“No sé cómo será el final, pero ya hice lo que tenía que hacer”: Vicente Leñero

Arturo J. Flores/ Playboy México

Tiene miles de libros en casa, pero sin dolor puede desprenderse de cualquiera. Los suyos nunca ha vuelto a leerlos. El autor de Los periodistas evoca a cada momento a sus colegas: Gustavo Saínz le aconsejaba que escribiera menos, le parece una locura el método de corrección de José Emilio Pacheco, con José Agustín inventaba los horóscopos de una revista femenina, con Carlos Marín se peleó luego de que el segundo convirtiera en libro las clases de periodismo por correspondencia que impartía Leñero y a Dolores del Río le reclama que ni un vaso de agua le ofreciera cuando visitó a la Diva en su casa.

PLAYBOY: ¿Te puedo tutear?

LEÑERO: Sí, claro. En nuestros tiempos no se tuteaba al entrevistado, había que tener un trato muy distante. Pero ahora todo ha cambiado y me parece mejor.

PLAYBOY: ¿Qué es el respeto?

LEÑERO: El aprecio al derecho de otro. Considerar que el otro merece la misma delicadeza que uno.

PLAYBOY: Y todo me lleva a preguntar si escribir un cuento en el que Hércules Poirot asesine a Agatha Christie no es una falta de respeto.

LEÑERO: Puede ser (risas), o puede que no, porque además no está probado ni siquiera en el cuento (risas). Ese cuento me surgió desde hace mucho tiempo. Cuando ella murió, se desató un escándalo porque decían que la habían matado sus parientes porque Agatha se enamoró de un muchachito actor. Entonces, en mi cuento, propuse el juego de que Hércules Poirot fuera su probable asesino.

PLAYBOY: Poca gente se atreve a faltarle al respeto a las vacas sagradas.

LEÑERO: En los juegos literarios se permite. Cuando se les toma como iguales, se vale.

PLAYBOY: A muchos nos enseñaron que los héroes de la  historia eran intocables. Si cuando era niño, yo hubiera leído que María Morelos –como en tu libro– se montaba con una mujer casada cada vez que podía y además se echaba sus pulques, no sé qué pensaría hoy del respeto.

LEÑERO: Esas cosas sucedieron, pero antes se prohibía hablar de las vacas sagradas, entrar en sus debilidades, en su humanidad. Esa era una falta de respeto, pero no era la historia fingida, sino la real. Hay un libro de los hijos de Morelos en los que se cuenta esta historia: su amor por Francisca era verdadero…

PLAYBOY: Y carnal, me queda claro después de leer Más gente así.

LEÑERO: Muy carnal, porque Morelos tuvo varias mujeres. Los curas de entonces no eran tan solemnes, no tenían una vocación tan precisa como ahora. El Seminario era un lugar de estudio. Sor Juana, al parecer, fue al Seminario más para cultivarse que por vocación religiosa.

PLAYBOY: Ese respetar la humanidad del otro me recuerda a que en México no se puede hablar del supuesto alcoholismo de un presidente.

LEÑERO: ¡Claro que se puede! Hay muchas reglas periodísticas al respecto: ¿dónde empieza la vida pública y termina la privada? Es muy difícil definirlo, pero si la vida privada afecta la vida pública de un personaje, el periodista tiene derecho a exhibirla. Si el alcoholismo de un presidente destruye su compostura se tiene derecho a decirlo, siempre y cuando haya pruebas o versiones que lo atestigüen.

PLAYBOY: ¿O exhibir las cuentas bancarias de una profesora?

LEÑERO: (Risas) ¡Claro! ¡Es un hecho público! Beber no es un delito, emborracharse no es un delito, pero si describe mejor la figura de un funcionario público, es legítimo decir que lo hace.

PLAYBOY: Hacerse una cirugía plástica tampoco es un delito, pero hacerlo con dinero ajeno, sí.

LEÑERO: Tal cual.

PLAYBOY: Hablemos de El garabato. Después de leer el texto en el que revelas el secreto de la novela…

LEÑERO: ¿Se entendió? Siempre tuve la duda. En esos tiempos quienes escribían estaban muy preocupados por las estructuras literarias que ahora los escritores utilizan muy poco. Yo tenía influencia de la noveau francesa, que decía que lo más importante acerca de una historia era cómo contarla. Y tenía mucho interés, desde que leí a Henry James, de jugar con la literatura. En El garabato yo propuse un juego de plantar una clave en una novela que llevaba a la novela misma (a través de un acertijo y un croquis ocultos en una de las páginas del libro, Leñero ofrecía las pistas para llegar a la casa de sus suegros, en cuyo jardín había planeado, y así hizo, sepultar un ejemplar de El garabato)… ¡nunca se entendió! ¡Nadie siguió mis pistas policiacas y encontró el libro! Fue una novela muy enredada. Daba una clave que llevaba a que el secreto del thriller era encontrar el libro mismo, como objeto… No sé, hasta le fecha tengo duda de si el libro que sepulté sigue ahí o se habrá deshecho bajo la tierra. Vendieron la casa y no sé si el libro siga ahí.

PLAYBOY: Cuando leí acerca de tu acertijo me pregunto por qué siempre nos pintan a escritores como tú como personajes tan solemnes.

LEÑERO: Ante todo, para mí la literatura es diversión. No solamente no sirve para desentrañar al ser humano, sino que sirve para jugar. Puede que seamos muy ceremoniosos en nuestro comportamiento, pero escribir es muy divertido. Acomodar las palabras y jugar con el lector es un gozo. Los caminos de las letras son lúdicos como lúdico es el ser humano.

PLAYBOY: Y encontrar un libro oculto en la tierra me parece mejor manera de hacer leer a la gente que sugerirles que lo hagan 20 minutos por día.

LEÑERO: Sí… a la gente se le recomienda leer 20 minutos al día, ¡pero no se les dice por qué! ¡Así no se encuentra el gozo de la lectura! Yo lo descubrí con un maestro de secundaria que nos contaba historias. Por ejemplo, nos platicaba el Quijote… y hablaba tan bien, que salíamos corriendo a encontrar el libro. Si a los jóvenes no se les enseña que leer es un entretenimiento, entonces no se les enseña nada.

PLAYBOY: ¿Cuántos libros tienes en esta biblioteca?

LEÑERO: No sé… uno se llena de libros… una vez hice el cálculo de cuántos libros se pueden leer en la vida. Supongamos que un buen lector lee uno a la semana. Uno muy  apasionado, quizá 2. Pero leyendo uno, son más o menos 60 libros al año. En 10 años, habrá leído 600. En 4 años, serán 2400. ¡Es muy poco tiempo para tantos libros que hay! ¡Aquí tengo como para 4 vidas! Pero me gusta la posibilidad de leerlos… si yo saco un libro de un estante, en ese libro hay vida. Este lugar es un cementerio de personajes.

PLAYBOY: Lo dices en tu cuento de Hércules Poirot: Cada vez que se abre una página el personaje vive, en cambio la persona muere.

LEÑERO: Es una obsesión. Mis nietas llegan y me dicen: “¡Abuelo! ¡Pero cuántos libros!” No sé cuántos tengo, pero los tengo más o menos ordenados: libros técnicos, teatro y mucha ficción. Posibilidades de vida. Lo que creo que es la literatura es más vida de la que un lector puede vivir. Es fascinante. A eso vas al cine: a vivir más de una vida. Uno vive más leyendo.

PLAYBOY: ¿Hasta los de maquila, como Crepúsculo?

LEÑERO: No, ni madres… y no tengo nada contra los bestseller, que parece que entre más gruesos son más interesantes. He leído algunos, pero cada vez me retraigo más de ellos. Cuando era joven leí libros muy gruesos, que no acababan nunca; ahora ya no emprendo esas aventuras. Prefiero libros cortos, es mi tendencia.

PLAYBOY: Hace mucho que no escribes un libro largo.

LEÑERO: No, ya no. Las capacidades se acaban. Y es que escribo a mano, luego lo paso a la máquina mecánica y alguien lo captura. No le he entrado a las computadoras y los celulares. En mis tiempos de periodista escribía con la prisa del periodista, hacía una entrevista y me iba directo a la máquina. Eso me dio celeridad, pero esas facultades se van mellando. Cuando era adolescente escribía en una libreta, pero vi una película de un escritor que lo hacía a máquina. ¡Entonces no se debe escribir a mano!, pensé. Y empecé a escribir en esa máquina (señala al fondo del estudio, donde reposa una Remington), que hace poco me la devolvió mi hermana porque estaba en casa de mis padres. Aunque está en buen estado, ¡parece un tanque! ¡Es pesadísima! No sé cómo la anduve cargando. Pero no, ya no tengo la velocidad y la facilidad de antes. Ahora me equivoco mucho por página. Dicen que la computadora corrige más rápido, ¿verdad?

PLAYBOY: A propósito y no es que lo estuviera buscando, pero encontré una errata en la página 58.

LEÑERO: ¿De verdad? Le voy a decir a mi editor, porque dice que este libro es perfecto.

PLAYBOY: Textual, dice: “Con esos curas libidinosos que tentalean a su acólitos”. ¿Qué sientes cuando ves una errata?

LEÑERO: Nunca veo el libro cuando lo termino, ni en las pruebas. Es de mala suerte. De cualquier forma nunca será perfecto.

PLAYBOY: ¿Ni siquiera la primera vez que publicaste leíste tu libro?

LEÑERO: Sí, lo leí y dije: ¡Qué pendejo soy! Cuando ya es irremediable el libro, nos genera un sentimiento de culpa. Por ejemplo, cuando van a reeditar un libro de José Emilio Pacheco, ¡él lo corrige! ¡Le agrega y le quita cosas! ¡Es una locura! Hace poco revisaba el libro de Los periodistas y pensé: con qué facilidad escribía yo antes y cuánto me cuesta hacerlo ahora. Cuando era joven yo pensaba que una cuartilla debía escribirse en un 1 minuto, pero este libro de cuentos (Más gente así) lo escribí en 5 años. Por eso me obsesiona ser sencillo y llano, porque es más difícil, porque mis libros de antes son muy complicados, como Los periodistas. Lo más difícil es escribir sencillo.

PLAYBOY: ¿Todavía te aterra la página en blanco?

LEÑERO: Un poco, pero nunca me aterró mucho. Escribí más de lo que debí haber escrito. La mitad de los libros que escribí podrían irse a la basura, me tiene sin cuidado. Escribí radio, telenovelas… pero eran trabajo para vivir, así que el tiempo que me dejaba libre me servía para escribir compulsivamente. Gustavo Saínz me decía que me la llevara despacio, que le bajara. Pero yo quería aprender a escribir.

PLAYBOY: ¿Y aprendiste?

LEÑERO: Sí, pero siento que pude escribir mejores libros. A veces me reclamaban. En Gente así, hice un cuento donde salía Elena Poniatowska y lo primero que hizo fue llamarme para reclamarme… pero con el tiempo se calmó.

PLAYBOY: Con tanto libro de memorias y póstumo que se publica, ¿La cabeza de un escritor puede ser una mina de oro para la editorial?

LEÑERO: En México no. Ninguna editorial se enriquece con un escritor si no eres Vargas Llosa, García Márquez o Carlos Fuentes. Nadie vive de sus libros. Yo, por lo menos no. Cuando éramos jóvenes, pensábamos que ser traducido era llegar a la gloria, pero era una aspiración errática. Los albañiles me la tradujeron al italiano, por ejemplo. Allá me hicieron una edición preciosa, me regalaron tres libros, pasaron los años y me mandaron una carta de la editorial: ¡se habían vendido 5 ejemplares y el resto lo iban a hacer tiritas!

PLAYBOY: ¿Cosas como esas te mantienen con los pies en la tierra?

LEÑERO: Sí, porque esto es un oficio como cualquier otro. Tiene cierta resonancia, pero los críticos te pueden tratar del asco o de plano ni hablar de ti, que es peor. Si un editor vende la mitad de la edición apenas le costeará lo que valió el libro. Te digo: las editoriales viven de los libros del escándalo, no de los literarios. O los de autoayuda.  Aquí no hay escritores que vendan, quizá Paco Ignacio Taibo II o Martín Moreno, pero son pocos. Yo también caí en esos juegos de libros locales que no tienen sentido más que para la gente de México.

PLAYBOY: Me impresionó profundamente que el autor de Manual de periodismo confesara en este libro que estuvo a punto de plagiarse un texto.

LEÑERO: (Risas) La mitad del relato fue real, cuando viví en España… pero el resto del cuento es hipotético aunque sí plantea: ¿Qué hubiera pasado si le hubiera entrado? Como el cuento de Graham Greene, que Julio Scherer me mandó pero yo no me atreví a entrevistarlo e imaginé como hubiera sido la entrevista de realizarse. En las escuelas de periodismo nos lo ponían como ejercicio: inventar cómo hubiera sido una entrevista.

PLAYBOY: Como inventaste las cartas para Dolores del Río.

LEÑERO: Me contrataron en la revista Claudia para llevarle cartas de los lectores a Dolores del Río y que ella las respondiera. Pero antes de eso también inventé los horóscopos con ayuda de José Agustín, era muy divertido. Pero bueno, Dolores tenía una página en la que la gente le preguntaba cosas y ella daba consejos. Le pagaban 5 mil pesos, ¡mucho más de lo que yo ganaba! Rafael Solana y Hugo Argüelles no quisieron ayudarla, así que me enviaron a mí. Lo que pasaba es que no le llegaban cartas y las que llegaban eran para pedirle trabajo y pendejadas así. Ella estaba escandalizada. Por eso empecé a inventar las cartas y encima tenía que ayudarle a contestarlas.  Iba a su casa cada mes, me sentaba con ella y no me daba ni un vaso de agua la pinche vieja. Total, yo le leía: “Tenemos una jovencita que se enredó con un casado…” y ya le respondía para que yo lo escribiera. Hasta que tronó la sección. Es que si yo tuviera un problema no recurriría a Dolores del Río, ¡mejor le contaba a un pariente o a un psicólogo! (Risas)

PLAYBOY: Regresemos un poco. ¿Por qué hiciste una mueca cuando mencioné el Manual de periodismo que hiciste con Carlos Marín?

LEÑERO: La historia de este libro fue así: Yo daba clases en la escuela Carlos Septién García y fui recolectando apuntes sobre ello. Tuve un apuro económico y se me ocurrió empezar a dar clases por correspondencia, como negocio. El chiste era aprender periodismo en 40 lecciones y les enviaba ejercicios a los alumnos por carta. Las fui empastando y vendiendo. ¡Pero me fue de la patada, nadie se inscribía! Total que los estudiantes de la Ibero me empezaron a pedir que les vendiera mis lecciones empastadas. Pasó el tiempo, conocí a Carlos Marín y él empezó a dar clases con mis lecciones. Me dijo que eso era un negocio: hacer un libro de periodismo. Bueno, le dije, pero en cada edición que haya le cambias los ejemplos.  Y así lo hizo. Fue un éxito brutal, mano. Le dije que le daba el 80% de mis derechos con tal de cambiar los ejemplos con cada edición. Ya te lo puedo contar porque ya se lo restregué en la cara: fue mejor negocio para él que para mí.

PLAYBOY: Y cumpliste tu palabra. Como le dijiste a Scherer, dejaste para siempre el periodismo.

LEÑERO: Sí, siempre fue mi lucha. Originalmente yo estudié Ingeniería Civil, pero me gustaba escribir y la forma de aprender a hacerlo fue estudiar periodismo. Iba en las mañanas a estudiar Ingeniería y por las tardes a Periodismo, aunque yo no quería ser periodista, quería ser escritor. Pero en el periodismo encontré trabajo y me encarrilé por ahí. Además tenía una facilidad con el periodismo, porque no tengo buena imaginación. No se me ocurren grandes historias y el periodismo me ayudó mucho con eso. Pero llego un día, cuando estaba en Revista de revistas, que yo ya quería retirarme y dedicarme a la escritura. Pero llegó el golpe a Excélsior y me emboleté en hacer una revista y así salió Proceso. Y a los 20 años de estar ahí, me fui.

PLAYBOY: Veo que tienes una máquina para jugar ajedrez. Una vez dijiste que tu padre terminó comiéndose las piezas del suyo.

LEÑERO: Todavía juego, aunque soy malo. Cuando estaba en Proceso me pusieron una computadora que sólo usaba para jugar ajedrez. Me fui de Proceso y en Radio Shack compré ese ajedrez electrónico. Hasta que la máquina se descompuso y me quedé sin ajedrez. Mi hija puso un anuncio en la computadora y encontramos una igual, ésa (la señala) pero salió muy buena, ¡nunca le gano! Mi padre jugó una vez contra un campeón español. Ese campeón se echaba 20 partidos simultáneos. Yo fui, de niño, a ver jugar a mi padre. Ya sólo quedaban 5 jugadores cuando al campeón le vino una hemorragia. Se suspendieron las partidas y ya no vi a mi padre terminar el juego, pero él dijo que hicieron tablas. Y de viejo, mi padre seguía yendo a la Casa del Lago a jugar. Y, de repente, como ya andaba medio mail, nos fueron a decir que se estaba comiendo sus propias piezas. De hecho, sólo le pude ganar cuando ya estaba muy mal.

PLAYBOY: Dices que no te gustan los finales, que ojalá siempre existiera algo más en los libros. ¿Te atormenta cómo será el final de tu propia historia?

LEÑERO: No demasiado, no estoy en una situación grave. Moriré de fumar (enciende el cuarto de la entrevista)… yo creo. No sé cómo será el final, pero ya hice lo que tenía que hacer. Ya no tengo nada qué hacer. Por eso escribo más lúdicamente.  Uno le tira muy arriba cuando empieza; dice: quiero ser Hemingway. Hasta que se reconcilia con uno mismo y dice: no soy tan bueno como quería ser, pero tampoco tan malo como creo que soy.

PLAYBOY: Perdón que vuelva al punto. ¿Nunca sientes que estos libros se vendrán encima?

LEÑERO: No creo. Algún día planeo hacer una librería.

PLAYBOY: Muero de ganas por saber si es cierto el rumor, que le regalas un libro a todo aquel que viene a tu casa.

LEÑERO: Sí, les regalo los que quieran, míos o de alguien más. A ver, ¿qué libro se te antoja tener?

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