Hackear el sitio de la muerte

Claudia Rafael

La página web de Gendarmería fue hackeada como una suerte de grito desesperado para que Santiago aparezca. Como un tatuaje que irrumpió vertiginosamente en las entrañas de los desaparecedores. Como un bramido violento contra los exterminadores de utopías.

Urge hackear las instituciones que enarbolan la inequidad que construye un arriba y un abajo. Es apremiante hackear el desamparo y la indiferencia. Lanzar un alarido al viento que hackee de una buena vez las montañas de riqueza de los que mandan, para romper las murallas que fabrican la oscuridad de los huérfanos de pan y de agua. Hay que salir en bandada para atreverse a hackear los abajo de las autopistas. Y también las autopistas para que de una vez por todas haya un techo y unos cuantos troncos calentitos que entibien los pesares.

Se hace acuciante cimentar colectivos hackeadores capaces de romper para siempre la muerte de los pibes y las pibas de los arrabales.
Santiago no está y hay que hackear cada una de las decisiones de los poderosos que se ríen de la desaparición y la muerte de los ninguneados. Es imprescindible salir ahora. A las calles y a los túneles subterráneos para hackear el cielo también, si es necesario. Para que Santiago vuelva. Y con él vuelva el viejo López y regrese Miguel que hace 24 años fue devorado por las brigadas de los crueles.

Hay que hackear la muerte misma. Y a los discípulos obedientes de la muerte. Los que marcan la piel de los desesperados y los que torturan los sueños de los olvidados. Quebrar en mil pedazos el privilegio de los que desamparan. Desintegrar la apatía y hackear la neutralidad de los que se creen neutrales. Y se encolumnan del lado más atroz de la historia.

Es impostergable el desafío de hackear todo lo cruel hasta que estalle la vida misma y nazca de nuevo la memoria. Y para eso hay que hackear desmedidamente el miedo a los eternos fabricantes de miedo. Hasta que de una vez y para siempre la condición humana se enfrente a su propio espejo y sea capaz de engendrar la profecía de otro tiempo, en una nueva sociabilidad de iguales.

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