Fernando Jiménez: de los otros y de los nuestros. Preso político de la tribu yaqui

Enriqueta Lerma

La primera vez que vi a Fernando, hace más de diez años, no era él; había emergido del monte convertido en chapayeka. Con su indumentaria de “Kiko” asaltaba el mundo humano con una lanza y una espina de madera en las manos. Era Cuaresma como ahora y al lado de más de cien hombres convertidos en pecaríes, toros, pájaros, gallinas, monjes, apaches, cholos, panteras rosas… se agrupaba en una marcha militar que levantaba el polvo del desierto. Iban al ritmo de un tambor “correteando al viejito”, como llaman los yaquis a la persecución de Jesús para matarlo. Pero da la casualidad que estos yaquis no “matan a Jesús” sólo lo corretean. Pero no es Jesús tampoco: es un viejito que no es hijo de Dios sino curandero, “el hitebi”.

Cada año, durante la Cuaresma, Fernando pagaba una manda: la curación concedida por su Mala Mecha (la madre Luna, la Virgen María) a una enfermedad implacable adquirida en la infancia. Fernando en esa marcha militar, que gira y gira en contrasentido de las manecillas del reloj, representa a los “otros”: los enemigos de los yaquis, los yoris, los blancos, los ajenos. Los chapayekas son el mundo opuesto al humano: el de los animales, pero también representan a los otros humanos, los que han querido apropiarse del territorio y no han podido. Son lo grotesco, lo occidental, lo animal, lo extraño, la amenaza.

El papel que Fernando caracterizó por años cobra sentido en una didáctica ritual para la tribu porque significa la necesidad de mantener la identidad propia frente a la amenaza externa. Los niños aprenden la resistencia en estas manifestaciones culturales y se reconocen a sí mismos portadores del resguardo de su historia y de su territorio.

Fernando aprendió de su padre, Gerónimo Jiménez, quien fuera soldado en su juventud y le tocara ver el retorno de cientos de yaquis que volvieron de los lugares a donde fueron extraditados en el sur mexicano, que el Río, las fiestas de Cuaresma, el respeto por los santos y por el territorio en propiedad comunal, son el nido que Dios les dejó a todos los yaquis (no un cacho a cada quien). De su padre aprendió a danzar pascola y de su madre a colocar ofrendas a los difuntos.

Fernando es los otros durante la cuaresma, pero es los nuestros durante el resto del año. Lo prueba su capacidad de resistir al encierro donde quiere corromper su espíritu el gobierno de Sonora. Donde ese chapayeka real: Guillermo Padrés lo tiene detenido para que no hable, para que no luche, para que se olvide de defender el agua del Río Yaqui. Donde ese otro real (grotesco dueño de una presa privada en medio del desierto) espera que Fernando reniegue de su rebeldía, de su mandato, de las enseñanzas de su padre, de las obligaciones con su pueblo. Pero Fernando no lo olvida: dejó su trabajo de ingeniero cuando el gobierno tradicional de Vícam los llamó a levantar la lucha, se arrodilló ante sus santos para jurar proteger a su pueblo; prometió a la tribu que protegería el territorio y se opondría a costa de su libertad a que se concretara el despojo de agua a través del Acueducto Independencia. No se cansa, desde la cárcel se reconoce un preso político, se resiste a ese otro desierto que es el olvido de su identidad y de su lucha.

Han pasado diez años desde aquella primera vez que lo vi y Fernando se fue convirtiendo en los nuestros. Pasó a formar parte de nosotros, de los que nos hemos cansado de la depredación; de ver la trasformación de las culturas en caricaturas folklóricas al servicio del capitalismo; del extractivismo de los recursos naturales; de la corrupción; del hambre de muchos y el despilfarro de pocos; de la represión de los luchadores sociales; del sistema electoral de compadrazgo; del robo a descaro; de la omnipotencia del narcotráfico; de los asesinatos impunes; de las desapariciones forzadas. Nos faltan chapeyekas para mostrarlo todo.

Fernando es de los nuestros. Entre esos otros de Cuaresma y los nuestros en la lucha, es un ejemplo de resistencia, de dignidad humana. Es de los nuestros: parte delCongreso Nacional Indígena, adherente a la Sexta Declaración de la Selva Lacandona, miembro de la resistencia de la Tribu Yaqui, preso político por la defensa del agua.

Rechazamos a esos otros que trabajan para otros, que se saben otros y se sienten otros. Nosotros, los que reconocemos a los nuestros, ¡exigimos su libertad! ¡Exigimos su inmediata libertad y el cese a la discriminación contra la tribu yaqui! ¡Alto al genocidio que se planea, a la muerte de una cultura, a la desertificación del territorio yaqui, al saqueo de los recursos naturales! ¡Exigimos la libertad de los nuestros!

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