Estado Español. Las huelgas han sido un nuevo éxito de la política de movimiento. Que los ayuntamientos en manos de los conservadores hayan optado por encender la luz durante el día con el único objeto de intentar menguar las estadísticas que prueban la parálisis total del país es la mejor prueba. Manipulan de manera burda hasta las más elementales reglas de juego.
Pero si hemos dicho “huelgas” y no “huelga”, en singular, es porque, en realidad, esta huelga ha sido doble. Por una parte ha sido la huelga general convocada por los timoratos sindicatos españoles, siempre prudentes a la hora de convocar a la movilización social y que durante las últimas décadas han dejado la iniciativa a sucesivos gobiernos y partidos. Pero, por otra parte, también ha sido una huelga otra; una forma emergente de repertorio de acción colectiva que apenas ha comenzado a dar sus primeros pasos, pero que como hemos podido ver desde la anterior huelga del 29S madura a gran velocidad.
En efecto, la huelga general sindical está viendo emerger otro tipo de huelga: la huelga metropolitana del precariado, animada por redes de activistas que no han cesado de formarse, de agregarse, de recombinarse en los últimos meses. Este otro tipo de huelga ha desbordado el viejo repertorio de la parálisis del transporte, del paro fabril, del colapso de la producción provocado desde los centros de trabajo y ha puesto de relieve otro repertorio concurrencial, innovador, dinamizador y capaz de proyectar sinérgicamente la política de movimiento más allá de sus formas tradicionales: centros universitarios ocupados desde el lunes, huelgas de consumo, piquetes metropolitanos de jóvenes, migrantes, mujeres o gente mayor, la riqueza desplegada una vez más por esta multitud no conoce las limitaciones institucionales de la acción social concertada que en su día se instituyó con los Pactos de la Moncloa.
El progreso del nuevo repertorio no es fácil, todavía no está institucionalizado y apenas alcanza a definir una estrategia común. Por si fuera poco, la izquierda tradicional, tras años de resistencialismo y posiciones defensiva, no pocas veces lo ha atacado de manera visceral, ideológica, carente de alternativas que ofrecer más allá de la hegemonía que ha mantenido sobre el trabajo representado en las negociaciones (cada vez más distante y menos representativo del trabajo real). No importa, la ola de movilizaciones prosigue con éxito un camino que deja ya una estela de éxitos: el 29F, el 17N, el 15O, el 15M, el 29S…
Esta ola es imparable. No al menos mientras el régimen político no cambie de rumbo. Nada apunta a que será así. Ya en verano el mando blindó el régimen contra cualquier posibilidad modificando la Constitución de 1978 por medio del pacto entre el partido socialista y el partido popular. A pesar de la persistente reivindicación del 15M para modificar la ley electoral, los grandes partidos, obscenos beneficiarios de esta lógica, están dispuestos a seguir manteniendo esta piedra angular del mando mientras sea posible.
De hecho, sólo la movilización en la calle, la emergencia de nuevos actores, la disociación y el distanciamiento entre la constitución formal del gobierno y la constitución material de la sociedad, abren una posibilidad con futuro. La ruptura del régimen y la instauración de un régimen alternativo es cada día menos el deseo ideológico del revolucionario y más el imperativo de la situación cotidiana de la gente corriente. Quien quiera trabajo tendrá que organizarse en una cooperativa, quien quiera aprender tendrá que organizarse su propia universidad alternativa, quien quiera obtener cultura tendrá que compartirla. Este es el régimen político del común que progresa hoy en las calles.
Publicado el 02 de Abril de 2012