El más buscado, una novela basada en el Chapo Guzmán

Melchor López Hernández

México DF. Inspirado en el Chapo Guzmán –líder del Cártel de Sinaloa y uno de los traficantes de droga más buscados del mundo– , el reportero y cronista independiente, Alejandro Almazán suelta en la línea de la ficción la vida de el Chalo Gaytán, personaje con el que arma su novela «El más buscado».

En el marco del Tianguis de Libros de la Brigada Cultural en Paseo de la Reforma de la Ciudad de México, Almazán soltó sin tapujos la lectura de dos capítulos en los que pone su piel a un lado de los personajes.

«El más buscado», libro de ficción, con narrativa nítida sobre uno de los actores más mentados en el mundo del narco, el Chapo Guzmán, se presenta en abril.

A continuación trozos del escrito.

Bien dicen que Dios mata… Y ya ve, mi compadre Villalobos (mando policiaco federal) está muerto… Todavía antier que hablamos por teléfono, se lo dije al cabrón.  Tú vas a escarmentar ese día que ocupe rafaguearte. Le advertí porque ya me habían enfadado sus palabras. El vato quería más dinero, más droga, más todo. Y hasta juró arrestarme un hijo si le llevaba la contraria.

El autor va hilvanando frases rudas/con punch, de esas que se construyen desde la crueldad que desaparece vidas sin conmiseración.

La traición no es buen negocio cuando se ha apostado la vida, le hice ver a mi compadre. Y él, en vez de aceptar que encaraba al hombre equivocado, siguió de rezongón. “A ti y a la muerte le pongo sus cachetadas”, me contestó el hijo de la chingada. Villalobos… Nomás porque podía mentir, madrear o matar y ni quien le reclamara nada. Al fin y al cabo era el procurador. Quise decirle que jamás habrá compadre  que no haga daño, pero hubieran visto cómo me puse. Se me subió la bilis a la trompa y quedé trabado de los dientes. De milagro puedo echarle ahorita la platicada. Aunque no se crea, uno se vuelve más hablador con los años.

Almazán se mete a la ficción/novela, pero hace hablar a sus personajes desde las entrañas del poder despiadado/institucional.

Pero, ¿qué le estaba diciendo? Ah sí, yo cuando me encabrono debo desquitarme, si no se me baja la azúcar. “¡Popeye”, le grité al mejor pistolero que tengo, un plebe que mata con estilo nomás para llamar la atención. “Arráncale las entrañas a Villalobos y ráyale  la jeta por querer morderme la mano”. En veces hay que oír a los amigos, así como usted me está oyendo ahorita, para darse cuenta que en esta chamba uno se puede perder más pronto que un aguacate.

El periodista arremete con todo contra la institución y el poder gubernamentales que se salen de los aros legales para alterar la ley a su antojo.

La bronca de Villalobos es que nunca aprendió a escuchar. Era una bestia que no cabía en una jaula. Como bestia que era, debía morir acorralado. Se me figura que por eso sacó la cinco punto siete. Pendejo. El día que la vida nos desampara más vale dejarnos llevar con la frente en alto y los huevos gordos. De nada sirve engañar a la muerte. Menos si nos venadean unos cabrones bien dañados del alma, dispuestos a arrancarnos las uñas y a cortarnos las bolas.

Todas las trocas que escoltaban a la de Villalobos guachó la tele. Se miraron los fierros como si fueran notas. Apenas ahorita que iba bajando de la avioneta oí en las noticias lo que yo ya sabía. Los pistoleros manejaron puro calibre 50. Me agüita que la muerte de mi compadre no haiga sido fácil ni limpia. Ni modo que qué. La guerra no perdona a nadie. Así que tampoco me mire feo. Yo no empecé esta guerrita. Y si lo hice, ya ni me acuerdo. Allá de aquél que quiera colgarme los difuntos que se han regado estos años. Yo nomás maté a los mugrosos incorrectos en los momentos oportunos.

Pero déjeme volver a la ratonera en la que cayó Villalobos. Dicen que el vato, herido como estaba, todavía alcanzo a bajarse bien acá, bien imprudente. Si le hubiera hecho caso a Los Tigres del Norte habría aprendido que la confianza y la prepotencia son la falla del valiente. ¿Se acuerda de esta canción, cuando se puso de moda? En ese entonces yo estaba en Puente Grande comprando favores y amarrando amistades  con el gobierno disque del cambio. Pinches políticos por los que votamos hoy. No tienen llenadera. Creen que el dinero les va a quitar lo pendejo y lo corriente. Otra cosa eran los de antes. Esos sí sabían robar ¿a poco no?

Pero como todavía no le estoy contando de antes sino de hoy, le aseguro que mi compadre por más que se las haiga pegado de cabrón, se murió al final de su vida. “Mírame bien para que sepas a quién buscar en el infierno”, le dijo el chavalón que le agujereó. Dios quiera que los antepasados se tarden en reconocerlo ahora que llegue al otro mundo. De lo que no hay falla es que todo en esta vida se echa a perder y yo no voy a librarla. Con la muerte de mi compadre, el presidente 56 me anda buscando y yo no me le voy a esconder. Ya ve lo que anda diciendo, que soy la vergüenza del país, que soy un error de la naturaleza, que me he pasado los últimos años destripando a diestra y siniestra.

Y por qué el vato no le cuenta a la raza que mi dinero ha sido la leña que a su gobierno lo ha calentado todos estos años. Ya se le olvidó a él  y al sombreruro ése con botas de puto que le financió las campañas. ¿Y el trato que hicimos con los gringos qué? Este presidente nomás gasta palabras con el México que no existe, ése donde se siente pinche Rambo y el Ejército se las pega de insobornable. Mejor debería de hablar del país que usted y yo y que los demás conocemos, donde la guerra es por las drogas, donde policía y guachos pelan por su tajada y donde políticos y narcos venimos del mismo vientre. Hay que ser puercos pero no trompudos, viejo. No vaya a figurarse que esto es enojo, no. Acuérdese que luego yo hablo así, como más marcado.

Concluye Alejandro Almazán su narración con un lenguaje, directo/norteño. A través de la voz del autor, el personaje habla con un pronunciado acento para marcar su rol.

Los de acá hablamos como matamos. Sin sentimientos de culpa. Pero, ¿dónde iba? que me volví a perder. Ah. Sí, sí, apenas se conoció lo que los pistoleros dejaron junto al cadáver… Yo qué culpa tengo. El mundo ya estaba hecho una mierda. Al presidente le conviene que yo aparezca muerto con la palabra justicia rayada en el pescuezo. Pero bueno, así es la fama, viejo. Cabrones como yo no morimos, yo soy el hombre del siglo y nadie podrá olvidarme. Me dicen que me parezco a Pablo Escobar. Yo también les corto las alas a quienes quieren volar rapidito…
Sé que el odio pudre al corazón.

Anteriormente Alejandro Almazán ha publicado libros como la biografía/neta de un asesino llamado Gumaro de Dios, alias el caníbal (Grijalbo, 2007)  en el que pone en el corazón de sus lectores a los personajes que apaña en sus relatos, y  «Placa 36, cara y cruz del comandante moneda»  (UNAM, 2009) otra narrativa sobre un policía honesto en el terruño policiaco de la Ciudad de México.  También ha sido acreedor en tres ocasiones al Premio Nacional de Periodismo en la categoría de crónica, por «Lino Portillo, asesino a sueldo» (2003), «Cinco días secuestrada, cinco días de infierno» (2004) y «Un buchón no se retira, sólo hace una pausa» (2006).

Publicado el 09 de Abril de 2012

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