En Movimiento

Raúl Zibechi

El papel devastador del extractivismo

Muchas personas de nuestro continente están honestamente preocupadas por el brutal ascenso de lo que denominan como ultraderecha. El caso de Milei en Argentina resulta, incluso, más preocupante que el que representó Bolsonaro en Brasil años atrás, porque no tiene contrapesos ni se ven alternativas.

Argentina es una sociedad devastada gradualmente desde la dictadura militar (1976-1983), situación agravada por el neoliberalismo y los malos gobiernos. Sobre esa devastación fue posible que llegara al gobierno una figura demoledora como Milei que, sin embargo, sigue atrayendo multitudes por su discurso plagado de insultos y de bajezas. En vez de causar repulsión, esa actitud resulta atrayente para millones de personas, lo que revela el grado de descomposición de la sociedad.

Pero su caso no es el único. Ahí están, como muestra, ejemplos como Bukele en El Salvador, devenido en referente por su maltrato y la humillación a jóvenes que en muchas ocasiones son acusados de crímenes que no cometieron. Cada vez son más los países donde es imposible gobernar con un mínimo de decencia, como sucede en Guatemala, donde manda la fiscal Consuelo Porras acusada de corrupción, bloqueando al gobierno de Bernardo Arévalo.

La devastación del tejido social e institucional afecta a casi todos los países, incluso a los gobernados por fuerzas que se dicen de izquierda, como es el caso de Nicaragua. La crisis que se vive en Bolivia con un tremendo enfrentamiento entre el presidente elegido por el MAS, Luis Arce, y el ex presidente elegido por el MAS, Evo Morales, encarna una lucha por el poder sin más, sin proyectos diferentes que sustentes semejante disputa.

La lista de naciones en descomposición social, económica, institucional y en crisis de gobernabilidad (como la Venezuela actual), es demasiado extensa para repasarla exaustivamente. Sólo pretendo anotar que se viven procesos similares entre gobiernos de signos aparentemente opuestos.

La pregunta que creo necesitamos hacernos es por la relación entre el modelo extractivista/cuarta guerra mundial y dicha descomposición societal. Para ir al fondo de la cuestión, debemos incluir dentro del modelo neoliberal extractivista al llamado crimen organizado, ya que es una pieza más de la guerra en curso contra los pueblos y la madre tierra. Aunque los medios presentan al narco como una desviación de la norma, sabemos que en los territorios opera en complicidad con los aparatos armados del Estado para controlar y desplazar poblaciones.

En los países y regiones donde se registran crisis humanitarias y sociales, observamos la presencia de la violencia extractivista en todas sus formas: desde el narcotráfico hasta la extracción ilegal de oro, tráfico de personas y de órganos, de armas y de bienes comunes. La locura por la ganancia y la acumulación nos están devastando.

La brutalidad sistémica no deja nada en pie más que los rituales electorales barnizados por los medios como democracia; en los territorios de los pueblos deja un reguero de destrucción, tejidos sociales hechos añicos y grupos armados que hacen de la violencia su lenguaje preferido. Todos ellos confluyen en la tarea de despejar territorios para abrir rutas a los diversos tráficos y convertir la vida en mercancías como hace ya un cuarto de siglo explicó el subcomandante Marcos en el texto “¿Cuáles son las características fundamentales de la IV Guerra Mundial?”.

Si estamos en lo cierto y está apenas comenzando una tormenta de proporciones, no podemos atribuirla a una determinada fuerza política, al presidente de turno o a ciertas instituciones del Estado-nación. Es el conjunto del modo de vida que llamamos capitalismo lo que está generando la destrucción, por eso decimos que se trata de algo estructural, que no puede resolverse con medidas parciales ni con encuentros como la COP (Conferencia de las Naciones Unidas sobre Biodiversidad) que sesionará el próximo mes en Colombia.

No es pesimismo ni fatalidad, sino realismo, lo que nos lleva a decir que la catástrofe/colapso es inminente y que no se vale entretenernos ni distraernos en participaciones electorales o en componendas con el sistema. La urgencia es ponernos a salvo de la tormenta, como pueblos y colectivos, no de manera individual. Para ello es imprescindible construir modos de vida anclados en la autonomía para procurarnos la salud y los alimentos necesarios, porque del sistema sólo vendrá destrucción y violencia.

La creación de mundos otros no es sólo para protegernos, sino es el primer paso para reconstruir sociedades devastadas por el capitalismo realmente existente. Dicha reconstrucción no la van a encarar los de arriba, sino los pueblos organizados. Como destacó el EZLN, la devastación incluye también a los Estados-nación, cuyas instituciones están siendo destruidas por este sistema para acelerar la acumulación de riqueza.

En toda nuestra región tenemos un conjunto de pequeñas y medianas iniciativas locales que están mostrando el camino. Es posible que durante la tormenta no sólo consigamos resistir y seguir construyendo, sino que otros pueblos, barrios y sectores sociales vean en ellas una inspiración para sobrevivir y reconstruir la vida.

Una Respuesta a “Cuando la guerra se convierte en lo cotidiano”

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