La democracia del veneno

Carlos del Frade

Foto: Pablo Piovano

En la Argentina se venden de manera libre 5.264 productos comerciales de herbicidas, insecticidas y fungicidas.

55 de ellos tienen la calificación Ia, extremadamente peligrosos.

20 son categoría Ib, altamente peligrosos.

1.447 son categoría II, moderadamente peligrosos.

2.290 son categoría III, ligeramente peligrosos.

Suman 3.812 venenos más peligrosos que el glifosato que recibe la calificación IV, es decir que no ofrece peligro.

La democratización del veneno es consecuencia de la ampliación de la frontera agroindustrial basada en el modelo extractivista del sojalismo exacerbado, especialmente a partir de la segunda mitad de los años noventa.

Un modelo impuesto desde aquellos que tienen el poder suficiente para subordinar las economías de las naciones del tercer mundo.

Semicolonias que tienen la formalidad de países independientes pero que más allá de elegir gobernantes, celebrar fechas patrias y tener leyes propias, pero que son pensadas y estructuradas desde afuera.

Extranjerizan las riquezas y destruyen los bienes comunes.

Todo inmolado en el altar del dios dinero.

Empobrecimiento de las grandes mayorías y destrucción de la salud ambiental y personal.

Impacta la precisión del sistema de desinformación que nos presenta el problema serio, real y concreto del glifosato mientas oculta, deliberadamente, la democratización de 3.812 productos más peligrosos que el Roundup.

El gran negocio de 338 empresas que los venden en cualquier punto de la maltratada geografía argentina.

Ante el fenomenal negocio del veneno democratizado en una de las tantas semicolonias del mundo, viene bien recordar la dignidad de un científico.

– Mi nombre es Andrés Carrasco, fui presidente del Conicet y soy jefe del Laboratorio de Embriología de la UBA. Le dejo mis datos – cuenta maravillosamente el notable periodista de investigación que es Darío Aranda en una nota que reseña parte de la vida de este científico que decidió enfrentar a los intereses, los gobiernos y los investigadores que auspician la democratización del veneno en paralelo al modelo extractivista. En 2009, Carrasco denunció los efectos del glifosato en los embriones humanos. No se lo perdonaron nunca.

Lo censuraron, lo calumniaron pero él insistió: “Creen que pueden ensuciar fácilmente treinta años de carrera. Son hipócritas, cipayos de las corporaciones, pero tienen miedo. Saben que no pueden tapar el sol con la mano. Hay pruebas científicas y, sobre todo, hay centenares de pueblos que son la prueba viva de la emergencia sanitaria”.

Agregaba que “los mejores científicos no siempre son los más honestos ciudadanos, dejan de hacer ciencia, silencian la verdad para escalar posiciones en un modelo con consecuencias serias para el pueblo”.

Lamentaba que “el Conicet está absolutamente consustanciado en legitimar todas las tecnologías propuestas por corporaciones”.

Y cuestionaba el rol de la ciencia al decir que “habría que preguntar ciencia para quién y para qué. ¿Ciencia para Monsanto y para transgénicos y agroquímicos en todo el país? ¿Ciencia para Barrick Gold y perforar toda la Cordillera? ¿Ciencia para fracking y Chevron?”.

También reconocía que “mucha gente fue solidaria conmigo, piensa que lo que uno hizo tuvo importancia para ellos, tienen derecho a saber que hay instituciones del Estado que privilegian la arbitrariedad para sostener discursos, para que el relato no se fisure”, sostenía Carrasco que murió el 10 de mayo de 2014.

Hoy, siete años después, muchas organizaciones en distintos lugares de la Argentina y la Patria Grande levantan su nombre como bandera en defensa de la biodiversidad, la salud y el derecho al buen vivir como decía la constitución ecuatoriana de 2009.

Pero como ya fue dicho, en la Argentina contemporánea hay 3.812 productos comerciales de herbicidas, insecticidas y fungicidas que tienen toxicidad más peligrosa que el Roundup de Monsanto, según la información oficial del SENASA.

Es imprescindible parar semejante naturalización e impunidad del negocio de los venenos ambientales.

Por nosotros, por nuestras hijas, por nuestros hijos, por la historia de tanta dignidad acumulada como la lucha de Carrasco y por la necesidad de tener una nueva y definitiva oportunidad de buen vivir en la Tierra, como alguna vez dijera Gabriel García Márquez.

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