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La maestra Ana cuenta su historia y la vida dentro del plantón magisterial de La Ciudadela

Yunuhen Rangel

No tengo un discurso profundo pero tengo una razón para luchar, así que aporto. No me rajo, por que es mejor que nos venzan de pie que arrodillados.

Soy la encargada de la cocina de Michoacán en el plantón de maestros aquí en La Ciudadela. Mi nombre es Ana Mendoza Valencia, soy profesora de nivel básico con 32 años de servicio.

Nací en Barranca Adentro hace 63 años ya, un lugar en la sierra michoacana que pertenece al municipio de Aguililla. Crecí  en medio de pineras al sur de mi estado y fui la primera de 14 hermanos, ocho mujeres y seis hombres. Fui la más grande, la que abrió camino. Entre tanta familia no hubo tiempo de tener infancia. La infancia fue el trabajo para ellas y ellos, fueron mis muñecos y mi responsabilidad.

Esa infancia desde luego me marcó, desde que me acuerdo fui responsable del cuidado de mis hermanos junto a mi madre, pero siempre supe que yo quería algo diferente, quería aprender a leer, escribir, sumar y restar. Desde que me acuerdo comencé a insistirle a mamá y papá que me enviaran a estudiar. Ellos se echaron siempre la pelotita para negarse, igual no por falta de ganas, sino de recursos.

Ahí en mi rancho no había más que los árboles de pino, qué esperanzas que hubiera escuela. Mi padre criaba cerdos que luego había que llevar por al menos 12 horas a pie hasta la cabecera municipal para venderlos y contar con algo de recursos para sobrevivir.

Plantábamos maíz para alimentarnos nosotros y a los animales de mi papá. Cuando tenía como unos nueve o diez, el dueño de la única tienda de abarrotes de un pueblo de no más de 500 habitantes, decidió traer a una maestra de Pátzcuaro para darle clases particulares a sus hijas e hijos. Cuando nos enteramos acudimos de oyentes a las clases.

Luego de unos días ya éramos unas 50 o 60 personas desde los nueve años, como yo, hasta los 40. Fuimos a ver si lográbamos aprender a leer un poco, algunos ya sabían algo, otras nada, pero ese fue mi primer acercamiento al estudio, lo que me agrandó las ganas de seguir.

A pesar de que nos portábamos muy bien, la maestra duró muy poco viniendo, nunca supimos si por lo complicado del trayecto, por la paga que no le dábamos todos, o por lo difícil que resultaba atender a más de 50 personas para que, en serio, aprendiéramos. En fin, un día se fue y con ella algo de mi esperanza de estudiar.

A los 11 años un tiro de suerte me acercó a Aguilillas y a la escuela. Mi tía, que vivía en la cabecera municipal, se embarazó y ocupó de mi ayuda para los quehaceres de su casa, así que me fui. Era época de inscripciones y llegando allá le pedí que me dejara entrar a la escuela. A esa edad cursé primer año. Por fin sabía leer y escribir.

Luego mi tía parió y no hubo más razones ni recursos para que yo me quedara en Aguilillas, pero al volver al rancho resultó que ya había un aula y pude estudiar segundo y tercero.

Ahí comenzó mi siguiente viacrusis, ¿Con que pretexto volver a Aguilillas y seguir mis estudios? La respuesta me llevó un tiempo pero al fin lo logré. Con el pretexto de la fiesta patronal más importante de mi pueblo, la de San Isidro Labrador, pedí por mucho tiempo que con esos retazos de tela que mi papá nos llevaba cada mes para que mi mamá nos cosiera algún vestido, fueran justo para estrenarlos en la fiesta.

Después de mucho insistir, finalmente me dejaron ir a la cabecera en un viaje para llevar a vender cerdos, en un camino muy cansado y de muchas horas que para mí valía toda la pena. Llegue de nuevo a Aguilillas, esperé las inscripciones y fui a la escuela, con la complicidad a medias de mi tía, así sin papeles ni nada más que todas mis ganas, pedí que me apuntaran a quinto y aceptaron.

No fue fácil para mí, sobre todo las burlas de mis compañeras y compañeros por que yo venía de rancho, por que no tenía nunca para gastar, más que cuando vendía algo de changunga o nanche, y entonces ya me podía comprar alguna paleta de colores o  una galleta Sabrosa a la que le embarraban salsa búfalo y nos encantaba.

Llegó junio y con el la preparación del desfile del 22, día en que se celebra en Aguilillas que se haya vuelto la cabecera municipal, yo de ningún modo podía fallar –como no fallo aquí en el plantón desde hace tres meses-. Organizaron en la escuela uniformarse con un traje muy mono, de yomper y falda tableada de un verde bien bonito. Costaba 15 pesos, pero no me pudieron mandar para comprarlo, así que agarré mi vestido más bonito y llegué a la fila de niñas y niños listos para el desfile.

Los niños me empezaron a hacer burla y a decirme que saliera de la fila por que no tenía el uniforme. Yo me resistí, pero luego de un rato lloré con mucho sentimiento, como lloro ahora por que solo yo sé cuanto me ha costado cada cosa. Finalmente me hice a un lado, resignada a no desfilar.

La maestra llegó, levanto mi cara y me preguntó por qué no estaba formada, le respondí que por que no traía el uniforme, así que me tomó de la mano, me formó, me secó las lágrimas y me dijo frente a todos: «Tú, Anita, haces lo que ellos no hacen, ellos tienen quien les ayude y tú no, así que siéntete orgullosa y sal a desfilar con tu vestido y ustedes la dejan en paz»,  así que cumplí. Me sentía bien conmigo.

Así me la llevé quinto y sexto hasta que por fin terminé la primaria. Quería seguirle, así que me puse a trabajar en la casa de una pareja ayudándoles en todas las labores de la casa, acababa con los pies hinchadísimos cada día, pero me alcanzó para pagar una escuela particular y acabar la secundaria. Para entonces ya tenía yo como 24 o 25 años.

Después de eso me animé a irme a Apatzingán con el hermano de mi papá y así, literal, me colé en el Instituto de Mejoramiento Profesional, que es un lugar de estudios para maestras y maestros. Entré de oyente, conseguí un lugar con mucho esfuerzo, con suerte y con las mismas ganas.

Mil peripecias pasé, incluido mi primer paro de dos o tres meses y la toma de las oficinas del Instituto para que nos dieran una plaza estatal a quienes ya habíamos estudiado por tres años. Fui de las que no se rajó, de las que ahora tampoco se va a rajar. Finalmente el gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas decidió otorgarnos las plazas.

Finalmente, me dieron mi primera escuela para atender, en la comunidad de Sixtos Verdugo. Había que entrar a pié, no había ni vereda ni luz. Legué con lo puesto, sin dinero ni un suéter siquiera, a atender a mi primer grupo. Al llegar la noche no sabía ni dónde dormiría y los cabellos de la nunca se me erizaron, pero no me rajé tampoco. Un alumno me invitó a quedarme con su familia y ahí me adapté muy bien con la ayuda de la madre que me sostuvo hasta que mi sueldo se regularizó.

Cuando tuve que hacerme cargo de la familia por que la madre se enfermó, yo no temí, sabía como hacer la cosecha, el nixtamal y hacer tortillas para la familia y así sobrevivimos todos durante tres ciclos escolares.

Después de eso me cambiaron a Aguililla, a la escuela Josefa Ortíz de Domínguez, dónde yo había estudiado y dónde hasta ahora laboro como maestra. Hoy hay un refugio para que niñas y niños que vienen de comunidades puedan dormir y ser alimentados ahí, yo también colaboro en ese espacio y en el Centro de Educación Básica para Adultos (CEBA) para que las personas de 15 años en adelante aprendan a leer y escribir, y también aceptamos niñas y niños que son trabajadores y les acomoda el horario del CEBA.

Luego de muchos años de trabajo me nombraron Coordinadora Municipal. Les dije que ni creyeran que me quedaría sentada ahí, que estaría donde estuvieran las actividades magisteriales y así lo hago hasta ahora.

En diciembre de 2015 y enero de 2016 establecimos un plantón en Morelia, la capital de Michoacán, y ahí empezó esta nueva lucha en la que tampoco pienso rajarme, por que tengo claro lo importante que es para alguien que quiere estudiar tener los apoyos necesarios para hacerlo, las condiciones de vida y la disponibilidad de escuelas y lugares gratuitos. No me rajo por que lo creo justo y es para y por todos.

Yo atiendo a niñas y niños que muchas veces son explotados en sus lugares de origen, tal vez por la necesidad, por eso sé que si la educación se privatiza, se acaba la posibilidad de ellos de estudiar, de salir de la comunidad, ya no hay modo de mejorar la vida, de cambiar lo que no se quiere para una, de tener otros sueños como los tuve yo.

Llevo ahora tres meses haciéndome cargo de la Cocina General de Michoacán de la sección 18 de la CNTE en el plantón, pero aquí no sólo comen los docentes, aquí le servimos del indigente para arriba, por que hay víveres que la población nos ha donado y han rendido.

Ya empieza a escasear el agua, los huevos que se ocupan tanto, la leche y el aceite, pero nos toca a mi y a las tres o cuatro compañeras que me apoyan, hacer rendir la comida para todas y todos, para estar bien alimentados los días de lucha que vienen.

Yo he logrado acondicionar, ahí junto al árbol, un lugar para bañarme y no tener que gastar en eso. Nos retuvieron los salarios un tiempo y seguimos sin gastar dinero del movimiento, seguimos resistiendo.

Por la educación gratuita en México, por la mejora de nuestras condiciones laborales y la de todos los trabajadores en México, por que las y los niños en mi comunidad no se queden sin este derecho. Yo sé bien lo duro que es progresar y estudiar en algunos lugares de México.

Testimonio recogido en el plantón de la CNTE en la Ciudadela, Ciudad de México, el 25  de agosto de 2016.

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14 Respuestas a “La maestra Ana cuenta su historia y la vida dentro del plantón magisterial de La Ciudadela”

    • Hola, gracias por escribir y molestarse, pero sobre todo por la conciencia y el gesto de humanidad, la manera de ayudar es donando víveres, acompañando e incluso compartiendo la historia. Saludos combativos.

  1. Excelente organizadora, y muy hospitalaria, a los de sSonora nos recibía siempre cn una sonrisa de esas ke inyectan entusiasmo para no rajarnos. Ke Dios la siga conservando Mtra. siempre con ese espiritu tan jovial y entusiasta

  2. susanne

    todos podemos ayudar a la lucha no lucha por la cnte es la lucha por mexico, pueden acercarse a los campamentos y llevarles fruta, huevo, agua, o cualquier producto de primera necesidad al igual que ir a conocer mas de cerca a los valientes maestros que luchan por una educacion justa y un mejor sistema tanto laboral como educativo. Saludos fraternales.

  3. Que mujer tan valiente su historia me hizo llorar, pero estoy segura que su lucha no es en vano porque habemos muchas (os) que no queremos esta reforma., que apoyamos a la CNTE porque estan luchando por lo justo.

  4. Jorge Panos

    Emociona el ir viendo en la imaginación el relato de la maestra Ana. Conociendo parecidos en otras partes como Veracruz o Villa Guadalupe N.L.. Se confirma que la gente más solidaria es la mas humilde que llega a dar lo que le faltará. Desde Montevideo Uruguay un cálido saludo y reconocimiento a tanto hacer por la difnidad y progreso de México.

  5. Jorge Panos

    Reitero el saludo emocionado a la maestra Ana desde Montevideo Uruguay, reafirmando que los más humildes dan hasta lo que les va a faltar. Y que gentes como Ana construyen la dignidad de un país como México. Situaciones parecidas sucedían en lugares de Veracruz y Cd. Guadalupe N.León.

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