El pasado 15 de marzo, los jóvenes del mundo tomaban las calles y las plazas al margen de organizaciones y partidos políticos. Ciento cinco países se sumaban a la Huelga por el Cambio climático. El manifiesto de l@s jóvenes españoles empezaba hablando de los derechos fundamentales de las personas. Volví a sentir esa extraña pero tan, tan agradable sensación que me invadia cuando el Mayo quincemero inundaba de ilusiones nuestros corazones.
¿Será posible que tengamos otra oportunidad para cambiar las cosas? ¿Podremos modificar el rumbo de este futuro que se antoja y se empeña todo el rato en llevarnos al desastre? ¿Se pondrá fin de una vez por todas a figuras como son los índices alimentarios, esa barbaridad con la que especulan las grandes fortunas, una de las inversiones más rentables y que maneja los alimentos para beneficio de tan sólo unos cuantos?
Cuarenta mil personas mueren de hambre al día según datos de la FAO. Existe el convencimiento más o menos extendido de que no existen recursos suficientes en la tierra para dar de comer a toda la humanidad, pero esto es absolutamente falso. Es más, producimos al día un 60% más de los alimentos que necesitamos. No es una cuestión de cantidad sino de distribución. Nuestro sistema no es eficiente, ni justo, ni sostenible.
El sistema agrícola no busca alimentar a las personas, sino producir más. Es la lógica del beneficio. Las inversiones se orientan para lograr una mayor producción, pero sólo para dar de comer a los que pueden pagarlo.
La despoblación del mundo rural es una triste realidad. Sin embargo iniciativas de recuperación de la vida rural como Fraguas son penalizadas. Se encarcela y se persigue todo aquello que pone en cuestión el sistema. La agricultura se convierte en un negocio que funciona como una industria, y los alimentos, cada vez más estandarizados y uniformados, recorren miles de kilómetros para llegar a nuestros hogares. Se pierde la diversidad, el consumo sano y sostenible y se producen mercancías baratas. Los pesticidas y fertilizantes provocan un importante riesgo para la salud. El poder de las tan sólo cuatro empresas que controlan el mercado global de las semillas y pesticidas atentan gravemente contra la biodiversidad.
Las políticas agrarias y los Tratados de Libre Comercio como el TTIP o el CETA, son una amenaza para las economías locales. La fusión de Bayer y Mosanto el año pasado, autorizada por la Comisión Europea, nos alertaba del poder de estas grandes corporaciones que ostentan no sólo el mercado de semillas y pesticidas, sino también el big data de todos los datos masivos existentes sobre agricultura.
A todas estas cuestiones se suma el control de la tierra. Países ricos como Japón, Arabia Saudí o Qatar, sin apenas recursos de tierras, se han dado cuenta que comprar grandes extensiones de terrenos fértiles en países pobres y utilizar mano de obra local es una buena estrategia para controlar las subidas de precios en los alimentos. Así que se hacen con extensas propiedades utilizando fórmulas que atentan no sólo con la soberanía alimentaria, sino con la ética más elemental en un mercado del que depende la vida de millones de personas.
Este próximo 17 de Abril se celebra en todo el mundo el día de la lucha por la tierra. Campesinas y campesinos en defensa del territorio y de los derechos de las personas que producen los alimentos en todo el planeta. Por la soberanía alimentaria y el derecho de los pueblos a decidir cómo producir y distribuir sus propios alimentos. Y lo hacen en recuerdo de otro 17 de Abril. En 1.996 policías y militares brasileños disparaban contra una marcha del Movimiento de los Sin Tierra de Brasil, en Eldorado dos Carajás, en el estado de Pará. Diecinueve personas fueron asesinadas. Sólo querían reivindicar su derecho a la tierra.
Es más que evidente que si controlas los alimentos, controlas a los pueblos. Estados y mercados tejen sus finas redes entorno al sustento básico de millones de personas. Pero además de términos como agroecología social y política surgen valores de asociación y cooperación, iniciativas como CSA Vega del Jarama en Torremocha en la Comunidad de Madrid, grupos de consumo que crecen por todas partes, Cataluña, Asturias, Canarias. Trabajar por la soberanía alimentaria. La agroecología como instrumento de cambio social. Decrecer y volver a tocar la tierra con las manos.
Hace poco el discurso de una niña de 15 años en la cumbre de Katowice se hacía viral en las redes. “Nuestra civilización está siendo sacrificada para que unos pocos tengan la oportunidad de seguir haciendo grandes cantidades de dinero. Es el sufrimiento de muchos el que paga los lujos de pocos. Y si las soluciones del sistema son tan difíciles de encontrar quizá deberíamos cambiar el propio sistema”, decía Greta Thunberg.
No cabe duda. O cambiamos el sistema, o la Pachamama removerá sus entrañas implacable. Pero no será ella quién sucumba. No seamos tan pretenciosos. Serán nuestr@s hij@s quienes sufrirán las consecuencias de un mundo difícil de habitar. Me vienen a la cabeza las palabras del indio Seatle. “¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? ¿Qué queda de la vida, si el hombre no puede escuchar el hermoso grito del pájaro nocturno, o los argumentos de las ranas alrededor de un lago al atardecer?”
Somos muchos. Somos tribu. Si unimos nuestras voces, si nos damos la mano somos imparables. Los que participamos en las luchas sociales sabemos de la fuerza de lo colectivo. Si tan sólo unos pocos somos capaces de conquistar imposibles, imagínense qué podríamos hacer tod@s junt@s si realmente quisiéramos. Es la hora de la Tierra. Es la hora de los sueños comunes. Mañana será demasiado tarde.
Publicado originalmente en Contrainformación