la cultura, con ajustes drásticos en los presupuestos de cultura y de educación, amenazas de desmontaje de las universidad públicas (el Museo Nacional está ligado a la Universidad Federal de Río de Janeiro). Es un proyecto de devastación, de creación de desiertos, desiertos en el espacio y en el tiempo. La destrucción del museo es un desierto en el tiempo, es destruir la memoria, destruir la Historia.


—¿Y qué representa para usted en particular?

—El Museo Nacional abrigaba varios departamentos de la Universidad. Era un museo de exposición, pero también de investigación, yo hacía parte del sector de investigación, de un programa de doctorado en Antropología. Mi relación con la parte física del museo, con los objetos, era bastante menor que la de varios de mis colegas. La pérdida personal, inmediata, para mí es la de la Biblioteca de Antropología, que debía tener unos 200.000 títulos y que era un instrumento de trabajo fundamental para mi actividad como docente.

Esta pérdida me afectó de manera directa, perdimos toda una biblioteca construida a lo largo de 50 años. Como etnólogo, en lo relativo a la colección del Museo Nacional, significó la pérdida de toda la memoria material de esos pueblos que fueron destrozados por el colonialismo europeo y que estaban ahí como testimonios mudos de la historia siniestra que fue la invasión de América por las potencias europeas.

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—La biblioteca de Antropología tenía manuscritos, volúmenes insustituibles.

—Manuscritos menos, porque la biblioteca central del Museo Nacional ya no estaba en el edificio que fue destruido, estaba en un anexo, y es ésta la que contiene las obras raras. La del programa de doctorado era mucho más moderna, tenía toda la producción antropológica, sociológica, histórica de los últimos 50 años. Aunque teóricamente podría ser rehecha no hay dinero para hacerlo. El resto, los fósiles, las mariposas, los insectos, las colecciones de estudio, todo eso es insustituible.

—¿Qué se debe hacer ahora con este edificio quemado?

Mi voluntad, con la rabia que todos estamos sintiendo, es dejar aquella ruina como memento mori, como memoria de los muertos, de las cosas muertas, de los pueblos muertos, de los archivos muertos, destruidos en ese incendio.


Yo no construiría nada en aquel lugar. Y, sobre todo, no intentaría esconder, apagar ese evento, fingiendo que nada aconteció e intentando colocar ahí un predio moderno, un museo digital, un museo de la Internet; no dudo nada de que salgan con esa idea. Quisiera que aquello permaneciese en cenizas, en ruinas, apenas con la fachada de pie, para que todos viesen y lo recordasen. Un memorial.


—¿Esta tragedia puede abrir un debate serio en el Brasil sobre esa desinversión en la cultura?

—No, no lo va a abrir. Ya hubo incendios gravísimos de museos en Brasil, en el de Arte Moderno en 1978, en el Museo de la Lengua Portuguesa en San Pablo, ayer mismo hubo un incendio en una mansión histórica en el centro de Salvador.Pienso que no va a haber reflexión alguna, porque el país está sumergido en una crisis política, moral, cultural y económica gigantesca. Va a haber un griterío durante algún tiempo, lágrimas, chirriar de dientes, y en seguida se va a volver a lo que siempre fue: planos para el futuro que no se concretizan, palabras que se prometen y no se entregan. Tengo mucho miedo de que se intente vender el canto de sirena de la privatización de los museos, retirarlo de la universidad, transformarlo en una fundación privada. En fin, esta panacea de estilo americano que nunca funciona en el Brasil.

— Algunos dicen que más allá de la indiferencia del poder político hay un desinterés general de las personas, que piensan que la cultura no es la prioridad y que se debe gastar dinero en cosas más urgentes. ¿Ve eso así?

El Museo Nacional era altamente frecuentado, en parte porque la entrada era muy barata, se situaba en una zona popular de la ciudad, en el centro de un parque muy conocido. Curiosamente, este año en el Carnaval, una de esas escuelas de samba de Rio tuvo como tema los 200 años del Museo, con alegorías y fantasías que evocaban las momias, los dinosaurios. Él hacía parte de la cultura popular brasileña, de la cultura popular carioca, por lo menos.

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—Contando con esa ligazón afectiva, ¿el impacto de lo que aconteció no será suficiente para cambiar algo?

—No sabría decirlo. El lunes a la noche hubo una manifestación en el centro de Rio, en Cinelândia, bastante grande, unas 20 mil personas, esencialmente estudiantes universitarios jóvenes, protestando a partir del incendio del museo, pero generalizando para toda la indiferencia de este gobierno con la educación y la cultura.

Ciertamente las personas que están pasando hambre y están desempleadas no dirían que la cultura es la cosa más importante, pero la idea de que el pueblo desprecia la cultura no es verdadera. Quien desprecia la cultura es la burguesía, el agronegocio, los diputados ruralistas, los que están interesados en devastar el país para producir soja para venderla a China.

—Desvalorizando aún más los símbolos de la cultura indígena.

Los indígenas son la piedra en el zapato de la clase dominante, porque las tierras indígenas son públicas, no pueden ser privatizadas, y el proyecto de la clase dominante es privatizar el 100 por ciento de las tierras brasileras. Para ellos, los indios son un problema, un obstáculo, inclusive un escándalo, un símbolo del atraso del país, cuando en verdad deberían ser vistos como símbolo de un futuro posible de un país que está en un planeta que está siendo destruido por el llamado progreso.


Los indígenas son aquellos que consiguieron sobrevivir manteniendo un modo de vida menos suicida y son vistos como un pueblo del pasado. Una manera de rehacer este museo tal vez sería pedir a los pueblos indígenas brasileros que contribuyeran con su cultura material para rehacer por lo menos el acervo de etnología.


—Se habló mucho de la forma en que el incendio afecto la imagen de Brasil en el mundo. ¿Esto tendrá influencia en las próximas elecciones de octubre?

—El hecho de haber vivido una repercusión mundial muy grande tal vez haya sacudido un poco la conciencia de los políticos brasileños y sobre todo de los candidatos a elección. Ciertamente, ahora que comenzó la fase de debates entre los candidatos a la presidencia, el tema va a entrar en la agenda. No tengo duda de que todos van a hablar del Museo Nacional, ahora cómo van a hablar y qué es lo que van a decir es algo que es muy difícil de estimar.

—Con los sondeos dando ventaja a Jair Bolsonaro por encima de Lula, que se encuentra en la prisión y no podrá participar de las elecciones, estamos delante la posibilidad de la victoria de un candidato aún más preocupante para una política cultural.

—Ahí está la catástrofe absoluta. Soy una persona muy pesimista en general, pero no lo soy al punto de pensar que Bolsonaro va a ser elegido. Pienso que él no conseguirá ser elegido presidente del Brasil. Pero representa una parte grande de la población y el problema es que hay personas que lo votarían y que van a continuar ahí, y eso es muy triste.

Brasil está pasando por un proceso de polarización política muy grande, existe una camada subterránea fascista que era mejor haber dejado quieta y que está moviéndose. No es sólo en el Brasil, hay en el mundo entero un renacer de sentimientos fascistas, autocráticos, y eso aquí está representado por ese candidato repugnante que es Jair Bolsonaro, que defiende la tortura, elogia la dictadura, quiere armar a la población, y que se inspira en aquel loco patético que es Donald Trump en los Estados Unidos. Si él fuese elegido es el fin. Tomo un avión y me voy definitivamente, no sé para dónde, pero para algún otro lugar.

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*Traducción: Mariano Bussi

Publicado originalmente en Publico

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