De acuerdo con cifras de la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación, hasta el 40 % de las zonas terrestres del planeta están degradadas, lo que afecta directamente a la mitad de la población mundial y pone en peligro aproximadamente la mitad del producto interno bruto mundial (44 billones de dólares).
El número y la duración de los periodos de sequía han aumentado un 29 % a partir del año 2000, y si no se toman medidas urgentes podrían afectar a más de tres cuartas partes de la población mundial en 2050.
Al respecto, la coordinadora de la licenciatura en Ciencias Ambientales de la Escuela Nacional de Estudios Superiores (ENES), Unidad Mérida, de la UNAM, Martha Gabriela Gaxiola Cortés, califica la situación ambiental como crítica.
Hace unos años “la preocupación era por lo que les iba a tocar vivir a los hijos o nietos en el futuro. Hoy estamos entrando en condiciones de supervivencia en tiempo real”.
Presenciamos cada vez más la pérdida de ecosistemas y en 2024 enfrentamos problemas graves: sequía e incremento de la temperatura en la República mexicana y en otros lugares del mundo. “En Yucatán, por ejemplo, se están registrando récords históricos de calor”.
Con motivo del Día Mundial del Medio Ambiente, que se celebra el 5 de junio y que este año lleva por lema “Nuestras tierras. Nuestro futuro. Somos la #GeneraciónRestauración”, señala que también se presenta la pérdida o el empobrecimiento de los suelos.
La tierra desempeña una función fundamental en el sistema climático, ya que actúa como un sumidero de carbono. No obstante, está sometida a una presión cada vez mayor por la deforestación, urbanización, desarrollo industrial, expansión de la agricultura y prácticas agrícolas insostenibles, refiere la ONU.
A la delicada situación se suma una “cantidad de incendios impresionante” debido a la sequía tan acentuada en zonas donde, incluso, ese fenómeno no se presentaba, subraya Gaxiola Cortés.
La bióloga marina expone que es momento de abandonar la visión antropocentrista que nos ha llevado a esta crisis ambiental de enormes proporciones, para situarnos en el biocentrismo, en que el humano es sólo una especie más en la naturaleza y produce el menor daño posible.
“Resulta inevitable que usemos recursos como el agua, pero tenemos que hacerlo con la conciencia de que no son infinitos. De una vez por todas debemos dejar de cosificar a la naturaleza”, afirma la científica.
En nuestro país, donde se registra una de las mayores diversidades biológicas del planeta, se generan políticas públicas para atender estas problemáticas; sin embargo, no se traducen en medidas concretas.
También se han efectuado esfuerzos para estudiar esa riqueza, mediante organismos como la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad, y se han creado instancias, entre ellas la Comisión Nacional de Zonas Áridas donde se realizan análisis interesantes, históricos y actuales de lo que sucede en ellas.
De igual modo está la Comisión Nacional Forestal, encargada de la reforestación, o la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente, junto con la declaratoria de áreas naturales protegidas y reservas de la biósfera. Pero no es suficiente, aclara la universitaria.
Crear conciencia
Es increíble que “tenemos instrumentos legales y políticas públicas, así como grandes grupos de investigación activos en el estudio del ambiente, tanto en tierra como en la atmósfera y el mar en toda la República, pero se nos sigue escapando el control de los efectos antropogénicos, que se están convirtiendo en elementos muy importantes para ir hacia un problema climático mayor”, menciona.
Ante la crisis ambiental, lo importante es crear conciencia y actuar con ética. Esta situación no se resolverá únicamente con la ayuda de la investigación de la comunidad académica o de la población, el gobierno tiene la obligación de efectuar políticas públicas, aplicar las normas e impedir que los intereses económicos priven sobre los ambientales.
Se necesitan estudios de impacto ambiental serios antes de instalar fábricas o construir zonas habitacionales. Más que castigos para los delitos ambientales, se requiere evitar que sucedan mediante acciones preventivas, concluye.
Publicado originalmente en Gaceta UNAM