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“En Brasil se asesina desde el poder con total impunidad”: Monica Benicio, viuda de Marielle Franco

Alberto Azcárate

Marielle Franco y Anderson Gomes, el chófer del vehículo oficial que la transportaba, fueron ejecutados el 14 de marzo de 2018 en Estacio, barrio céntrico de Río de Janeiro, en un “crimen de encargo” que apuntaba directamente a las milicias vinculadas con el presidente Jair Bolsonaro. Marielle contaba con 39 años, era una activista negra, nacida y criada en la favela da Maré, donde gozaba de gran prestigio. En las elecciones municipales de 2016 fue la quinta concejala más votada y en el momento de su asesinato estaba en el ejercicio de su primer mandato. Días antes de su ejecución, la concejala había criticado la violenta acción del 41º Batallón de la Policía Militar sobre los pobladores de Acarí, área de exclusión de la periferia carioca. Marielle se oponía explícita y tenazmente a la intervención militar sobre Río de Janeiro —que finalmente el parlamento aprobó— por considerar que afectaría fundamentalmente a los sectores pobres y marginados de la ciudad.

Gracias a las investigaciones de la policía civil, las sospechas sobre la responsabilidad del crimen no tardaron en posarse sobre el presidente Bolsonaro y su clan familiar, y sembraron indignación en amplios sectores de la sociedad. En la madrugada del 12 de marzo de 2019 eran detenidos dos ex miembros de la Policía Militar (PM), Ronnie Lessa y Élcio Vieira de Queiroz. Según los investigadores, el primero habría sido el autor de los 13 disparos que acabaron la vida de Marielle y de Anderson, y Vieira de Queiroz, el chófer del vehículo desde donde se consumó el atentado. Ambos estaban íntimamente relacionados con Bolsonaro y su familia.

Desde el momento de su ejecución hasta el presente, el poder militar, paramilitar y parapolicial que denunció Marielle Franco no ha hecho más que crecer en Brasil. Y las temidas milicias, oriundas de Río de Janeiro, hoy constituyen un fenómeno estatal, con amplia implantación hasta en los poderes del Estado, como denuncia la entrevistada.

Monica Benicio, la ex pareja de Marielle Franco, nació y se crio en la favela da Maré. Hasta el asesinato de su compañera no había participado activamente en política. Después del atentado, aceptó presentarse a las elecciones de noviembre de 2020 y salió electa concejala por el partido de izquierdas PSOL. Hoy hace explícito su compromiso con las mujeres, con los colectivos LGTBI, con la población negra e indígena y con los excluidos. Y denuncia que el poder judicial brasileño no solo no ha desvelado quiénes fueron los mandantes del asesinato de Marielle, sino que está siendo manipulado para evitar que los principales sospechosos sean juzgados.

El domicilio de la concejala Carolina Iara, perteneciente al colectivo trans, fue atacado a tiros el pasado 27 de enero. ¿Qué representa ese acto en la actual coyuntura política brasileña? 
Es extremadamente dramático, por la violencia ejercida. En Brasil se asesina desde el poder con total impunidad. Estamos en un país donde se ejecutó a una concejala democráticamente electa, episodio que continúa en las sombras. Con esta omisión, el Estado da carta blanca a este grupo que comete asesinatos como forma de acción política. Ese mensaje legitima la violencia que sufrió no solo Carolina Iara, sino también las concejalas Érika Hilton y Samara Sosthenes, del colectivo Quilombo Periférico. Esa violencia se ejerce sobre las mujeres, los colectivos LGTBI, la población negra, indígena y quilombola, y los pobres en general. Y señala ese “no lugar” que se asigna a esos segmentos de población.

Marielle Franco fue masacrada a modo de claro recado político, una ejecución sumaria para avisar que todo lo que esa mujer representaba no podrá ocupar espacio en la política institucional

El Gobierno de Jair Bolsonaro tiene asumida voluntad de anular esos cuerpos del debate y la política institucional. Marielle y Anderson Gomes [su chófer] fueron asesinados a las 21h en Río de Janeiro, una de las mayores capitales del mundo. Y con una metodología que no dejó la menor duda de que era un crimen político; como para que no se confundiera con una tentativa de robo, ni su cartera ni sus pertenencias fueron tocadas. Eso desborda los límites de un sistema democrático, lo que está en disputa aquí es democracia o barbarie.

El año de 2018 fue emblemático en lo que a ataque a los derechos humanos se refiere. En marzo, Marielle fue masacrada a modo de claro recado político, una ejecución sumaria para avisar que todo lo que esa mujer representaba no podrá ocupar espacio en la política institucional. Al mismo tiempo, convirtieron a Lula en un preso político y en ese mismo año Bolsonaro ganó la presidencia de la república. Y en este ciclo, aunque el prestigio de Bolsonaro haya decaído, por momentos da la impresión de que podría estar más fuerte de lo que a primera vista parece.

Enfatizas que esa violencia es para impedir el acceso de esos sectores a la política institucional. ¿No es incluso más que eso? Son voces que protestan y demandan, porque expresan segmentos significativos que padecen una flagrante desigualdad. 
Ese es justamente el proyecto político. A esa gente no se le está retirando solo el derecho a formar parte del debate institucional, se le está privando del derecho a la vida. Tanto es así que hay una voluntad por detrás del hecho de que el Gobierno haya negado dramatismo a la pandemia porque ¿cuáles son los sectores que más mueren durante la covid-19? Precisamente los cuerpos más fragilizados, los que tienen menos recursos, los más precarizados en los sistemas de saneamiento y de salud. Y también es un crimen no garantizar un ingreso básico para los que no se pueden quedar en casa a cumplir la cuarentena. Y esa negligencia no es casual o accidental, se trata de un proyecto de poder.  Bolsonaro no tiene ninguna preocupación por la vida de la población, muy por el contrario, el proyecto que él representa es neoliberal de ultraderecha, fascista. Él no tiene el mínimo compromiso con la vida, solo lo tiene con el beneficio económico de unos pocos, los que siempre detentaron el poder en este país.

La violencia política extrema es una constante en Brasil, pero sus instituciones no están integradas solo por bolsonaristas, ¿por qué el tejido institucional no reacciona ante tamaña violencia? 
Hay un hilo de complicidades entre los poderes. Esto acaba de confirmarse con la elección de Arthur Lira, aliado de Bolsonaro como nuevo presidente de la Cámara Federal. A contramano de eso, la sociedad civil se organiza y lucha oponiéndose a este Gobierno. Pero las instituciones continúan con el clientelismo característico de nuestra vida política. Tienen sus disputas de poder interno, claro, pero son secundarias, lo decisivo es que están todos al servicio de un proyecto neoliberal, pautado en el beneficio económico propio del capitalismo.

Las dirigencias evangélicas fueron un soporte fundamental para que Bolsonaro ganase las elecciones y posteriormente tuviese un marco de legitimidad. ¿Ha habido algún cambio en ese cuadro? 
A pesar del dicho “peor que ahora es imposible”, siempre se puede empeorar. Se ha consolidado una política de complicidades e intercambio de favores, que en aquel momento apenas se prefiguraba y hoy se conoce como “la bancada BBB” (“B” de boi como sinónimo de ganadero, “B” de bala, en alusión a las milicias paramilitares y parapoliciales y “B” de biblia). En Brasil, Estado y religión no están disociados y no porque la sociedad sea ingenua o ignorante, sino porque es inherente al proyecto de poder hegemónico. La variable económica tiene mucho peso en la relación del Gobierno con la bancada evangélica, que trabaja en favor de esos hombres blancos y ricos que deciden en Brasil. Hay áreas con fuerte influencia de religiones de matriz africana que están sufriendo quemadas y siendo invadidas y devastadas por las milicias. ¿Y por qué? Porque los que viven en esos territorios son negros y pobres. Y continúan sufriendo violencia sistemática por parte del Estado y de estas bandas parapoliciales y paramilitares. Está todo articulado, nada es casual.

El asesinato de Marielle [Franco] pretendía que las mujeres, el movimiento negro, el LGBTI, los favelados, la población pobre, todas esas variables que atravesaban el cuerpo de Marielle, diesen marcha atrás. Pero sucedió precisamente lo contrario: además de que su asesinato suscitó una gigantesca respuesta popular

Sectores empresariales y políticos podrían estar repensando la conveniencia de que Bolsonaro continúe en el Gobierno. ¿Qué fiabilidad y, sobre todo, qué consistencia le atribuyes a esos rumores? 
Estoy segura de que, de fondo, los empresarios no cuestionan la conveniencia de que Bolsonaro continúe en el Gobierno. Les conviene que él esté, ahí a pesar de que, efectivamente, también tienen que asumir perjuicios, ya que Bolsonaro es tan desastroso que hasta para ellos trae aparejadas algunas pérdidas devenidas de la caída del prestigio internacional del propio país. Lo que veo son movimientos destinados garantizar un ambiente donde los privilegios y el beneficio continúen intocables. Creo además que son conniventes con muchas prácticas gubernamentales que ya mencioné.

Con su desastrosa política ante la pandemia, Bolsonaro habría violado tantos artículos constitucionales que ya podría ser objeto de unimpeachment. Además, ha habido fuertes manifestaciones callejeras. ¿Por qué el mismo Congreso que no dudó en aprobar las investigaciones sobre la Operación Lava Jato, hoy se niega a tratar siquiera uno de los más de 60 pedidos de impeachment que tiene sobre la mesa?
Lo de Dilma [Rousseff], sin duda fue un golpe, claramente misógino, no se debió a irregularidades fiscales como se alegó, sino al imperativo de destituir de la presidencia a una mujer de izquierdas. Y visto el desdoblamiento posterior, con la prisión de Lula, se evidenció que había una orquestación entre esos procedimientos y el proceso electoral por venir. Eso es clave para entender lo que se ha construido políticamente en Brasil en este período. Y que ha dejado al descubierto la alianza con el juez Sérgio Moro [responsable del procesamiento de Lula] y a la postre “súper” ministro del Gobierno Bolsonaro.

La Operación Lava Jato apeló a la esperanza del pueblo en la lucha contra la corrupción, pero posteriormente dejó a la luz un entramado de favores y complicidades propios de la política brasileña. Moro filtró a los medios información procesual reservada sobre Lula y Dilma, con el cálculo preciso de que sirviera de combustible para inflamar la política de odio que se instrumentó a partir de ese momento. Ratificaron que la política está instalada en el ámbito de “lo sucio, lo corrupto” y, en un pase de magia, se ofrecieron como los salvadores. No en vano el juez Moro en algún momento fue coronado con el título de “héroe”, mérito que hoy, por los episodios posteriores que dejaron al descubierto esta trama, se ha revelado una falacia.

Nosotros sí sabíamos que había una orquestación brutal, pero el pueblo no. A posteriori, cuando se revelaron [a través del periódico The Intercept] los diálogos entre el juez y otros factores de poder donde aquel proponía que tenían “hacer un acuerdo con todos” [para hacer posible la destitución], se vio la intencionalidad claramente política de su accionar. Y es claro que Dilma cometió muchos errores, yo no voy a aplaudirla pero tampoco a cuestionarla; ni a ella ni a Lula, no es el objetivo de esta entrevista, pero sí diré que ambos hicieron muchas cosas positivas para las mayorías sociales, se equivocaron mucho pero también acertaron y trajeron cambios favorables y significativos. Y eso hay que reconocerlo. Tenían una política pautada en la inclusión, en el derecho a la vida. Y fueron víctimas de una maniobra que urdió arteramente escándalos políticos.

Brasil es un país en el cual la gente desde la más tierna infancia escucha en su casa que todos los políticos son corruptos y que eso jamás va a tener solución, que la política es un espacio sucio; y hablo desde el lugar de una mujer nacida y criada en la favela. Creo que esto es producto de un recado instalado extremadamente racista y de perfil colonial y que consigue que la mayor parte de la población no se interese por la política. Por ese motivo, esos cuerpos de los que venimos hablando, mujeres, LGTBI, negros, indígenas, no aspiran a disputar espacios de poder. Y nosotros intentamos cuestionar ese mensaje y ese orden, pero la respuesta desde el poder es violenta y apela a la forma más fácil de hacer política: el miedo. La receta está pronta. Eso es el gobierno de Jair Bolsonaro.

Traes a la luz un debate que en España ha sido muy intenso en los últimos años, a partir de la llegada de Podemos al Gobierno: si la política solo se dirime en el ámbito institucional, o si hay otras alternativas de transformación que no pasan estrictamente por lo institucional 
Jamás concordé con la afirmación de que hacer política es solo hacer política institucional. Nuestro cuerpo es la herramienta más poderosa que tenemos, y es por su intermedio que conseguimos hacer transformaciones de hecho, cuando lo ponemos al servicio de la lucha. Y yo, que sustento una posición feminista, anticapitalista y ecosocialista, lo hago desde mi condición de mujer lesbiana; coloco mi cuerpo en la calle asumiendo ese lugar, que es de vulnerabilidad. Eso es hacer política. Hacemos política de muchas formas y no solo a través de las instituciones. Por el contrario, creo que la mayor potencia de nuestro quehacer político se da en el día a día. Y las transformaciones solo podemos hacerlas a través de la organización, de un rescate del protagonismo de la colectividad, entendiendo que está en juego el derecho a una vida plena para todas las personas. Hoy, la articulación popular y los movimientos sociales en Brasil son los responsables de que este país no sucumba a las políticas del gobierno Bolsonaro y están consiguiendo al menos mitigar la tragedia que se está abatiendo sobre las mayorías…

¿Estás diciendo que, a pesar de los asesinatos, de la brutal represión, los movimientos sociales no se han quedado quietos ni retrocedido? 
Así es, sin ninguna duda. Los movimientos sociales están saliendo a la calle para exigir el impeachment, a favor de que los indígenas tengan derecho a habitar las tierras que Bolsonaro intenta sustraerles, los movimientos LGTBI no renuncian a manifestarse y rechazan “volver al armario”. Utilizaré un ejemplo práctico que en lo personal me toca obviamente, que es el asesinato de Marielle. Su ejecución traía un recado político que era que todo aquello que ella representaba diese un paso atrás. Que las mujeres, el movimiento negro, el LGBTI, los favelados, la población pobre, todas esas variables que atravesaban el cuerpo de Marielle, diesen marcha atrás. Pero sucedió precisamente lo contrario: además de que su asesinato suscitó una gigantesca respuesta popular, las mujeres negras salieron a exigir justicia, igual que la población LGTBI y otros colectivos, e hicieron frente a esa política autoritaria. El recado no funcionó, la respuesta vino a contramano de lo que el poder intentó sembrar. Y por eso Marielle hoy es un símbolo de resistencia y lucha, incluso hasta internacional, porque habla de una lucha que atraviesa muchos cuerpos, es un perfil de interseccionalidad, son múltiples identidades que convergen en ella. Los movimientos sociales se movieron con esa lógica y son los únicos que consiguen —de hecho— hacer oposición a este Gobierno y no respondiendo con odio a la política del odio que este insufla, sino con otra política pautada en el derecho a la vida.

Hacemos política de muchas formas y no solo a través de las instituciones. Por el contrario, creo que la mayor potencia de nuestro quehacer político se da en el día a día. Y las transformaciones solo podemos hacerlas a través de la organización, de un rescate del protagonismo de la colectividad

Candidatos de las milicias acaban de llegar a las instituciones por vía electoral. Además, altos jefes militares lanzan constantes amenazas hacia la sociedad, parecen apostar al poder persuasivo de la memoria de la dictadura militar. ¿Cómo se explica la llegada de aquellos siniestros personajes al poder político y el avance del fascismo, y cómo se puede detener y derrotar esa ofensiva? 
Las milicias hoy tienen alcance estatal, una amplia implantación institucional y un proyecto propio. Infelizmente, constatamos que son un brazo articulado, económico y político, del Gobierno. Eligen sus candidatos, controlan territorio y están empezando a marcar agenda política. Lo que está sucediendo en Brasil es de extraordinaria gravedad. Y los próximos años pueden ser mucho más dramáticos. Se parecerán a otros que ya conocimos cuando la dictadura militar, pero ahora algo diferentes, la violencia viene con requintes de crueldad y otros simbolismos.

A veces me pregunto ¿será que la mayoría de la población brasileña sabe a qué nos referimos cuando hablamos de fascismo? En 2018 escuchamos a algunos decir “vamos a elegir a un fascista”, dudo de que hubiera una comprensión cabal de la gravedad de ese gesto, porque no vivimos, como sí lo vivió Europa, ese régimen. Y cuando me preguntas cómo se puede parar esto, creo que solo es posible hacerlo organizándonos, articulándonos y entendiendo la envergadura de esa batalla. Y quizá ni se trate tanto de luchar contra el fascismo, sino más bien de defender la democracia, la vida. El dilema al que se enfrenta Brasil hoy es democracia o barbarie. El mes que viene se completan tres años de la ejecución de Marielle. Y seguimos esperando justicia, sin que el Estado haya revelado quiénes fueron los mandantes. Y sin que los acusados de ser los ejecutores hayan sido llevados a juicio. Están articulando para que la justicia se omita de hacerlo y es decisivo que sí sean juzgados.

Esta publicación se comparte con autorización de El Salto

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