Del dolor a la esperanza, voces de las víctimas de la guerra de Felipe Calderón

Testimonios recogidos por Gloria Muñoz Ramírez y Marcela Salas Cassani, durante el recorrido de la Caravana por la Paz, de Cuernavaca, Morelos, a Ciudad Juárez, Chihuahua Fotos: Murphy Woodhouse

Venimos a hablar porque no tenemos con quien desahogarnos

A mi hijo lo levantaron dos granaderos en una camioneta de policías. Él es empresario y está en el negocio de los tráileres. Fue hace dos años y medio, en Cadereyto Jiménez, en Nuevo León, a unos 35 kilómetros de Monterrey. Mi hijo iba a recoger a dos de sus choferes cuando lo subieron a la camioneta. Hay testigos que vieron cuando lo detuvieron y él les estaba mostrando sus papeles. Desde ese día no sabemos nada de él.

Hicimos la denuncia y casi nos corren del Ministerio Público. El alcalde nos dijo que no podían hacer nada. La camioneta la localizaron después, en manos de la policía de Monterrey. Nadie quiso hacer ni investigar nada.

Aquí venimos a hablar, porque no tenemos con quien desahogarnos. No tenemos gobernantes, no tenemos nada. Todo el mundo tiene miedo a la policía.

Si tuviera frente a mí al presidente Calderón le diría que deje al pueblo actuar, que tenemos que defendernos.

Ya tiene dos años y medio que no veo a mi hijo, pero tengo esperanza. ¿Por qué no, si es mi hijo? Se llama Jorge Antonio Salinas. Es el más chiquito de mis tres hijos. Muy jalador. Estudió e hizo su propio negocio.

Aquí no fue el crimen organizado el que se lo llevó. Fue la policía. Nosotros como padres ya no tenemos miedo. Sólo por nuestros dos hijos, que no les pase nada.

En Cadereyta Jiménez han desaparecido a más de 200 jóvenes.

Necesitamos una revolución de la conciencia

Yo soy María López, de aquí de Coahuila. A mi mataron a mi hijo Víctor manuel Chacón, de 33 años, junto con uno de sus amigos, en Ciudad Cuauhtémoc.

Esto pasó hace cuatros años, cuando Felipe Calderón empezó con su guerra. Los levantaron en las calles y los masacraron. Lo que ocurrió es que no esperaron el pago del rescate y decidieron matarlos.

Esta guerra es una estupidez, una pendejada. La semana pasada me asaltaron a mano armada, la policía estaba cerca y no hizo nada.

Si tuviera frente a mí a Felipe Calderón le diría que él es el culpable de todo, que su estrategia no ha servido de nada.

Tengo mucha esperanza en este movimiento. Es necesario que todo México se levante, porque todo9s estamos inconformes. Hay masacres todos los días y del gobierno ya sólo esperamos la represión.

Pienso que necesitamos una revolución de la conciencia. Estoy aterrada en este México. Ya no puedo vivir aquí. Ya se nos acumuló mucho dolor. El gobierno no sabe lo que realmente está ocurriendo en las calles. ¿Qué más podemos esperar los mexicanos? ¿Qué más tiene que pasar?

No sólo mataron a mi hijo. A mi hermano lo levantó un policía municipal y apareció quemado bajo un puente. A cualquiera que le preguntes aquí en Chihuahua le ha pasado algo. Todos somos víctimas.

Mi hijo fue levantado a las cinco veinte de la tarde

Yo soy de Ciudad Jiménez, Chihuahua. El año pasado, mi hijo fue a Parral nada más a recoger un teléfono, a un Nextel, empiezo a llamarle a las ocho de la noche: un teléfono a buzón, otro fuera de área y yo dije “anda donde no se oye”. Dieron las nueve de la noche, las diez, diez y media, y voy a Seguridad Pública para que se comuniquen a Parral. Di su nombre, en qué auto iba, a dónde iba. Todo. Y Seguridad Pública de Parral dijo que no había nada. No había nada.

Me voy al destacamento del Ejército a las once de la noche, y me dice el guardia que el teniente está cansado, que no me puede atender hasta las seis de la mañana. Estuvimos toda la noche busque y busque por todos lados. Mandamos gente a Parral, a los hoteles, y nadie sabía nada. Voy a las seis de la mañana otra vez al destacamento y me dicen que el teniente estaba almorzando, que volviera en una hora. Voy y le pido de favor al presidente municipal de Ciudad  Jiménez que vaya al destacamento militar a investigar qué pasa, y le cuentan una mentira. Le dicen que había parado a mi hijo a las siete cuarenta de la tarde en un auto Bora gris, y que había argumentado que era abarrotero. Esto era una mentira porque mi hijo fue levantado a las cinco veinte de la tarde de un Nextel en un boulevard de Parral. A las cuatro de la mañana nos damos cuenta en internet, que en el periódico El Monitor de Parral decía: Levantón en Parral, fuerte movilización policíaca.

Nosotros habíamos hablado antes a los teléfonos de emergencia, y todos acudieron, pero nadie sabía nada. Hasta la fecha, lo único que fuimos a hacer a Parral, fue a recoger el cuerpo de mi hijo al SEMEFO. Me lo entregaron, pero no hay ninguna investigación. Ninguna autoridad ha ido a  preguntarnos qué hacía, a dónde iba, a catear su casa por la forma en que lo mataron, lo dejaron tirado a la brecha de La Esmeralda. Ahí viene, en el internet, en El Monitor de Parral. ¿Y qué pasa, qué pasa? La autoridad sabía lo que le iba a pasar a  mi hijo. Lo estaban esperando en el Nextel, sin deberla ni temerla. Era un muchacho lleno de vida, con tres hijas; su esposa, sus hermanos, su familia somos gente de trabajo, gente que empujamos la economía ahí en Jiménez, tratamos de luchar, de generar empleo, no nos dedicamos a nada ilícito.

Yo no me había atrevido a hablar, pero ahorita siento que no estamos solos, como dicen. Ni está solo nadie. Vivimos el dolor, porque cada vez que vemos que asesinan a un joven lo vuelvo a revivir. No hay paz, no hay paz en la noche ni en el día por mis demás hijos. Vivo con miedo porque ya no sabemos de quién cuidarnos. ¿De quién nos vamos a cuidar en realidad? Le pide uno apoyo a la autoridad y no saben nada. Están cansados o están desayunando. ¿A quién le vamos a pedir que nos proteja? ¿A los asesinos? Y sí, también digo, me llega pasar algo, a mí o a mi familia, a mis nietas, a mi nuera,  a mis hijos y hago responsable al gobierno. Al gobierno federal y al gobierno estatal. Y pido que vaya el gobierno estatal  a Jiménez, a seguridad pública y chequen en día en que fuimos a pedir que nos informaran qué pasaba con mi hijo, que vayan a seguridad pública y pregunten por qué lo negaron dos veces, a las cuatro de la mañana y viendo del internet. Y todavía estos hijos de toda su tiznada madre fueron y se llevaron el carro de mi hijo. Eso vale madre, la vida es la que no vuelve.  Y todavía fueron los cabrones, al cinco para las ocho de la noche a comprar con sus tarjetas botas en EL Viejo Oeste en Parral, ¿cómo va a ser posible? ¿Pues en dónde vivimos?  ¿Qué nos pasa? ¿Dónde está la autoridad? ¿Qué dicen los organismos de derechos humanos? Que no le pueden dar muchos años de cárcel a alguien. Yo no más quiero preguntarle al de derechos humanos en la ciudad de México ¿qué sentiría que le maten un hijo? ¿Cuánto pediría de prisión? Le preguntamos también al presidente de la república, a todos los gobernadores ¿qué sentirían que les maten un hijo?

Yo antes decía que ya se había hecho cotidiano. Ya ver muertos, descabezados, entambados, violados, de todo había. Decía yo, ya se hizo cotidiano, pero desgraciadamente nos llegó la violencia y lo cotidiano, y eso es lo peor que le puede pasar a una familia porque la dejan mutilada. Así nos mutilaron, me tumbaron un edificio muy alto que duré 30 años forjando con trabajo y seriedad.

Terminan con las vidas de gente que le hace falta a la sociedad

Me llamo Rómulo Silva, y soy de Juan Aldama, Zacatecas. A nosotros ya nos tocó también, nos robaron una camioneta y ya nos andaban matando ahí en Juan Aldama los abusos están al por mayor, ponen retenes los policías y ni así hace nada el gobierno para que esta inseguridad se termine.

Tengo miedo de viajar, yo tengo que salir por mi negocio, y ya tiene uno miedo de salir porque donde quiera hay delincuentes, amenazas, y lo bajan a uno de su coche.

Eso que me pasó a mi fue el nueve de noviembre de 2010, a las diez de la mañana, en el tramo entre Juan Aldama y Cuencamé, nos alcanzó una camioneta Voyager con cuatro personas armadas. Nos emparejaron, nos hicieron que nos paráramos, y de ahí nos bajaron a los asientos de atrás con armas y golpeándonos y nos metieron ocho o nueve kilómetros al monte y allá nos dejaron tirados. Nos tiraron un balazo a cada lado de la cabeza a cada uno, y nos dijeron que si levantábamos la cara para verlos nos regresaban a matar, pero ya los habíamos visto en el trayecto de media hora, cuando nos fueron a bajar. Y allá nos dejaron, sin un cinco. Nos esculcaron y se llevaron todo lo que traíamos, y el coche, con todo lo que traía. Y además, nos quitaron toda la tranquilidad porque ya no tiene uno la misma seguridad.

Nosotros no entendemos lo que está haciendo Calderón con su guerra contra la delincuencia organizada. Parece que realmente no quieren acabar con toda la inseguridad ni con todos los problemas que trae el narcotráfico. No vemos que mejore esto. Por un lado apoyan a unos grupos, y por el otro atacan a otros grupos, entonces esto no lo quiere limpiar ni el gobierno. Eso es el problema, que no atacan de raíz para terminar con toda la inseguridad que hay en el país.

Yo ahorita ya realmente tengo más miedo a los militares y a las autoridades, que a los mismos rateros. Yo a veces llego a retenes, y llego temblando porque no sé que me puede pasar. En Ciudad Juárez he visto personas que aseguran que gente de nuestras mismas fuerzan armadas, realizan crímenes. No llevan el uniforme, pero son gente que pertenece a las instituciones policíacas del país.

Queremos que ya se termine toda esta inseguridad y que revisen y cuiden las partes más peligrosas de las carreteras, son cosas que si el gobierno quisiera terminar con ellas, lo haría. Queremos volver a viajar con la seguridad que lo hacíamos antes. Yo oigo que dicen que la inseguridad es la misma, pero no es la misma.

Yo, en mis 53 años de vida, este último fue el que me supo más amargo por lo que nos pasó, y por todo lo que le ha pasado a familiares y gente conocida de nuestro pueblo, y de Ciudad Juárez. Gente inocente que los matan no más por… yo ya no sé ni por qué, pero sabemos que son gente del pueblo que nada tienen que ver con narcotráfico, ni  con ninguna clase de delito, o sea que terminan con las vidas de gente que le hace falta a la sociedad.

Nos piden a nosotros que busquemos las pruebas

Mi nombre es Flor Hernández. A mi hijo se lo llevaron de un bar de aquí de Torreón, Coahuila,ñ en unos carros la noche del 12 de diciembre de 2008, y no hemos sabido ya nada. Nos asignaron a una persona en la fiscalía, pero nos hacen caso las autoridades. Nos dicen que no se sabe nada, que si supieran algo ya los hubieran buscado y sacado de donde están. No hay ninguna respuesta, nada más nos dicen que están trabajando. Nos piden a nosotros que busquemos las pruebas, cuando en realidad eso es el trabajo de las autoridades. Nosotros queremos que nos ayuden a encontrarlo a él, y a todos los hijos desaparecidos que tenemos aquí en Torreón. Mi hijo es un muchacho de 22 años, él trabajaba, estaba recién casado.

Yo no estoy a favor de que el movimiento de Paz con Justicia y Dignidad negocie con el gobierno de Felipe Calderón, porque nosotros realmente ya no creemos en las autoridades, ni en los partidos.

Soy madre de cuatro hijos desaparecidos

Soy una mujer destruida por el dolor. Vengo de la comunidad Pajacuarán, soy gente humilde, trabajadora, no sé hablar en público, pero vine a contar mi historia.

En Guerrero me levantaron a dos de mis hijos, que iban con otros cinco jóvenes. Desde el 28 de agosto no hemos sabido nada de ellos, sólo que la camioneta apareció quemada a los cuatro días de que desaparecieron, allá en Atoyac de Álvarez.

De estos siete, mis hijos se llaman Raúl Trujillo Herrera y Salvador Trujillo Herrera, el esposo de mi nieta se llama Gabriel Melo Ulloa y mi sobrino Jaime López Carlos, hijo de un primo hermano. Ellos se reúnen en grupo para poder trabajar y viajar a otros estados, porque ya no pueden con los gastos porque son muy pesados, así trabajan todos en nuestro pueblito. Al igual que ellos, desparecieron otros cuatro muchachos de nuestro pueblo, allá en Cárdenas, en San Luis Potosí, de los cuales tampoco se ha sabido nada.

Les pido ayuda, que los medios de comunicación que me escuchen, que tengan en cuenta que todos ellos son hijos o padres de familia….que se pongan en mi lugar, que si el hecho de ser personas humildes nos pone en esta situación, pues no se vale.

Yo no vengo preparada. Hoy no íbamos a venir porque no teníamos los medios. Nos hicieron favor de prestar una camioneta y por eso pudimos venir. El martes vine a Morelia a ver a los de la ONU, me dijeron que hiciéramos una carta informativa y que se las trajéramos y que ellos verían cómo podía entrar nuestro caso a la ONU. No, no tengo asesoría legal.

Entre los que están desparecidos están mis cuatro hijos, mi sobrino y el esposo de mi nieta. Los demás son también de ahí de la comunidad, gente muy humilde también, que no pudieron venir.

El 28 de agosto , en Guerrero, desparecieron Raúl y Salvador Trujillo Herrera, dos de mis hijos, Joel Franco Ávila, Rafael Cervantes, Luis Carlos Barajas, Fabio Alejandro Higareda, José Luis Barajas, todos ellos se dedicaban a la compra y venta de pedacería de oro.
En Veracruz, desaparecieron Gustavo y Luis Armando Trujillo Herrera, también mis hijos; Jaime López Carlos, mi sobrino; Gabriel Melo Ulloa, casado con una nieta y otros de la comunidad, también gente humilde y sus familiares no pudieron venir, pero yo traje un papel con sus nombres. Ellos son Eduardo y José Manuel Cortés, Carlos y David Magallón, que también se dedican a lo mismo y por eso viajan a otros estados.

Mi hija no quiera que vaya a la caravana a Ciudad Juárez, pero yo sí me voy a ir. Ya no sé que más hacer para que me los devuelvan.

Ya hemos venido a marchas a Morelia. Hablo de mi caso pero no tengo respuesta de nadie. Pajacuarán, está entre La Barca y Saguayo, como a cinco horas de Morelia.

En los de Guerrero, hubo una riña en los días que estuvieron ahí. Una persona del bar les dijo a mis hijos que tuvieran cuidado porque los podían desaparecer, porque habían matado a la familia del jefe y que iba a haber levantones. Mis hijos no sabían ni qué era un levantón. Otro de mis hijos se pudo escapar y me contó eso. Había un pleito entre dos familias y pensamos que por confusión les pasó eso a mis hijos.

Lo que vemos es que hay un ambiente muy feo en Guerrero, pero también es donde quiera. Antes no estábamos enterados de tanta porquería que hay. Nunca esperamos que nos pasara esto.

Mis hijos tienen Gustavo, 28 años, Salvador 27, Luis Armando 25 y Raúl 23.
Yo los voy a seguir a la caravana. Yo quiero saber de mis hijos. Quiero que este dolor que me está recorriendo por dentro encuentre consuelo. Mi hija y mi nuera no quieren que vaya, pero yo sí me quiero ir.

Mi nombre es María Herrera Magdalena.

Si tuviera frente a mí a Felipe Calderón, le diría que haga el favor de dejarnos en paz

El presidente de la República no debería abrir la boca porque no ha sentido el dolor. Él dijo que en esta guerra teníamos que sacrificar algo. Qué más quiere. Ya no tengo yo a mis tres hijos ¿Y él? ¿Qué ha sacrificado él?

No me parece justo que Felipe Calderón se deslinde y que sólo hable de estadísticas. Mis muchachos eran buenos y él acabó con su futuro y con el mío. Ese señor no se ha hecho cargo de nada.

A mí me asesinaron a mis tres hijos. Los sacaron de un restaurante donde se estaban divirtiendo junto con otros compañeros, aquí en Gómez Palacio, estado de Durango. Fue un grupo de señores encapuchados que se llevó en total a seis hombres, tres de ellos eran mis hijos: Miguel Alejandro, de 21 años, Hugo Armando, de 22 años y Luis Fernando, de 27 años. Los dos primeros eran estudiantes y el tercero era licenciado en Derecho.

Fue el 30 de diciembre del 2009 cuando se los llevaron y amanecieron acribillados en el Canal de Sacramento. Me llamo Rosa María Hernández y tardé mucho tiempo sin saber qué hacer. Parecía que moría. Las autoridades me dijeron que había sido una equivocación, que habían caído por error.

Yo quiero que se termine la violencia. Mis hijos no se dedicaban a nada malo, como muchos otros tampoco.

Este dolor no nos lo va a sacar con nada, pero como mamá tengo que seguir adelante. Están mis nietos, que me necesitan. ¿Cuándo nos van a devolver la tranquilidad?

Si yo tuviera frente a mí a Felipe Calderón, le diría que haga el favor de dejarnos en paz.

Esta marcha es mi última esperanza

Soy madre de Betsabé Arango Días, de 38 años de edad. Un día llegaba mi hija de comprar el mandado a su casa, metió el coche y estaba bajando las compras cuando entró el asesino y le disparó. Mi nombre es Ángela Díaz Galindo

Desde ese día he tocado todas las puertas y no hay nadie. No hay respuesta. Esto ocurrió el 3 de diciembre del 2009.

Estoy en la marcha porque tengo una última esperanza de justicia. Al menos que hagan comparecer a los asesinos. Yo ya les di los nombres, pero no hacen nada.

Quisiera ir con la caravana a Ciudad Juárez, pero no puedo porque tengo cáncer en una pierna.

Si tuviera frente a mí a Felipe Calderón le diría que no se requiere ser un intelectual o pensar mucho para saber que su estrategia fracasó, que  no sirvió, que ya pare.

Estamos en un pueblo sin ley

El 16 de septiembre del 2008 mataron a mi hijo José Manuel Torres, de 29 años. Lo acribillaron en Torreón, Coahuila. Mi hijo era albañil y dejó cinco hijos.

José Manuel regresaba de la obra cuando lo interceptó un carro, lo quisieron subir a fuerzas  pero él no se dejó. Le pedían que matara a una persona y él se negó. Mi hijo no era un asesino. Le querían dar un arma y no la aceptó y por eso me lo mataron.

Yo soy Amparo Castillo y cuando fui al Ministerio Público sólo me dijeron que murió por una equivocación. Y no se ha hecho justicia. Aquí nadie me hace caso. Si no tienes dinero nadie hace nada.

Estoy aquí para gritar mi rabia y mi impotencia como madre y para rescatar a tanto joven, para exigir que ya no los sigan matando.

El gobierno es una mierda. No le importa el pueblo.

A Felipe Calderón yo le preguntaría ¿qué haría usted si le mataran un hijo? Pero sé que a él no le va a pasar. El problema es Calderón, es el gobierno, nadie más. Por eso no espero nada de él.

Un año después de que asesinaron a mi hijo, en el 2009, mataron a mi hermano y a mi sobrino cuando salían de una pelea de box, allá en Ciudad Juárez. Cuando eso pasó las autoridades me dijeron que habían estado en el lugar equivocado y les había tocado.

Estamos es un pueblo sin ley, no hay investigación ni hay nada. En Gómez Palacio ni siquiera se puede velar a los asesinados, porque llegan a dispararle a la caja y a levantar a los familiares. Y nadie hace nada para pararlos.

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