“Espero que te violen”: racismo y misoginia tras el arresto de Carola

Eva Serós Quintero

La capitana del Sea Watch, Carola Rackete, era detenida hace unos días por entrar sin autorización en el puerto de Lampedusa, tras 17 días de negativas por parte del gobierno italiano. Al margen de los apoyos y del reconocimiento a su valentía por parte de muchísimas personas, las críticas, reproches, amenazas y las penalizaciones por su desobediencia ganan por mayoría.

El arresto se producía entre abucheos machistas, xenófobos y racistas como “espero que te violen cuatro negros”, “gitana”, “primero los italianos”, “ponedle las esposas”, etc. Cabe, pues, preguntarnos de dónde surge este odio, ¿qué explicación podemos dar a la deshumanización que existe tras estos ataques y la misma detención? ¿cómo se puede llegar a tal grado de violencia por salvar 40 vidas?

La agresividad es opcional, tal y como indica el psicólogo Eliott Aronson, y el hecho de que ésta se exprese o no, depende de las experiencias previas de la persona, pero también en gran medida del contexto social específico en el que se halle. La siguiente pregunta es pues, cuál es el contexto social en el que nos encontramos en Europa para que las vidas de miles de personas no valgan nada y sus muertes sean justificadas con una falsa idea de seguridad.

Mi respuesta es sencilla, y considero que tiene que ver con dos factores principales: el primero es la imagen mediática (y social, por extensión) que se lanza de las personas migrantes, que anula toda su capacidad de agencia y acción; y el segundo, el miedo a perder los privilegios que los países europeos mantienen por encima de otros, y que favorece los discursos de odio entre la población.

Verbalizaciones como “los italianos primero” denotan la competitividad que se percibe frente a las personas migrantes, las homogeneiza, las posiciona como el enemigo

Hace apenas un mes, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) publicaba que se habían contabilizado 21.301 llegadas y 519 muertes en el Mediterráneo en lo que llevamos de año. Esto implica, aproximadamente, un tercio menos respecto de las llegadas registradas durante el mismo período del año pasado, y menos de cuatro quintos de las muertes. A pesar de que las personas que se suben a un bote para cruzar el Mediterráneo huyendo de sus territorios de origen ha disminuido, el número total sigue siendo escalofriante y ante ello, la imagen de “la invasión” sigue estando muy extendida.

Verbalizaciones como “los italianos primero” denotan la competitividad que se percibe frente a las personas migrantes, las homogeneiza, las posiciona como el enemigo, y además se hacen desde una concepción de la vida y los recursos europeos como legítimos tan solo para un grupo concreto de personas —como si los países occidentales y occidentalizados no hubiésemos saqueado y arrasado con los recursos naturales de territorios que no nos corresponden—. Por otro lado, este tipo de razonamientos se hace sin un ápice de empatía, la cual quizás nos ayudaría a entender mejor por qué tantas personas prefieren enfrentarse a la muerte antes que quedarse donde están, o a verles como sujetos políticos, que reaccionan, como agentes de acción que deciden arriesgar y desafiar las leyes.

Sin embargo, la imagen que se nos muestra en los medios sobre las personas migrantes, no lleva necesariamente a tal punto de odio y agresividad, hace falta algo más: el miedo. La creencia de que algo o alguien puede quitarte lo que crees poseer de manera natural, es decir, hablando en plata, hacer tambalear tus privilegios blancoeuropeos, genera, muy fácilmente, conductas agresivas.

La imagen que se nos muestra de las personas migrantes, no lleva necesariamente a tal punto de odio y agresividad, hace falta algo más: el miedo 

El miedo a dejar de formar parte de un grupo superior —aunque no haya sido por méritos propios, sino por la casualidad de haber nacido en un lugar concreto bajo unas circunstancias concretas— lleva a justificar lo injustificable, tergiversando la imagen del oponente. El ser humano no es violento sin más y, al menos en occidente, necesitamos poder atribuir nuestra ira a factores externos para restarnos responsabilidad, y así sucede, no solo en cuestiones de migración, sino en todo lo que rodea a la violencia contra las mujeres o personas LGTBIQ+, contra personas no blancas, contra personas discapacitadas o neurodivergentes, etc. La atribución de prejuicios negativos o la culpabilización de las víctimas son formas de justificación de la violencia que ejercemos por miedo a perder privilegios.

Sin embargo, volviendo al caso de Carola y el Sea Watch 3, los gritos propiciados hacia la capitana en el momento de su detención, no solo son producidos por el racismo, sino que reflejan la misoginia que atraviesa a la sociedad occidental y que no pierde oportunidad para denigrar a las mujeres solo por el hecho de serlo. Si Carola hubiera sido un hombre, ¿habríamos oído cosas como “espero que te violen”?, ¿habríamos oído acaso algún insulto directo a su persona?

Que Carola sea mujer, no es un detalle sin importancia, sino que intensifica las agresiones y abusos por su desobediencia. Los insultos contra la capitana son una suerte de desahogo contra un falso culpable. Carola Rackete no “trae” migrantes a costas europeas, pues como indica con datos la OIM y como bien sabemos todas y todos, las migraciones son una parte indisoluble de la realidad humana y los flujos migratorios no deberían ser un problema, así como no parecen serlo los flujos mercantiles. Responsabilizar a una sola persona de la llegada de 40 migrantes con la excusa del incumplimiento de las leyes de seguridad, como indicaba el propio Matteo Salvini en un tweet, es simplemente una muestra del odio misógino, xenófobo y racista oculto, aunque ya hayamos oído anteriormente comentarios sin ningún tapujo de este señor, por ejemplo, refiriéndose a los migrantes como “desgraciados” y “cantidad de carne humana”.

Así pues, ni la negativa del gobierno italiano a entrar en el puerto, ni el arresto de Rackete, ni las críticas a su decisión de desobedecer, ni los insultos, son hechos puntuales, sino que todo responde a una lógica social que se torna cada vez más peligrosa. Frente a esto, la solidaridad, la cooperación y la ayuda mutua, lejos de considerarse algo común en nuestras sociedades, acaban por ser signos de rebeldía, casos puntuales que se salen de las normas y que por ello son a diario sancionados, llegando incluso a poner en duda que salvar vidas sea lo correcto. 

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