El método egipcio para silenciar su música popular y disidente

Hossam Rabie

Foto: En las bodas, como esta celebrada en octubre de 2015 en Ramsis, en el centro de El Cairo, se contrata a grupos de músicos para actuar en el convite. Los más populares son los que cantan ‘mahrajanat’, canciones de electro-rap muy populares en Egipto durante la última década.(Mohamed el Raai)

El 16 de febrero de 2020 no fue el mejor día para Faris Hemida, uno de los cantantes más famosos de mahrajanat (festivales, en árabe), un estilo musical ultrapopular en Egipto. A los 15 años, su carrera como líder del grupo Shobik Lobik –banda que nació hace cinco años– parece estar llegando a su fin. Ese día, el presidente del sindicato de profesiones musicales, Hani Shaker, prohibió la difusión del mahrajanat en clubes, bares y cruceros, por considerarla un atentado contra el honor y para luchar contra el ‘al-Fan al-Habet’ (elkitch). Según declaró, quienes cantan mahrajanat no recibirán autorización para actuar en público y quienes no respeten esta prohibición legal se arriesgan a tres meses de prisión.

En los últimos años, este “sindicato” (no reconocido como tal por la Federación Internacional de Músicos, la FIM) se ha convertido de hecho en un instrumento de propaganda del régimen presidencial militar de Abdel Fattah el-Sissi y en una de las armas más eficaces para reprimir a los artistas disidentes. Tras la caída del régimen de los Hermanos Musulmanes en julio de 2013, Mostafa Kamel, a la sazón responsable del sindicato, junto a otros cantantes, lanzaron la canción Teslam al-Ayadi (Que Alá bendiga estas manos), que se convirtió en el himno del nuevo régimen. En 2015, el sindicato prohibió la difusión de las canciones de Hamza Namira, un cantante disidente que vive en el exilio. Y en 2016, expulsó a seis cantantes femeninas, acusándolas de llevar ropa indecente y de bailar de manera insinuante en el escenario.

Tras los medios de comunicación, el cine, las series de televisión y el teatro, las canciones mahrajanat están ahora en el punto de mira de las autoridades egipcias.

El conflicto latente entre las autoridades y los intérpretes de mahrajanat resurgió tras el éxito de la canción de Hassan Shakoush Bent al-Jiran (La hija de los vecinos), que figuró en la lista de enero de 2020 entre las canciones más escuchadas en la plataforma de audio Soundcloud y que cuenta con más de 300 millones de visualizaciones en YouTube. La canción desencadenó una intensa polémica, porque algunos la percibieron como un agravio público a la moral: su letra incita a fumar cannabis y a beber alcohol. Un colectivo de abogados presentó una demanda contra Hassan Shakoush, el 18 de febrero de 2020, por “incitación al libertinaje y al consumo de drogas”.

Desde 2019, la policía artística, la Shortet al-Mossanafat al-Fania, y el sindicato de profesiones musicales han prohibido seis conciertos del famoso cantante Hamo Bika en diferentes provincias. El cantante también está siendo procesado por atentado contra la decencia y violación de las leyes del sindicato. Sólo los afiliados tienen derecho a cantar en público, previa autorización del sindicato. El pasado febrero, se ordenó la cancelación de un concierto de Hassan Shakoush en Alejandría.

En un comunicado de prensa, la FIM recordó que el derecho a organizarse en un sindicato de profesionales presupone que este protege sus derechos y en ningún caso debe servir para atacarles. La FIM considera que las decisiones del presidente de este sindicato “violan el derecho a la libertad de expresión y el derecho del trabajo”.

Las canciones mahrajanat: un sonido procedente de los barrios pobres

Desde la revolución egipcia de 1952, encabezada por los militares, el Estado siempre ha tratado de controlar la cultura y las formas de arte que penetran en los hogares egipcios. Todas las obras artísticas deben ser “aprobadas” antes de su difusión en los canales y las emisoras nacionales. Para aparecer en la televisión o en la radio, los artistas deben, además, afiliarse a uno de los sindicatos oficiales. El lanzamiento del satélite Nilesat, que permitió la aparición de canales privados a finales de los noventa, unido a la democratización de internet, abrió a los artistas un espacio libre, alejado del control del Estado. Sin embargo, hasta finales de 2000, el arte en Egipto mantuvo hasta cierto punto el mismo tono de respeto por la supuesta moral.

Todo cambió en 2008, con la aparición en el popular distrito cairota de Matarya del género musical mahrajanat (también conocido como “electro chaabi”). Tres cantantes –Oka, Ortiga y Shehta Karika– revolucionaron la música al fusionar sonidos inspirados en el tecno, el rap y en las canciones populares árabes. En pocos años, el mahrajanat –que suelen ser canciones dirigidas a un gran público de gente joven, que baila en un contexto festivo, a menudo al aire libre– conquistaron todo Egipto y el resto del mundo árabe, superando a otros géneros musicales. Sus cantantes tuvieron un gran éxito en las salas de concierto, pero también en las bodas de todas las clases sociales. Aparecieron numerosos grupos en El Cairo y Alejandría, como Dakhlawia, Madfagia, Sadat we fifty y Shobik Lobik, entre otros muchos.

“Este tipo de canciones se caracteriza por los temas que tratan, a menudo relacionados con la pobreza, la violencia y las atrocidades policiales cometidas en sus barrios”, explica a Equal Times Fayrouz Karawya, especialista independiente en la historia de la música de Egipto. Según ella, el vocabulario específico y el uso de la retórica simple utilizada por las clases marginadas y no representadas en otros géneros musicales, explica el éxito de estas canciones, que han sido capaces de romper tabúes sobre la sexualidad, la violencia y las relaciones de poder en el seno de las familias de los barrios populares.

A diez metros de la entrada del barrio obrero de Ezbet Mohsen, en Alejandría, nos llega el bullicio de una típica escena callejera, plagado de cláxones de toktok amortiguando los gritos de los vendedores ambulantes. También se percibe un sonido diferente, una música fundida con el ruido de la calle, que emerge del viejo edificio donde se encuentra el estudio de grabación del grupo Shoubik Loubik. Los tres jóvenes que forman el grupo, procedentes de familias sin recursos, lograron hacerse famosos en todo Egipto tras publicar en Youtube una canción mahrajan que relata las relaciones entre familias de su vecindario y la falta de confianza entre ellas. La canción lleva hasta ahora más de 136 millones de visitas y atrajo la atención de uno de los principales productores cinematográficos de Egipto, que decidió incluirla en su películaEyal harifa (Jóvenes profesionales), en 2015.

“Montamos nuestro estudio en un apartamento cuyo alquiler no llegaba a las 1.000 libras egipcias (63 dólares USD, 57 euros)”, explica Mahmoud Hussein, conocido como Hamo Rabso, director de marketing del grupo Shobik Lobik. Señala que su estudio, como los de otros cantantes mahrajanat, funciona con discreción, porque las canciones mahrajan, que se han propagado libremente por internet, enfurecen a muchos conservadores. “Estas canciones, que describen la pobreza y la violencia, también dan una mala imagen de Egipto”, comenta a Equal Times Hassan Donia, vicepresidente de la asociación de compositores y músicos.

Mantener bajo control a estos cantantes, pero aprovechando su éxito

Hasta ahora, los cantantes de mahrajanat eran tolerados, aunque mal vistos. Pero desde el momento en que empezaron a atacar al régimen, este estilo fue percibido como una amenaza para el poder. En septiembre de 2019, a raíz de las llamadas a manifestarse contra el régimen egipcio, lanzadas por un empresario que trabajó como subcontratista de los generales del ejército egipcio, muchas canciones de mahrajanat incitaron a la gente a sumarse. El Estado recurrió a la misma estrategia para responder a estos llamamientos: difundió en bucle, en todos los canales públicos, una canción de Mohamed Ramadan, un famoso actor y cantante popular, titulada Quieren el caos.

“El Estado quiere, a la vez, contener el mahrajanat y aprovechar el filón de su éxito, para elogiar sus logros”, explica Fayrouz Karawia. “Si quieren seguir actuando, los cantantes deberán ahora alejarse de los temas relacionados con la pobreza, la violencia y la política”, añade.

El 5 de marzo de 2020, el sindicato de profesiones musicales anunció su intención de expedir permisos anuales para cantar en público a los cantantes de mahrajanat, no sin antes superar una prueba ante un jurado del sindicato. Los beneficiarios de estos permisos también tendrán que cumplir las normas del sindicato y las de la censura. El propósito de estos permisos condicionales es “controlar las letras del mahrajanat”, según Hassan Donia.

En Egipto, los músicos disidentes (sea cual sea su estilo) que abordan temas políticos, pagan el precio de la represión artística. Estos cantantes, conocidos como las voces de la revolución de 2011, han sido censurados severamente desde que el Mariscal al-Sissi llegó al poder en 2013. La mayoría de ellos se ven obligados a dejar los escenarios o a cantar desde el exilio.

Quienes deciden resistir a estas restricciones, deben aceptar que les cancelen una y otra vez sus conciertos. Por ejemplo, en julio de 2018, un tribunal militar condenó a Galal al-Behairi a tres años de prisión firme por escribir la canción titulada Balaha –interpretada por el cantante Rami Essam, que vive en el exilio– que se burlaba del presidente al-Sissi. Los expertos del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas pidieron la liberación del poeta y expresaron su preocupación por que Egipto esté penalizando de esta manera todas las formas de expresión.

El 2 de mayo de 2020, el anuncio de la muerte en prisión del director del videoclip de esta canción, Chadi Habeche, conmocionó e interpeló a la opinión pública internacional, al arrojar luz sobre el trato que se inflige a los artistas detenidos. El joven de 24 años llevaba más de dos años en prisión preventiva y varias ONG habían denunciado su estado de salud. A día de hoy, cinco personas continúan detenidas por ese mismo caso.

Frente a peligros que oscilan desde la censura hasta penas de cárcel, la única salida que encuentran algunos para seguir trabajando es seguir la línea del régimen. Por ejemplo, Hassan Shakoush, que hace poco provocó una polémica con su canción Bent al-Jiran, lanzó el 5 de marzo una canción en tono muy patriótico, Shemoukh al-Nisr (El orgullo del águila), en la que elogia los logros del Gobierno y los esfuerzos del Ejército por restablecer la seguridad. Esta canción se ha convertido en el nuevo himno en los canales públicos y de los privados propiedad de Egyptian Media, el conglomerado mediático perteneciente a la familia de al-Sissi.

Este artículo ha sido traducido del francés.

Publicado originalmente en Equal Times

Este material periodístico es de libre acceso y reproducción. No está financiado por Nestlé ni por Monsanto. Desinformémonos no depende de ellas ni de otras como ellas, pero si de ti. Apoya el periodismo independiente. Es tuyo.

Otras noticias de internacional  

2 Respuestas a “El método egipcio para silenciar su música popular y disidente”

Dejar una Respuesta a Horacio Teodor Parenti

Haz clic aquí para cancelar la respuesta.