San Mateo: Tejiendo el mar

Diana Manzo

Fotos: José de Jesús Cortés | Ver fotoreportaje completo

Ajayiw, ajayiw

Ngomajaw ndoj ajayiw

Naag owixaw nejiw

Naag jarünch

Kambaj iüt, nangaj ndek

Ndedaamb ayaj apakajchiw

Tejen y tejen

nunca dejan de tejer.

Con sus manos

y sus hilos

nuestro territorio el mar

siempre, siempre

han de defender.

Lesvia Esesarte, poeta y cantante de rap ikoots

San Mateo del Mar, Oaxaca. “El mar no está quieto, es como una persona, es un ser vivo, es como nosotras”, dice Juana Baloes Zepeda, mujer huave o ikoots de San Mateo del Mar, comunidad del litoral del Pacífico oaxaqueño. Hábiles tejedoras del telar de cintura, ellas narran con hilos de algodón historias de su mar y territorio como memoria para reivindicar y defender su cultura milenaria, como lo han hecho contra las eólicas y actualmente contra el Corredor Interoceánico.

Las mujeres ikoots sobrevivieron a un terremoto en el 2017 y a la pandemia de la Covid-19, pero también han resistido contra las empresas eólicas que quisieron apropiarse de su territorio al pretender instalar 132 aerogeneradores en la Barra Santa Teresa; su lucha es la defensa de su mar, que, dicen, “es su todo”, porque les da vida.

El textil como defensa del territorio

Para ellas, las que guardan una enciclopedia en sus telares, quien adquiere un textil no se lleva un pedazo de tela, sino un pedazo de la historia de San Mateo del Mar. El mar, explica Hugo Alberto Hidalgo Buenavista, activista y defensor cultural ikoots, les brinda la posibilidad de construir autonomía y renacer en San Mateo, porque de ahí comen. La pesca les ha permitido sobrevivir a lo largo de los siglos, y por eso, dice, lo defienden. Los y las ikoots, recalca el también escritor indígena, “resisten porque saben que el mar lo es todo, y por eso lo plasman en los textiles que transmiten su cultura y resistencia”, no sólo a ellas, sino también a quienes los adquieren y los llevan a su casa.

“El arte del telar de cintura para el pueblo ikoots representa una forma de escritura iconográfica, es la herencia de un conocimiento ancestral, guarda un vínculo entre la identidad lingüística del ombeayiüts y la vida cotidiana marina”, explica Hidalgo Buenavista, quien asume que el telar de cintura significa una “manera de mostrar la resistencia y la existencia de un pueblo único en el mundo”.

El investigador indígena aclara que, aunque no hay un estudio profundo de sus orígenes, el arte textil hace una conexión en la actualidad con la defensa de nangaj iüt monopoots/ ‘la sagrada tierra, una misma para nosotros’, refiriéndose a las lagunas, mares, lugares sagrados, árboles y todos los animales con quienes se convive.

“Todo este territorio se representa en los textiles. Es el sagrado territorio que hemos defendido de manera colectiva, que ha sido codiciado tanto, que han querido invadir las empresas eólicas y los megaproyectos transnacionales, los mismos que han generado los conflictos entre los pueblos ikoots y del Istmo de Tehuantepec”, refiere el investigador.

El amor al sagrado mar

Debajo de un frondoso árbol de olivo, una mujer de semblante sereno y de manos fuertes teje un huipil en su telar de madera durante la entrevista. En su lengua ombeayiüts habla “del amor al sagrado mar”, como nombra a este cuerpo natural en su territorio. Su nombre es Romualda Baloes Zepeda y tiene 79 años de edad.

“Mujer virtuosa”, la llaman en la comunidad. Comenzó a los 12 años de edad a tejer con hilos de algodón la historia de su pueblo, arte textil indígena que ha compartido con sus hijas, hijos y nietas. A un palo de madera al que llaman xiül ata su telar conformado por diez piezas seleccionadas de un acabado fino de madera de árboles de la comunidad, que sostiene en su cintura a través de un cinto que antes era de palma, y hoy es de cuero.

Descalza y portando su enagua y huipil floreado, Romualda teje sin detenerse. Dice que cada que hilvana con su aguja de madera imagina que con los hilos de algodón va formando el mar, su territorio, donde viven camarones, jaibas, peces, pelícanos, tortugas y el pescador, que “no puede faltar”. También dibuja mariposas, perros, ardillas, palmeras, cabras, el maíz, al campesino y todo lo que imagina que existe a su alrededor.

“Sin el sagrado mar, no somos nada. El mar nos ayuda porque de ahí sale todo”, dice la mujer. Sus compañeras explican que “cuando teje parece que hace un poema y que sus versos y rimas son el colorido y las formas que le da a los hilos con los que construye su territorio, y que comparte con quienes valoran su arte”.

Romualda goza al tejer. Es silenciosa, tímida y siempre venera lo que hace, como todas las mujeres ikoots que hacen un ritual del bordado, ellas, las que no necesitan ir a pescar al mar porque lo tejen, como parte de la vida tradicional y ceremonial que han defendido todo el tiempo.

En su libro El mundo ikoots en el arte de tejer, de Justina Oviedo, la antropóloga Flavia Cuturi reconoce que las mujeres y sus actividades son protagonistas tanto de lo cotidiano como de los días de fiesta. Cuturi explica que las ikoots pueden preparar comida para la familia y para la casa del mayordomo, así como vender en el mercado, cuidar la huerta y a sus animales o participar en las actividades ceremoniales. La antropóloga describe a mujeres como Romualda, quien hace del tejido una actividad ceremonial que hereda a las niñas y niños de la comunidad.

“Saber tejer es mantener vivo a San Mateo del Mar, porque si ya nadie les enseña a las niñas y niños morirá nuestro conocimiento y, por supuesto, el sagrado mar, el territorio mismo”, explica la mujer, que aprendió a tejer observando la destreza de los movimientos de su madre durante las largas horas que pasaba en su telar.

Trece años de resistencia contra las eólicas

Los huaves o ikoots son hombres pescadores y mujeres tejedoras que viven entre la incertidumbre y el miedo por las divisiones y altercados recientes en el pueblo. Nadie quiere hablar, por ejemplo, de lo que ha generado la llegada del Corredor Interoceánico, de su lucha contra las eólicas y de la contaminación de la laguna que representa menos pesca. En otras ocasiones han hablado. Este verano la precaución prevalece. No quieren problemas.

En la actualidad hay 28 parques eólicos instalados en territorio oaxaqueño: Juchitán, Santo Domingo Ingenio, Ixtaltepec, Unión Hidalgo, El Espinal y Ciudad Ixtepec. De éstos, 23 son operados principalmente por empresas españolas y francesas; un contrato se otorgó directamente a la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) para el abastecimiento de energía y cuatro más están a cargo de la Comisión Federal de Electricidad (CFE).

Cubierto por dunas de arena, lagunas de temporal, cactáceas, matorrales y palmas, además del mar que lo es todo, San Mateo del Mar vive una constante defensa de su territorio por la conservación del medio ambiente y su cultura.

Era otoño del 2009, cuando la empresa Preneal, después llamada Mareña Renovables, propuso un convenio e intentó negociar para instalar 132 turbinas eólicas en 4 mil 700 hectáreas en tierras de uso común de todos los municipios ikoots, sobre la Barra Santa Teresa, que formalmente pertenece al municipio de San Dionisio del Mar pero a la que acuden los pescadores de todos los municipios mareños o huaves.

En asamblea, los lugareños rechazaron el proyecto, cuyo contrato era de 30 años, porque no había información suficiente y afectaba la zona de pesca y mangle. Desde la llegada de los parques eólicos al Istmo de Tehuantepec, su territorio es cada vez más codiciado por estas empresas, por lo que en diversos foros se han informado sobre los daños ambientales que generan.

En el foro regional “Corredor Eólico del Istmo: Impactos ambiental, económico, social y cultural de los proyectos privados de energía eólica”, celebrado en 2005, supieron que con el proyecto eólico de la Barra Santa Teresa, que pretendía ubicarse en la zona acuífera de La Laguna superior, se ponía en grave peligro el ecosistema de mangle. Pero no sólo eso, también se dieron cuenta de que, al dañar la zona de mangle, se verían afectados un gran número de especies acuáticas y aves, que representan la base del sistema productivo y alimenticio de San Mateo del Mar. Entendieron entonces que todo lo que las mujeres ikoots bordaban en sus mantas estaba en riesgo, es decir, toda su cultura y su existencia como pueblo.

Además, por experiencias compartidas de otras ciudades y países donde ya funcionan las torres eólicas, dijeron que suelos, ríos, lagunas y acuíferos se contaminarían por el derramamiento de los aceites utilizados en las turbinas y la acumulación de residuos provenientes de las obras de construcción de los parques. La erosión del suelo, pérdida de vegetación, contaminación visual y afectación del paisaje son otras afectaciones por la instalación de las turbinas y un motivo más del pueblo para rechazarlas, además del zumbido y el ruido de las aspas que ahuyentan las aves e impactan en la pesca.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) señala que los aerogeneradores deben instalarse aproximadamente a 2 mil 500 metros de las viviendas más cercanas. El ingeniero civil y experto en análisis de ruido, Jesús Aquino Toledo, realizó un estudio con equipos profesionales en tres parques eólicos instalados en Unión Hidalgo, La Venta y La Ventosa, y encontró que la distancia de una turbina con una vivienda es de 500 metros. Así comprobó que en Oaxaca no se respeta la distancia recomendada por la OMS, y menos la norma sanitaria internacional que establece ocho kilómetros entre aerogenerador y residencia.

En su momento, los pobladores señalaron que fueron la organización, la ritualidad y el respeto al mar, así como la difusión de información en radio ikoots, los factores que lograron que la Asamblea, máxima autoridad de la comunidad, rechazara el proyecto eólico. Sin embargo, tras negarse a avalar el megaproyecto, en octubre de 2009, San Mateo vivió una agresión (¿cuál?). Su territorio era el lugar idóneo para las eólicas, pues a pocos kilómetros de San Mateo del Mar, en Salina Cruz, se ubica la refinería Antonio Dovalí Jaime. Además, hoy en día se construye un rompeolas para el Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec, uno de los proyectos estrella del presidente Andrés Manuel López Obrador que no considera su impacto en las comunidades ikoots. Por ejemplo, en la colonia Cuauhtémoc, una de las siete colonias de San Mateo del Mar, durante 2022 ha habido más inundaciones que en años anteriores por las alteraciones que las megaobras provocan en el territorio.

En el documento llamado “Derechos de los pueblos indígenas y parques eólicos en el Istmo de Oaxaca”, publicado en el 2009 por la organización PBI México, se indica que San Mateo del Mar estuvo contemplado para el gran proyecto eólico y la empresa española PRENEAL, pero la Asamblea de San Mateo del Mar lo rechazó mediante un acuerdo general.

En ese escrito, Javier Balderas, quien fuera director del Centro de Derechos Humanos Tepeyac, explicó que durante casi un año hicieron conciencia social en toda la comunidad sobre la llegada de un megaproyecto que ocuparía sus tierras, y que como no les daban reconocimiento legal a sus representantes, esto facilitaría el despojo.

Balderas señaló entonces que “cuando un pueblo acepta el proyecto eólico, le dan entre 8 y 10 millones de pesos a las autoridades, y eso es mucho dinero para un pueblo que siempre ha estado en la marginación, donde no hay pavimento en sus calles, no hay sistema de drenaje, no hay agua entubada”.

El investigador Hugo Alberto Hidalgo Buenavista precisa que San Mateo del Mar no está en contra de la tecnología, sino que a lo que se oponen es a que las eólicas quieran aprovecharse de sus recursos naturales y extinguir lo sagrado que tienen, que es su mar, su cultura, su lengua ombeayiüts. Y también sus telares bordados de lo que en el mar habita. “Los ikoots, hombres y mujeres, seguiremos defendiendo mediante el arte y la lucha el territorio y el mar que son sagrados; es decir, estamos en resistencia al paso de los años. Todo sea por nuestro mar, nuestro territorio y medio ambiente”, afirma categórico.

La defensa del mar y el medio ambiente en esta tierra cubierta de ritualidad se basa en la historia y la cultura, en las mujeres en el telar, y en los hombres que por las mañanas y tardes se pierden en el horizonte azul para ir a traer comida. “Comer el camarón y el pescado que se extrae de nuestro mar es sagrado, lo veneramos. Es como si fuera nuestro corazón, la esencia, por eso es que se defiende. Lo defendimos de las eólicas y así lo defenderemos también del Corredor Interoceánico”, confirma Hidalgo Buenavista.

La Asamblea Comunitaria de San Mateo del Mar ha manifestado en diversas ocasiones que en esta tierra, donde se unen los vientos del Pacífico con el Atlántico, se atenta contra la vida comunitaria al querer imponer los megaproyectos como los parques y el llamado Corredor Transístmico, que incluye seis parques industriales y un gasoducto en el tramo Salina Cruz-Coatzacoalcos.

“Las bases de concreto van a cerrar los canales de filtración de agua, nuestros mantos acuíferos, y eso significa que nuestro mar se afectará. Si no hay mar, no hay comida, si no hay comida, no hay vida, y si no hay vida, no hay San Mateo del Mar. Esto que decimos y exigimos es por la vida, por el territorio, por el medio ambiente, por nuestro mar”, refiere una de las artesanas entrevistadas.

La Asamblea recalca que no van a vender ni su mar ni su territorio, y precisan que seguirán organizándose de manera autónoma para fortalecer el sistema de cargos que es la base tradicional social y política de San Mateo, que se rige por el sistema normativo interno de usos y costumbres.

“Acá los eólicos no entraron ni entrarán. Ya estamos cansados de los partidos políticos y de la división que generan, deseamos autonomía y respeto por nuestro mar”, enfatizan en la asamblea, donde recalcan que no es posible que las autoridades y las empresas quieran imponer megaproyectos en la región cuando lo prioritario no se cumple: “El agua potable es escasa, la luz eléctrica se va tres veces por semana, tenemos un hospital abandonado y no hay empleo seguro”, denuncian los lugareños.

La resistencia y defensa por el mar y el territorio no se detiene. La memoria de haber vencido a las empresas eólicas los mantiene firmes, a pesar de los embates.

El mandel de las ikoots

Para tejer no hay edad. En San Mateo del Mar (Tikambaj) las niñas y niños aprenden a hilar, armar un telar y tejer porque sienten el arte textil desde que están en el vientre de su madre, así como lo hicieron sus abuelas y bisabuelas.

Localizada en la planicie costera del Istmo de Tehuantepec, muy cerca de las aguas del océano Pacífico (nadam ndek), a San Mateo del Mar lo baña el mar mientras el sol cálido lo tuesta. La vida en este pueblo milenario es así: por las mañanas y tardes sus hombres van a la pesca en las canoas que se dispersan por el mar Tileme (kalüy ndek) y también están en las orillas de la laguna Kirio (kawak ndek), mientras que otros pastorean sus cabras y ganados. La vida en esta comunidad es lenta como una tortuga, animal totémico importante para la vida, y al mismo tiempo rápida como los pelícanos que aquí emprenden el vuelo.

En el municipio ikoots conviven alrededor de 14 mil personas, a quienes sus vecinos llaman “huaves o mareños”, y hablan el ombeayiüts, una lengua que no ha podido ser clasificada dentro de una familia lingüística mesoamericana. Lo anterior confirma que hubo una migración, aunque tampoco se ha podido determinar alguna parentela lingüística en América del Sur o Centroamérica.

El municipio oaxaqueño colinda al oeste con el municipio de Salina Cruz y al noroeste con el de San Pedro Huilotepec, al norte con la Laguna Inferior y al este con la agencia de Santa María del Mar, del municipio de Juchitán de Zaragoza. La actividad económica principal es la pesca, por eso los ikoots defienden el mar por sobre todas las cosas, y también por eso, explican, rechazaron la llegada de eólicas a su territorio.

Las artesanas de telar están distribuidas en la cabecera municipal, conformada por tres secciones (primera, segunda y tercera), y también en la Santa Cruz y San Pablo. Visten con enagua y huipil, unas veces de tela floreada y otras con tejido de cadenilla, siempre con sus chanclas de plástico de pie de gallo. Ellas son parte fundamental de la vida comunitaria de esta cultura, pero fue hasta el 2010 que por primera vez las mujeres pudieron votar para elegir a sus autoridades.

Estela Duplan Ezequiel tiene 55 años de edad y aprendió a tejer su primer mandel a los 13 años. El mandel es una servilleta considerada sagrada para la cultura huave. Las mujeres comerciantes lo usan para cubrir sus pescados y camarones y evitar el mal de ojo, y también para entregar el pan a los padrinos de bautizo o boda.

Es sábado y la brisa del mar sopla en el hogar de Estela, quien sentada en una pequeña silla teje su mandel con colores chillantes. Dice que ahora la gente lo pide, sin importar que no sean hilos de algodón tradicional. “Antes miraba que mi abuela hilaba algodón con malacate y tenía hilos de caracol púrpura, que era tradicional de su casa. Ahora ya usan hilos, aunque no sean de algodón”, expresa.

Aunque el mandel no es la pieza favorita de las artesanas, por tradición es lo primero que aprenden a elaborar. Para Estela es su mar, porque ahí puede contar a través del tejido sus vivencias cotidianas y la defensa de todo lo que le rodea. Como los pescadores que le piden permiso al mar antes de ingresar, Estela también pide permiso antes de usar la aguja de madera cubierta de hilos de algodón. “Veo mi telar y me recuerda al mar, porque es la fuente de trabajo de mi esposo, quien todos los días trae camarón, jaiba y pescado”, explica ella.

El mar para la mujer que sonríe es como una milpa cargada de elotes tiernos. Lo valioso del trabajo es elaborar piezas con hilos de algodón. Aun cuando es cansado, laborioso, afecta la espalda, las caderas y la vista, Estela reitera que el tejer es “su todo”.

La artesana considera que cuando una persona adquiere un mandel u otra artesanía, se lleva una parte de San Mateo del Mar, se lleva su paciencia, sus humores y su vida misma. Dice que mientras los hombres van a pescar en sus canoas de madera y extienden sus atarrayas para capturar alimento, las artesanas se inspiran en ellos y los tejen en un telar. Por ejemplo, dice, para ella el mar es como un banco, con la diferencia de que allí no hay dinero, sino alimento, comida, pescado, camarones y jaibas.

Las mujeres artesanas como Estela siempre cumplen varios roles. Ella, además de bordadora de telar, es comerciante por la mañana. Su esposo es pescador y trae pescado y camarón que ella lleva a vender. Luego vuelve a casa a tejer en su mar, actividad que realiza desde hace más de tres décadas.

El legado

“Yo quiero que mi hija aprenda a tejer para que no se muera nuestra historia, quiero que el mar se siga bordando en el textil y que llegue a otros mares, pues así sobrevivirá”, dice Ana Laura Figueroa Oviedo, sobrina nieta de Müm Justina Oviedo, una de las artesanas más reconocidas en esta comunidad ikoot, por ser la primera en tejer una prenda a doble vista. A Ana Laura le hubiera gustado ser profesora de Educación Física, pero la vida la unió al oficio de su abuela, de su madre y de toda su familia, donde los hilos son parte importante de la vida.

De 28 años de edad y madre de una bebé de cuatro meses, a esta joven, a diferencia de otras artesanas, no fue su madre quien le enseñó a tejer, sino su padre. “Nací en una familia en donde mi mamá tejía telar, yo fui viendo cómo lo hacía y le dije que me enseñara, pero no tenía tiempo. Ella salió un día para ir a vender y cuando regresó yo ya había hecho mi servilleta; el que me enseñó fue mi papá”, narra con alegría.

Ana cuenta que para elaborar su primer mandel tomó los hilos de sobra de su mamá y los fue tejiendo. Puso en la tierra sus palitos para los hilos y así aprendió. Ella hoy teje la tortuga y el camarón, así como la yunta que va abriendo el surco para la siembra del maíz. Para Ana en cada telar de San Mateo hay una oportunidad para decir que su territorio “está vivo”.

En la iconografía textil ikoots existen las grecas antiguas: naleaing ndiük/ serpientes lisas, sats ndiük/ serpientes con espinas o Xekel mbaj/ flor menudita; y también las iconografías antropomorfas y zoomorfas. Las más representativas son de animales marinos, pescadores y campesinos, cangrejos, jaibas, camarones, peces, caballitos de mar, pelícanos, garzas y zanates, así como iconografías fitomorfas como flores, la milpa y árboles.

Para Juana Baloes Zepeda, de 64 años de edad, legar la enseñanza del textil de telar a sus nietas es más lo valioso. Y es que para ella no se trata de heredar un oficio, sino el amor al territorio, al mar, al campo y a la vida en San Mateo.

En una mesa de madera que está debajo de un árbol de caoba, la artesana muestra la variedad de hilos que utiliza para elaborar sus textiles. Habla de los que pinta a mano con añil, con la grana de cochinilla, con la caoba. “Les enseñé a mis nietas el año pasado y ya lo saben hacer. La nieta mayorcita ya hizo siete telares, y las chiquitas hicieron otras tres. Ya lo saben hacer”, explica la mujer, orgullosa.

Juana confiesa que no le gustaba mucho tejer, pero su mamá la obligó a aprender diciéndole que el telar era fuente de vida e identidad para la mujer huave. Más tarde comprendió que así era, porque después de realizar otras actividades como venta de tortillas y camarones, desempolvó su telar para enseñarle a sus nietas.

“Todas mis hermanas ya sabían usar el telar menos yo, que soy la menor, y mi mamá se desesperaba porque no aprendía, hasta que llegó un primo que también teje y me enseñó sus técnicas. Ahora lo agradezco, porque mis nietas ya aprendieron, ya elaboraron servilletas”, cuenta. Juana ahora actúa como su mamá en su niñez y no quiere que se pierda la enciclopedia viva que guardan los textiles ikoots, que son un ejemplo vivo de lo que fueron muchos pueblos originarios, ahora extintos, que vivieron del litoral del Pacífico a lo largo de todo el continente americano.

El Renacer

Aquí el viento fluye y se vincula con la brisa del mar. En la playa las mujeres caminan ondeando sus enaguas al son del viento, mientras ven a los hombres volver de la pesca con camarón y pescado. Así son las tardes en San Mateo del Mar. Pero la imagen no es idílica, pues más de la mitad de la población de San Mateo del Mar vive en condiciones de pobreza extrema. El grado de marginación es muy alto. En el 2013 el municipio fue incluido en la Cruzada nacional contra el hambre; y apenas tres años antes las mujeres votaron por primera vez.

A pesar de las adversidades, Romualda, Estela, Ana Laura, Juana y todas las mujeres de Tikambaj se saben como el mar, están en él. Celebran la vida mientras caminan en la playa como si fuera su hogar. Ahí, dicen, dejan las cosas que quieren olvidar y agradecer; hunden sus pies en la arena y los mojan como en un ritual. Ahí recuerdan que son “el renacer de este ser natural donde se defiende la vida”.

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