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Brasil: el que siembra vientos, cosecha tempestades

Diego Castro / Latinta

La situación política brasileña se parece cada vez más a las famosas novelas de la tarde que paralizan al país. Cada semana un nuevo capítulo, en cada entrega una intriga renovada que supera a la anterior. El presidente Temer y su gobierno cuentan con bajísimo apoyo popular, pese a ello las protestas en su contra no han logrado desbordar a los colectivos más organizados que las promueven. Unas semanas atrás, con algunos capítulos menos, cuando comenzaban a hacerse públicas las delaciones que vinculaban a Temer con actos de corrupción y la posibilidad de que se adelantaran las elecciones eran mayores. El periodista Diego Castro entrevista para  Zur pueblo de voces,  a Breno Bringel, profesor de la Universidad Estadual de Río de Janeiro.

Breno intenta comprender el momento que se vive en Brasil como resultante de una relación íntima, entre empresarios y gobiernos, relación que no es nueva pero que los gobiernos del PT llevaron a límites poco imaginados. La trama configura una forma de regulación política específica que se explica en el modelo impulsado por los gobiernos del PT de promoción de capitales brasileños a grandes empresas de alcance regional y mundial.

Su mirada se aleja de los análisis victimistas que ven las investigaciones sobre corrupción exclusivamente persecución hacia el PT, a la vez que no se entusiasma con las opiniones de quienes piensan que gracias al poder judicial se podrá limpiar la corrupción del sistema político.

La crisis del PT parece ser la crisis de toda la izquierda, en particular la militancia social se encuentra con escasa capacidad de reacción, con lecturas diferentes y objetivos que no parecen estar muy cerca. Los movimientos tradicionales, como los Sin Tierra y los sindicatos de la CUT, pese a que a su interior esgrimen críticas al PT, a nivel público defienden a sus gobiernos y anhelan su victoria electoral en 2018. Por otra parte los movimientos juveniles y autónomos que emergieron en 2013, a la vez que no logran mantener la misma intensidad de movilización no están dispuestos a enarbolarse en la lucha por una democracia que para ellos no es tal y que en definitiva supone defender al PT.

-¿Cómo analizas el escenario político actual?

-Luego del juicio a Dilma y su destitución, pensábamos que el gobierno de Michel Temer contaba con el apoyo de los grandes medios de comunicación, el empresariado y el resto de los sectores dominantes. Pero, frente a la imposibilidad de concretar las reformas laborales y jubilatorias impulsadas, el escenario cambió y fue un poco desconcertante. La cadena Globo salió a criticar duramente a Temer, demostrando que la inestabilidad en los sectores dominantes es bastante importante.

Los problemas políticos afectan tanto a derechas como a las izquierdas, todos los partidos están siendo vinculados con los actos de corrupción en las investigaciones conocidas como “Lava Jato”. Todos los indicios que surgen de las investigaciones hacen suponer que van por Lula, para que no se pueda presentar a las próximas elecciones. La estrategia de las investigaciones, con las últimas novedades, ha enviado una señal clara para blindarse de la crítica vinculada a que solo se persigue al PT, se incluye a Aecio Neves -que fue separado de su cargo parlamentario- y al propio Michel Temer en las investigaciones.

Por otra parte  el PT tiene como única estrategia ganar las elecciones de 2018 con Lula, no ha habido autocrítica sobre lo realizado.  A su vez ha perdido buena parte de sus principales cuadros y militancia histórica, pero también cuenta con apoyo popular que ve que todo esto también ha sido contra el PT. A ello debe sumarse que la situación económica ha empeorado y por ello se anhela a volver a lo que había antes.

Tanto el partido de Aecio Neves como el de Temer se encuentran golpeados y sin referentes claros. También ha crecido mucho una extrema derecha en las calles, y que está organizada políticamente con las bancadas en el congreso y la figura de Jair Bolsonaro, es poco probable que gane las elecciones pero tiene una apoyo popular de 10 o 15 por ciento  lo que ya es mucho y preocupante.

¿En el caso que Lula vaya preso, el PT tiene otras figuras para no perder peso electoral?

-En realidad no, ya que las figuras importantes o han salido del PT o no están dispuestas a ser candidatos. Además la distancia entre el PT y los sectores populares organizados se ha profundizado. Este no es un problema exclusivo del PT y a las vez se configura como uno de los grandes problemas, la desconexión entre la política institucional y la sociedad. Es difícil identificar mediaciones organizativas que colaboren con disminuir dicha conexión.

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¿Qué sucede con los movimientos sociales?

-Los movimientos tradicionales (MST – CUT) tienen una especie de deuda histórica y moral con el PT. La posición actual es muy ambigua y ambivalente, por una lado a la interna tienen una posición crítica sobre los gobiernos del PT y en particular los escasos avances y retrocesos de los último años del gobierno Dilma. Ahora, eso para afuera se trasunta en un apoyo al PT. Esto se fundamenta en que en el escenario político actual, una victoria del PT en las próximas elecciones es lo menos peor. Están en una posición muy defensiva y reactiva para defender lo que se logró.

Por ello en el plano político-discursivo, ideológico, hay una lógica pragmática: es lo que podemos hacer ahora, hay que defender la democracia, los derechos conquistados. Pero en el terreno subjetivo de la militancia, hay un desconcierto bastante grande, que por momentos paraliza, en el sentido de preguntarse para qué se está haciendo lo que se hace y los límites de las acciones desplegadas. Primero porque está habiendo una represión muy fuerte, segundo porque no está habiendo capacidad de convocar a la sociedad, las movilizaciones contrarias al gobierno han incluido solamente a los sectores más organizados y no a la población en general, a diferencia de lo sucedido en 2013 durante el gobierno Dilma.

Así, el escenario que se plantea es de mucha  fragmentación en la izquierda social, con mucha angustia e incertidumbre, de repensar casi semanalmente qué hacer, cómo hacer. Repensar continuamente, todo el rato.

Un problema importante que hoy se puede ver con claridad es que hay en la militancia social, en la izquierda social una fuerte fractura, que tiene un corte generacional claro. Por una parte están los movimientos tradicionales (MST – CUT) donde sus militantes rondan en una media de 40 años o un poco más, y por otro un grupo de movimientos más jóvenes, que protagonizaron luchas importantes. Es el caso de la juventud autonomista y libertaria que se hizo pública en 2013, el ciclo de ocupaciones de los secundaristas que fue muy potente en todo el país, los movimientos culturales de periferia en favelas, las experiencias de base de educación popular. Estos últimos, casi no dialogan con los movimientos más consolidados, como MST, CUT e incluso el MTST (Sin Techo), tienen diagnósticos muy diferentes.

Mientras los movimientos más consolidados sostienen que el eje de la lucha es defender lo conquistado frente a un escenario que ha degenerando, y por lo pronto hay que moverse en el marco de las ambivalencias antes nombradas. Por otro, los movimientos más autónomos, más jóvenes y más combativos, no se identifican con la defensa de la democracia, ni con los gobiernos del PT. Sostienen que ellos han nacido en democracia, en esta democracia entre comillas que nos vendieron, la ubican como represión en las favelas, nunca como democracia plena y ubican al PT como un partido del status quo, como un partido de derecha, conservador. Para ellos no fue solo Temer el que sacó al ejercito ahora, sino que Dilma también lo hizo durante el mundial de futbol para reprimirlos a ellos. Y todo esto no lo dicen los movimientos tradicionales. Ni tampoco dan cuenta de los asesinatos de indígenas y sin tierras, ni aparece con claridad la crítica a la política desarrollista y extractivista de los gobiernos del PT, que para estos nuevos movimientos no tiene nada de izquierda, ni de progresista.

Entonces estamos frente a una fractura,  un choque que no solo es generacional sino de concepción de mundo, de vida, de cambio social, muy fuerte dentro de los movimientos de hoy en Brasil.  Mientras que los movimientos tradicionales piensan que hay que hacer un trabajo de reconstrucción, que hay que volver a hacer un trabajo de base que abandonaron, producto de un diagnóstico equivocado que los llevó a  centrar muchas fuerzas en el estado, en la política pública, el tejido social se encuentra muy dañado. Muchos de esos espacios han sido ocupados por sectores ultraconservadores de la Iglesia Evangélica y la destrucción que genera la dinámica delictiva vinculada al tráfico de drogas.

El tema principal es si entre estos dos mundos de los movimientos sociales pueden haber diálogos, entre estas dos militancias que salen a la calle con banderas distintas, que tienen visiones de futuro muy distinta. Hay algunos pocos movimientos que intentan hacer puentes, por ejemplo el Levante de la Juventude, aunque les cuesta muchísimo.

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¿Qué ha sucedido en el último tiempo con estos dos tipos de movimientos. Parecería que la intensidad de 2013 no se pudo mantener, a la vez que los movimientos tradicionales vieron a los más jóvenes con desconfianza?

-Entre 2013 y 2016 no hubo conexión ni eje de actuación entre estos dos campos militantes. Cada uno empezó a actuar en sus lógicas. El campo tradicional primero reaccionó con susto y mucha distancia con respecto a la irrupción de 2013. Y en el marco de la creciente polarización en torno al impeachment, quedó circunscripto en la defensa del gobierno del Dilma y el PT. Por otra parte, el espacio más autonomista de los movimientos es un campo muy fragmentado, diverso y heterogéneo que se articula en la acción directa callejera. Estos en el marco de la polarización del impeachment prefirieron no salir a la calle, pues el análisis que se hacía era que defender la democracia era defender al PT y eso no les interesaba. Pese a que en este tiempo no aparecen públicamente sí continuaron su trabajo subterráneo, cotidiano.

Por otra parte se han estructurado dos frentes sociales, el Frente Brasil Popular, integrado por MST, CUT y varias organizaciones sociales y políticas más próximas al PT y el Frente Pueblo sin Miedo, articulado por los Sin Techo (MTST) y donde algunos grupos autónomos se han vinculado. Ambos frentes han convocado muchos actos conjuntos, y han permitido ver cuáles son las distancias y sinergias. Los encuentros se generan en las grandes movilizaciones y en las consignas generales como “Fuera Temer”, pero más allá de ello empiezan a aparecer los desencuentros.

Otro elemento que hay que tomar en cuenta son las situaciones locales y regionales, el PT y los movimientos tradicionales mantienen fuerza en el nordeste y la han perdido en el sur y este del país, allí donde fueron muy fuertes.

-Rápidamente el gobierno de Temer ha emprendido un fuerte ajuste en varias áreas, y la Universidad no quedó por fuera de ello ¿cuéntanos cuál es la situación en Río?

-La Universidad y la educación pública fueron blanco de los primeros ataque del gobierno Temer, recortando buena parte de los presupuestos de ciencia y tecnológica, becas y demás. En cuestión de meses congelaron lo que fueron avances de 10 años. Estos ataques a la educación pública no se restringieron a lo presupuestal, también incluyeron los contenidos educativos, como por ejemplo quitar sociología en secundaria y otros contenidos como género.

En la Estadual de Río llevamos un año de huelga continua, con salarios congelados y atrasos desde el año pasado, también las becas de los estudiantes se han congelado, esto golpea sobre todo a los estudiantes más pobres que dependen de ellas para estudiar.

Actualmente se encuentra en negociación un paquete de ajuste que supedita el envío de fondos federales para solucionar al menos parcialmente los atrasos, pero que incluyen pautas muy complicadas, como por ejemplo congelamiento de salarios de los funcionarios públicos de Río por 10 años, congelamiento de los ingresos por concurso público por varios años y aumento de impuesto jubilatorio del 11 al 14%.

En este marco, el anterior gobernador está preso y el actual está siendo investigado por corrupción y es muy probable que vaya preso, ambos son del partido de Temer y durante todos estos años habían sido aliados del PT. Río está declarado en estado de calamidad, y esto no solo es producto de las fluctuaciones de la macro economía, sino por los dineros destinados a los mega eventos como las olimpíadas y el mundial, obras totalmente innecesarias, grandes elefantes blancos.

-¿Cómo podemos comprender este fenómeno de relación corrupta entre empresarios y gobiernos que pareciera que Brasil nos permite ver de manera explícita?

-Sobre este tema hay muchas lecturas, algunos ven con buenos ojos el hecho de explicitar la trama de promiscuidad entre la política y las grandes empresas. Viendo como una posibilidad de regeneración del sistema político, que lo limpiaría. El problema es que confían demasiado en el poder judicial, como un poder neutral que puede solucionar los equívoco del ejecutivo o legislativo. Hay otras interpretaciones más pesimistas que lo ven como un ataque del poder judicial a los políticos, pero sobre todo al PT. Sería la tesis de persecución política, a mí me parece complicada.

Yo prefiero una interpretación intermediaria, que no pone el énfasis ni en la persecución al PT, ni en la maravilla del poder judicial y en una operación al estilo manos limpias, como en Italia. Prefiero entender lo que sucede como parte de las relaciones perversas y las confluencias que se fueron tejiendo en Brasil dentro de las últimas décadas, ya desde los años noventa, entre un proyecto que por un lado se vendía como democratizador, pero que estaba totalmente aliado al neoliberalismo. Esta alianza, confluencia, entre más democratización pero más neoliberalismo, que apoyaba las políticas supuestamente democratizadora con alianzas con el gran capital, con las grandes empresas, con la internacionalización de las empresas brasileñas, vía el estado y vía los gobiernos del PT, fue generando una perversidad enorme, de ruptura de un imaginario democratizador, emancipador real, y esto se fue naturalizando casi como la única salida, la única vía posible de avanzar en determinadas conquistas sociales. El problema que esta confluencia generó relaciones fuertes de promiscuidad, de corrupción, lógicas que alejaron mucho al PT de cualquier intento de transformación real. Si bien los sectores conservadores nunca creyeron en Lula se apoyaron porque se beneficiaron de los apoyos de esta política, cuando estos beneficios empezaron a menguar eligieron otra estrategia que es la que se vincula a los juicios.

Entonces lo veo como una trama política histórica que tiene que ver con el proceso reciente de Brasil, con la construcción política de los gobiernos del PT y que está haciendo mucho daño a los proyectos de izquierda, tanto para hoy en día, como para el futuro.

Hay que comprender estos sucesos no como actos de corrupción individualizados, sino como parte de una dinámica política, que muestra en Brasil su cara más perversa, pero que no es ajeno al resto de los procesos políticos de la región.

Lejos quedaron, a partir de la experiencia concreta, los anhelos de que los gobiernos progresistas pudieran poner límites a la voracidad capitalista. El relevo de pruebas parece mostrar exactamente lo contrario, los gobiernos incursionaron en la dinámica de la mercantilización de la política, donde todo tiene precio, y donde cualquier negociación se justifica en beneficios superiores. Sean ganancias para las empresas o puestos de trabajo para alimentar el sueño desarrollista, de esta manera el juego quedó al interior de la lógica del capital y más allá de justificaciones posibilistas o de buenas o malas intenciones, los gobiernos del PT cosechan lo que sembraron.

*Texto publicado en Latinta.com.ar por Diego Castro para Zur pueblo de voces / Fotos: Mídia Ninja

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