Nunca imaginé que mi ciudad furiosa guardaría silencio, se encerraría. Que sus calles estarían vacías, que sólo se escucharían los sonidos necesarios: los servicios de limpia, las ambulancias, el gas, las motocicletas de entrega a domicilio, comida o medicamentos, el señor de los tamales y el de los elotes…
Bueno…casi sin ruido.
No, está ciudad nunca se va a detener. Quedarse en casa no es una opción para estas personas:
En esta fase de la epidemia, el autódromo Hermanos Rodríguez se ha convertido en un hospital COVID; las únicas ruedas que escucharemos serán de camillas con pacientes. En el complejo cultural Los Pinos el personal de salud podrá descansar.
Camino por la zona de hospitales de Tlalpan y me doy cuenta que están en su ocupación máxima. Miro a los familiares sentados en la banqueta, de pie, desesperados. Esperan noticias, ellos tampoco se quedarán en casa. Saben que en cualquier momento saldrá una enfermera, un médico residente, un administrativo, a darles una notificación.
Por donde uno voltee se ven patrullas, policías, en algunas ocasiones los operativos de La Marina. Los puestos de comida que hay alrededor del Hospital Gea González tampoco han cerrado, hay menos gente y todo es para llevar. Sobre la banqueta un paciente tuvo que salir a comprar un medicamento, lo acompaña su hijo. Va con su bata azul y sostiene con firmeza el suero.
La tensión de este conjunto de nosocomios se altera con más tensión. Un camión de pasajeros se subió al camellón y se estrelló contra un árbol. Todos sacamos nuestro celular y grabamos.
Miramos con desconfianza a quien no trae cubrebocas, a quien lo trae, a quien tose, a quien estornuda y por supuesto, a quien, como nosotros, graba. En el cruce de la avenida San Fernando una enfermera nos ve con recelos. No dice nada. Sólo mira.
Y los policías nos piden identificación. Comprueban nuestros datos y bromean. Más adelante un viene viene nos pregunta qué hacemos ahí y qué queremos. Hay tensión en todas las miradas. Todos desconfiamos de todos.
Un cruce más, cerca del metro Chapultepec, cerca de los edificios que intimidan al Paseo de la Reforma. Los basureros están agotados, apenas terminan de limpiar y la basura acumula, otra vez y otra vez. Uno de ellos se limpia el sudor, el cubrebocas le incomoda. Él tampoco se quedó en casa, su labor es primordial en esta pandemia, su labor es uno de los ejes que los voceros gubernamentales presumen todos los días. ¿Durante esta pandemia cuántas veces hemos escuchado sanitizar?
Un hombre duerme, está recargado en la cortina de acero de un negocio.
Tal vez espera que, al despertar, al abrir los ojos, la cuarentena ya no exista.
Aquí es el punto del encuentro, o mejor aún, del reencuentro. En la terminal de autobuses de observatorio muchos trabajadores regresan con sus familias o retornan a trabajar. Pero ahora la mayoría de los autobuses están en silencio, guardados, esperan. Adentro de la terminal se oyen algunos pasos, afuera no; aguardan a los pocos viajeros los mismos puestos, la estación lanzadera a las colonias cercanas al Metro Observatorio.
Porque esta ciudad furiosa no puede parar, ni siquiera durante esta pandemia.
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