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El Covid-19, la ceguera y el horror en Guayaquil

Alex Rivas Toledo

La situación en Guayaquil hoy es desesperante. Cuando se dijo que la pandemia ameritaba cuarentenas hubo quien calificó a los ciudadanos empobrecidos que no las hacían como «la gente más primitiva e ignorante del país» (Melvin Hoyos, Dir. Cultura, Municipio de Guayaquil, 24-mar-2020). Su alcaldesa, Cynthia Viteri, inventó (no existen pruebas) un contagio de COVID-19 para desaparecer de la gestión pública en momentos en que debió estar frente a la ciudad. La verguenza que le causó el acto discriminatorio y criminal de impedir (atravesando vehículos municipales en la pista aeroportuaria) el aterrizaje dos vuelos aéreos procedentes de Europa ya que «contagiarían la ciudad», la hizo huir de sus responsabilidades. Me atrevo a confirmar que la clase política hegemónica de Guayaquil se ha caraterizado por ser fieles representantes de de la Teoría Microbiana sobre la Salud/Enfermedad (aunque sabemos de su poco afecto por las ciencias): para ellos «el daño» siempre llega de fuera, de los gérmenes, de los microbios; se sienten unos seres impolutos, aun más: la pobreza y la enfermedad a sus ojos son lo mismo: «llegan de fuera» a dañar «la regeneración urbana», el «desarollo» y el «progreso» urbano y empresarial. La CEGUERA es tan notoria que no existe a la fecha un solo exponente de la dirección política de la ciudad que critique su propia visión o que promueva acciones democráticas, participativas y firmes frente a la pandemia: la nueva estrategia es quejarse, victimizarce, echar la culpa de su modelo excluyente a los excluidos (o a su antiguos aliados: Lenin Moreno, el actual presidente de la República).

CEGUERA porque el contagio había llegado de la mano de una ciudadana migrante el 14-feb-2020 y no se activaron alertas. Ni Ecuador ni Guayaquil (con algunas excepciones) entendieron que la tugurización, el hambre, el hacinamiento y la ausencia de ingresos diarios, hacía inviable la medida de las cuarentenas; el dogma se estrelló con la realidad social. 
LA CEGUERA de la clase política local de Guayas (la provincia) y Guayaquil (la ciudad), sumada a la CEGUERA del gobierno nacional (Lenin Moreno desaparecido, Otto S. actuando de vocero mientras hace campaña para las presidenciales de 2021) se transformaron en una avalancha de palos de ciego frente a la pandemia.

Hoy en Guayaquil el COVID-19 tiene el rostro de cadáveres insepultos, cifras de víctimas y muertos que no cuadran (y que producen desconfianza y suspicacias), ausencia de unidades de salud suficientes, carencia de personal sanitario y de protecciones mínimas para sus funciones. El escenario es aún peor: familias que conviven o abandonan a sus fallecidos en las calles (incluso algunas hacen cremaciones en plena vía pública), carencia de morgues (con congeladores) y servicios de transporte de cadéveres, servicios funerarios desbordados o inexistentes, trámites de defuncion enmarañados en las burocracias más densas. La CEGUERA llegará acompañada de mayor estupor. Guayaquil seguirá precisando ayuda de sus propios ciudadanos y de los de otras regiones de Ecuador, de la Cooperación Regional y Mundial. Ya nada parece sorprendernos. Esto apenas empieza.

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