Y después del sismo, ¿qué sigue psicológicamente para los más afectados?

Michel Olguín Lacunza/Diana Rojas García

Después de sufrir el sismo del 19 de septiembre, gran parte de las personas que lo vivieron sienten un miedo constante que además es contagioso, si alguien escucha un ruido y se cisca los demás presentes voltean asustados y se contagian. No obstante, los que resultaron víctimas podrían sufrir más que los demás.

Al respecto, Rolando Díaz Loving, profesor de la Facultad de Psicología, mencionó que la reacción temerosa de la gente ante situaciones de peligro como la ocurrida en días pasados es completamente normal.

“Es natural para cualquier organismo tener una respuesta de tipo emocional ante los estímulos que están en el medio ambiente, y cuando alguno puede causar peligro las respuestas pueden ser de congelarse, huir o atacar”.

En ese sentido, cuando vemos algo catastrófico y lo vinculamos con sonidos y escenas que aparecen en cualquier momento la reacción natural es de miedo, dolor e incluso enojo, explicó el académico universitario.

Además, las secuelas consisten en estar alertas ante cualquier tipo de situación que se nos presente, y por lo tanto vamos a tener menos apetito, no dormiremos bien, y estaremos más nerviosos e incluso ansiosos.

Pero, cuando estamos en grupo, sucede que no solamente el ruido o movimiento puede ser un estímulo, sino el hecho de que otras personas reaccionen de una forma similar hace que el sentimiento se propague y extienda a todos los presentes en un lugar determinado.

Y aunque se trata de una sensación normal, es importante tener las capacidades necesarias para regular esas emociones, para así lograr comportamientos preventivos y seguros.

En este contexto, además de la información que nos llega de los medios de comunicación de nuestros familiares y amigos, existe un problema adicional que es mediático, y todo mundo pone atención a estos sucesos, y quieren estar en brigadas, además de ayudar y apoyar.

¿Y los más afectados?

No obstante, añadió el entrevistado, las secuelas no son a corto o mediano plazo, el estrés postraumático de las personas más afectadas puede durar dos, tres, seis meses e incluso un año, y todavía podrían tener la sensación de victimización, sobre todo si notaron que se prestó más atención a otros.

Esta es una situación muy compleja, porque en un año ya no estará en la mentalidad de la gente ayudar o apoyar. Por ello, destacó el académico universitario, debemos prepararnos no sólo para este momento sino el mediano plazo, identificar qué sucederá en los próximos meses en las comunidades donde hubo desastre, y cómo vamos a trabajar con las personas para seguir apoyándolas tanto psicológicamente como económicamente.

Debemos darles un espacio para que puedan reincorporarse en una situación de seguridad y de bienestar. Necesitan canalizar a estos individuos para que aprendan como enfrentar este evento, porque efectivamente muchos se sienten desamparados y no tienen apoyo.

Hay que estar atentos porque no todos tienen la capacidad de pedir ayuda y no se acercan fácilmente, y aparentemente quienes brindan ayuda se acercan a quienes tienen la capacidad de hacerse de la ayuda.

¿Cómo ayudamos a quienes no pueden acercarse? De hecho, muchas personas se van a quedar en este momento sin ayuda, y tendrán resentimiento porque no solamente es una situación traumática, sino que se sentirán menos porque nadie les hizo caso, pensarán que valen menos y empieza un proceso de disminución de autoestima personal, surgirá la depresión, y por ende, necesitarán quien las apoye.

Por el daño psicológico que presentan no tienen las herramientas para acercarse a pedir ayuda, entonces tendría que haber un proceso proactivo por parte de la sociedad hacia esas personas, una búsqueda de quienes necesiten ayuda, no sólo ofrecer el servicio, sino brindarles las herramientas necesarias para que en el futuro puedan seguir adelante, concluyó.

Este material se compartió con autorización de UNAM Global

 

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