Álvaro Uribe Vélez asumió la presidencia de Colombia el 7 de agosto de 2002 y luego de ser reelegido continuó en el cargo hasta 2010. Sin embargo, el “uribismo” hunde sus raíces la década de 1990 durante su gestión como gobernador de Antioquia, cargo que marcó su rumbo político.
Durante esa gestión promocionó las Convivir (Asociaciones Comunitarias de Vigilancia Rural), que jugaron un papel destacado en el conflicto interno al integrarse a un marco legal favorable a los terratenientes que se armaron para enfrentar a los grupos guerrilleros con apoyo de las fuerzas armadas. Con los años, buena parte de los miembros de las Convivir se integraron en las Autodefensas Unidas de Colombia, la principal organización paramilitar.
Como presidente negoció rápidamente la paz con los paramilitares, en 2003, aplicándoles penas máximas de cinco a ochos años, pero una parte de ellas se reorganizaron creando nuevas estructuras armadas ilegales. Uribe finalizó sus ochos años como presidente con índices de popularidad en torno al 70 por ciento, en gran medida por haber reducido la violencia y debilitado a las guerrillas que arrastraban enorme impopularidad por sus secuestros y homicidios.
Más adelante se opuso a su sucesor, Juan Manuel Santos, por haber negociado el fin de la guerra con las FARC y en 2016 se movilizó activamente en la campaña por No en el plebiscito sobre el acuerdo de paz, que consiguió ganar contra toda expectativa.
Sin embargo, la estrella de Uribe se fue eclipsando, en gran medida porque el discurso de la seguridad comenzó a agotarse: la derrota de la guerrilla fue el mayor éxito de Uribe, pero fue la base de su decadencia. Por un lado, porque no pudo ofrecer banderas alternativas a la seguridad (France 24, 12-03-2022) y por otro porque las evidentes violaciones de los derechos humanos y la corrupción que caracterizaron sus gobiernos, comenzaron a pasarle factura.
El caso más grave es el de los “falsos positivos”, asesinatos de jóvenes ajenos a la guerra presentados como bajas en combate por militares, para obtener reconocimientos y beneficios. Los uniformados que conseguían hacerle bajas a la guerrilla, recibían premios, vacaciones y ascensos mientras que los comandantes que no daban resultados “positivos” eran castigados. La justicia ha reconocido más de dos mil crímenes de este tipo durante las presidencias de Uribe, pero se estima que la cifra total en todo el país puede ascender a diez mil asesinatos. Algunos organismos de derechos humanos, como Humans Righst Watch, consideran que la práctica de los “falsos positivos” es inédita en el mundo.
A partir de 2006, durante su segunda presidencia, comenzó a conocerse el escándalo de la “parapolítica”, la relación entre altos cargos del Estado y los paramilitares que afectó al entorno de Uribe. Hacia 2013 habían sido condenados 60 parlamentarios por sus vínculos con grupos paramilitares y decenas de alcaldes y gobernadores de diferentes regiones.
CULTURA TRAQUETA. En julio del 2018, la Corte Suprema de Justicia abrió una investigación formal a Uribe por los delitos de fraude procesal y soborno, al haberse comprobado la manipulación de testigos. En agosto de 2020, la Corte le impuso la detención domiciliaria por obstrucción a la justicia, pero realizó una hábil maniobra al renunciar a su banca y de ese modo su caso pasó a la Fiscalía General de la Nación, más comprensiva con el expresidente que la Corte Suprema de Justicia.
Una de las consecuencias mayores del uribismo es la llamada “cultura traqueta”, etiquetada como “un término procedente del lenguaje que utilizan los sicarios del narcotráfico y del paramilitarismo en Medellín, el cual hace referencia al sonido característico de una ametralladora cuando es disparada”, por el historiador Renán Vega Cantor (Rebelión, 14-02-2014).
Esta cultura de matones y sicarios, en la que se mezcla lo narco con lo paramilitar, provoca que cualquier situación se resuelva a través de la violencia física. El historiador asegura que “el apego a la violencia, al dinero, al machismo, a la discriminación, al racismo, es un complemento y un resultado de la desigualdad que caracteriza a la sociedad colombiana”.
Para sostener esa desigualdad ante la creciente organización de campesinos y sectores populares, las clases dominantes y el Estado forjaron una alianza estrecha con los barones del narcotráfico y con grupos paramilitares. De ese modo, se propusieron “erradicar a sangre, fuego y motosierra cualquier proyecto político alternativo que planteara una democratización real de la sociedad colombiana”, señala Vega Cantor.
La cultura traqueta arraigó en toda la sociedad y se volvió hegemónica, en particular en la política y el periodismo. “Le rompo la cara marica”, una de las frases preferidas de Uribe, hizo buena la sentencia del historiador al afirmar que “la cultura traqueta fue asumida por las clases dominantes de este país que abandonaron cualquier proyecto de la cultura burguesa que antes les proporcionaba una distinción cultural y un refinamiento estético”.
LA CAÍDA. La verdadera debacle de Uribe, que pasó a ser repudiado por la mayoría absoluta de los colombianos, comenzó en 2019 durante el paro convocado por las centrales sindicales que, contra todo pronóstico, se extendió durante semanas, de la mano de jóvenes sin futuro que irrumpieron en la brecha creada. Durante la pandemia hubo varias movilizaciones impactantes, pero el verdadero descalabro le llegó con el paro iniciado el 28 de abril de 2021, que se extendió por tres meses.
“Uribe paraco, el pueblo está berraco”, fue el grito que estalló en millones de gargantas en los más remotos rincones de un país, literalmente cansado de guerra y, sobre todo, de esa guerra sucia de la que ex presidente es su mejor exponente.
La serie televisiva “Matarifeː Un genocida innombrable”, estrenada en mayo de 2020, jugó un papel destacado en la nueva conciencia de los jóvenes colombianos. Difundida en youtube, narra las investigaciones periodísticas que relacionan a Uribe con narcotraficantes, paramilitares y políticos corruptos. Su autor, el periodista Daniel Mendoza Leal, debió exiliarse en España ante las reiteradas amenazas a su vida.
Los cambios en la sensibilidad del pueblo colombiano se manifestaron ya en las elecciones legislativas de marzo pasado, en las cuales la izquierda eligió la mayor bancada de su historia y la primera minoría, aunque los seguidores del Pacto Histórico (encabezado por Gustavo Petro y Francia Márquez) no tienen mayoría en las cámaras.
Según todas las encuestas, este domingo el Pacto Histórico llegará primero pero habrá segunda vuelta el 19 de junio al no alcanzar la mayoría absoluta.
LA SORPRESA. Los dos principales candidatos, Petro por la izquierda y Federico Fico Gutiérrez en línea con Uribe y con el actual presidente Iván Duque, muestran cierto estancamiento en las preferencias según las principales encuestas. El candidato de la izquierda se acerca al 40 por ciento, pero básicamente está estancado desde las elecciones parlamentarias (CNN, 20-05-2022).
El uribista apenas supera el 20 por ciento, pero su candidatura no consigue despegar y presenta síntomas de desgaste. El centro que hasta ahora estaba representado por Sergio Fajardo, ex alcalde de Medellín, se está desinflando y nunca consiguió despegar más allá del 10 por ciento. Por el contrario, el exalcalde de Bucaramanga, Rodolfo Hernández, viene creciendo y ahora recibe fuerte atención mediática.
Uno de los medios más lúcidos de la derecha colombiana, La Silla Vacía, que en las elecciones anteriores apoyó al uribista Duque frente a Petro, es uno de los impulsores de Hernández. El argumento principal de este medio es que puede derrotar a Petro en la segunda vuelta, algo que el candidato uribista no podría conseguir. “Si Rodolfo pasa a segunda, le quitaría buena parte del apoyo del centro a Petro”, razona La Silla, en tanto “Fico no se llevaría el apoyo de ninguna figura importante del centro” (La Silla Vacía, 25-02-2022).
El razonamiento es impecable: ganará quien pueda competir por los votos del centro, aquella porción del electorado (integrada por clases medias urbanas) que rehúye tanto a la izquierda como a la ultraderecha. El “ingeniero” Hernández, pese a ser presentado como el “Trump colombiano” por CNN, está creciendo y puede ser el próximo presidente precisamente por ese aire de tecnócrata millonario, outisder de la política tradicional, pese a sus 77 años (CNN, 23-05-2022).
Para la cadena estadounidense, Hernández a menudo se expresa con “groserías” y fue acusado de corrupción por la justicia, pero sin embargo parece festejar sus exabruptos, toda vez que no le parece condenable que en 2016 haya dicho a la cadena RCN: “Yo soy seguidor de un gran pensador alemán. Se llama Adolf Hitler”.
Más allá de especulaciones y virajes de último momento, en las calles de Colombia se respira un clima de tensión, ya que el propio Petro viene anunciado golpe de Estado y fraude que buscarían evitar un triunfo que sus seguidores dan por descontado. Mucho dependerá de la cantidad de votantes: si no se supera la histórica abstención, en torno al 50 por ciento, es poco probable que el Pacto Histórico consiga imponerse en primera vuelta.
El balotaje, en caso de llegarse a esa instancia, parece menos imprevisible. Además de la militarización de la sociedad, que pesa como una loza ante cualquier intento de introducir cambios, hay factores internacionales que en este momento constituyen entrampes mayores que la sobrevivencia de una oligarquía tan rancia como la que apoya a Uribe: Colombia es la pata latinoamericana de la OTAN. Nada más y nada menos.
Publicado originalmente en Brecha
comento al pie de esta nota como podría haberlo hecho en cualquier otra, quizá por ser compatriota del «escribidor» de la misma. Yo era asiduo de esta página hoy luego de meses vuelvo a entrar y es descorazonador (recorrer a groso modo) la página y no poder encontrar nada que hable sobre lo que hoy por hoy está por encima de cualquier vicisitud, que un grupo de mega ricos, los dueños del mundo están diseñando un futuro atroz que no empezó obgiamente hace dos años, pero que hace dos años con la plandemia tuvimos sí, el punto de arranque para la embestida final. no puedo dejar de sospechar, ya que ellos mismos confiesan sus planes y la información está para quien la quiera ver y difundir y los medios de izquierda como estos, también hacen oídos sordos. triste.