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Homo homini lupus est: trauma, niños enjaulados, y política de refugiados en Estados Unidos

Danica Jorden

Familiares de padres afectados por la deportación de sus hijos, junto a organizaciones comunitarias y aliados, protestan ante la Corte de Inmigración en Nueva York, el 15 de junio de 2018. Foto Erik McGregor / Sipa USA / PA Images. Todos los derechos reservados.

Bajo el sol del mediodía, en alerta por una hola de calor, cuatro hombres con piel rojiza y ropas sucias llevan a un perro enorme al veterinario. El termómetro marca 40º centígrados, y subiendo, y se anuncia la llegada de “Tiempo peligrosamente caluroso” para los próximos días.

«Parece un golpe de calor», dice la recepcionista, encogiéndose de hombros, y los presentes no parecen esperanzados. Alguien ofrece traducción al Español, pero al personal no le interesa. A los hombres, que cargan al Gran Danés –un mastín algo mezclado –insensible, con la piel floja colgando pesadamente –se les dice que pasen «por la puerta de atrás», y desaparecen detrás de un portón pesado.

A principios de esta semana, la junta escolar local designó a sus graduados más prometedores: casi ninguno. Uno va a recibir una “acompañamiento completo” a una universidad de la Ivy League; otro, recibirá una beca de $ 10.000 al año para ir a la mejor escuela en el estado. Y otro, en el espacio asignado a los proyectos con futuro, irá a instalar suelos, y espera poder permanecer en el país.

Hace dos años, ese último estudiante, Willian Ayala Esperanza (su apellido materno resultaba esperanzador), dejó a su familia en El Salvador y viajó juanto a un amigo a la frontera sur de los EE. UU. Se presentó, solicitó asilo, y su derecho de reunirse con un familiar residente en los Estados Unidos. Otro “menor no acompañado”, que vino también en un Kindertransport desde América Central, permaneció durante meses en un centro de detención, hasta que al final fue liberado.

La ley sigue permitiendo – o permitió – a menores de edad de cualquier procedencia inscribirse en la escuela, y él ha estado estudiando y trabajando para enviar remesas y mantener a sus padres, a la espera de que el juez decida si puede permanecer legalmente en el país, o si será deportado. La escuela lo identificó rápidamente como un niño prodigio, pero según sus profesores él se negó a aceptar la oferta de asistir a clases de matemáticas de nivel universitario, con el fin de concentrarse en aprender inglés.

El (DHS, por sus siglas en inglés) es el encargado de gestionar la inmigración en los EE. UU. La secretaria del DHS, Kirstjen Nielsen, (cuyo nombre no significará esperanza, como el de William, pero refleja el amor de sus padres por sus orígenes inmigrantes), declaró hace pocos días: «Las acciones ilegales tienen, y deben tener, consecuencias. No más pases gratuitos, no más cartas de excarcelación gratis».

 Mantienen a los niños encerrados en jaulas o, como el Departamento de Seguridad Nacional prefiere decir, en condiciones de “enjaulamiento».

Nielsen ha venido defendiendo la nueva política del gobierno, consistente en separar a los niños de sus padres refugiados, mientrtras éstos solicitan asilo. Mantienen a los niños encerrados en jaulas o, como el DHS prefiere decir, en condiciones de “enjaulamiento», donde funcionarios del Congreso y periodistas han sido testigos de escenas como las de jovencitos que luchan por cambiar el pañal de un bebé al que ni siquiera conocen, y donde la regla oficial es «No abrazar». Hasta ahora, por lo menos uno de los padres separados de sus hijos se ha suicidado.

Mientras el perro está siendo atendido, Donald Trump, presidente de los Estados Unidos, aparece en la televisión denunciando las políticas de sus predecesores  que han permitido a los menores solicitar asilo y estudiar mientras esperan el veredicto. En declaraciones a un grupo empresarial, Trump dijo: «Como resultado de estas lagunas legales, desde 2014 se ha liberado a alrededor de medio millón de unidades familiares de inmigrantes ilegales y menores centroamericanos dentro de los Estados Unidos, a un costo increíblemente grande para los contribuyentes».

El DHS no les hace daño a los niños, dice, los está protegiendo. “Los contrabandistas clandestinos explotan las lagunas legales y consiguen la entrada ilegal a los Estados Unidos, poniendo a innumerables niños en peligro durante el peligroso viaje a los Estados Unidos». Lamentando las leyes laxas del otro lado de la frontera, concluyó: «Intenta quedarte en México un par de días, verás cuánto dura eso», una afirmación que, inexplicablemente, recibió los aplausos de los asistentes.

¿Qué disuadiría a alguien, que se siente amenazado, de abandonar una región con la tasa de asesinatos más alta del mundo?

No son lagunas legales, sino obstáculos y barreras infranqueables lo que miles de familias están tratando de atravesar mientras negocian con un sistema de refugiados obtuso, que está incrementando el uso del trauma y del castigo como un elemento de disuasión. Pero, ¿qué disuadiría a alguien, que se siente amenazado, de abandonar una región con la tasa de asesinatos más alta del mundo? ¿Qué impedirá que los niños intenten unirse a sus familias, o que los padres saquen a sus hijos de una zona de guerra, o que intenten regresar a los Estados Unidos, cuando hayan sido deportados sin sus hijos norteamericanos, que en algunos casos han sido acogidos o adoptados por extraños?

«Odio a la gente así», dice alguien, refiriéndose a los hombres con el perro. ¿Qué? «Atreverse a dejar a un perro fuera, con este calor». Pero parece que también los hombres han estado trabajando al sol. «Ellos pueden elegir. Uno siempre tiene elección”.

Ya hemos visto esa película. Conocemos la historia. Reconocemos sus señales. Lo hemos vivido o, al menos, lo hemos escuchado contar a personas que conocemos y que estuvieron allí. Gente que aún vive, y que lleva las cicatrices, en Israel, en Alabama, en Bosnia, en Dakota del Norte, en Ruanda. Personas que fueron (que son) estigmatizadas por lo que parecen, por el idioma que hablan, por el trabajo que hacen, por su orientación sexual, por su capacidad o discapacidad. Personas que están siendo tratadas como infrahumanos.

Eso se ha estudiado y analizado, y se han aprobado leyes, y se supone que las señales deberían reconocerse para que eso nunca vuelva a suceder.

Es un día después, es también al mediodía, también es un día caluroso, si no más caluroso que el día anterior. ¡Últimas noticias!, anuncia la televisión. El presidente Trump, con la secretaria Nielsen a su lado, firmó, ante las cámaras, una orden ejecutiva para mantener juntas a las familias refugiadas. «Vamos a tener a mucha gente feliz», sonríe.

En el veterinario, no quieren decir si el perro sobrevivió. Pero la mirada pétrea en sus caras explica lo que al final pasó.

 

Publicado originalmente en openDemocracy

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