Rescate barrial de un espacio después de la Olimpiadas

Adazahira Chávez

Xochimilco, Ciudad de México. Decenas de niños, jóvenes y no tan jóvenes practican futbol todos los domingos en cuatro canchas de hierba, muy verde y bien cuidada. Los agricultores de las chinampas ofrecen sus productos, y los familiares de los jugadores –y jugadoras, pues hay equipos femeniles y mixtos- desayunan quesadillas y pasean perros. Los terrenos en los que se asienta este espacio, el Club Acalli, fueron expropiados para las Olimpiadas de 1968, luego privatizados y, años después, una parte volvió a ser de uso social.

Mario del Valle, presidente del club, es un profesor de Educación Física jubilado, que asegura que el futbol le cambió la vida. Hijo de campesinos de Cuemanco, uno de los pueblos de Xochimilco, nunca pensó en ejercer alguna profesión hasta que el deporte “me puso en esa línea, me gustó y lo abracé”.

Su tarea ahora es promover el deporte de forma accesible a los habitantes del lugar, como forma de fortalecer los lazos sociales y evitar los vicios. El Acalli es el único espacio de uso social en estos terrenos, donde están establecidos el club España, Veteranos de Xochimilco, la escuela de futbol de Zague, un centro acuícola, un espacio de la marina, un club de canotaje y otro de remo.

“En Xochimilco no hay otro lugar que ofrezca un espacio para la convivencia social sin riesgos”, valora el profesor. El club, además de promover el futbol, las carreras de acalli (las canoas prehispánicas) y ofrecer cursos de verano para niños, aporta sustento económico a familias que ahí venden comida y otros productos. Se sostiene con las aportaciones de quienes participan en las actividades –lo que, mensualmente, cuesta cerca de 25 pesos por persona.

Sin embargo, la situación el club no está resuelta, pues las autoridades no les conceden aún un permiso temporal revocable, “que nos daría certidumbre para operar”, expone el profesor, a quien buscan en su oficina continuamente para resolver todo tipo de cuestiones.

La Olimpiadas, alegría pasajera

En 1968, eran comunales y zona de cultivo los terrenos donde ahora se asientan no sólo el Acalli, sino el club privado España, un centro de estudios sobre el ajolote (anfibio endémico de la zona, en peligro de extinción), la escuela privada de futbol del exseleccionado nacional Zague, y dos clubes de remo. Fueron expropiados para construir pistas acuáticas para las competencias olímpicas de remo largo, canoa y kayak.

El profesor Del Valle –entonces de 15 años-, recuerda que el gobierno informó a los campesinos de la futura expropiación. “Avisaron que sería afectada esta zona pero que darían indemnización; la gente se acercó y recibió su compensación; no recuerdo ninguna revuelta o protesta”, rememora.

Para los habitantes de Xochimilco, recibir los Juegos Olímpico “fue muy bonito”, recuerda el presidente del Acalli. No fue tanto por asistir a los juegos, sino por la experiencia de ver pasear a los deportistas, “bien portados y elegantes”, por el centro de sus pueblos. “Fue especial”, define el profesor. Además, dos jóvenes originarios de la delegación, Félix Altamirano y Juan Martínez, que un par de años antes fueron localizados en las competencias locales de acallis (las originales canoas prehispánicas) y entrenados para alto rendimiento, ganaron el cuarto lugar en canoa doble.

El profesor no recuerda que las Olimpiadas llevaran crecimiento económico a Xochimilco, lo que atribuye a que, entonces como ahora, “estamos olvidados y sometidos, siempre hay dinero y presupuesto pero todo se desvía”.

Los Juegos Olímpicos pasaron y los terrenos, en control de la delegación, quedaron ociosos por un tiempo, hasta que clubes privados se interesaron por ellos. Las autoridades les cedieron poco a poco el uso de los espacios, que se fraccionaron. El espacio que hoy utiliza el club fue justamente cedido para la práctica de los acalli, pero bajo una administración diferente a la del profesor Mario del Valle.

“Ellos quisieron hacer al club algo privado, no para los barrios. Incluso llegaron a rentarle el espacio a un profesional y tuvimos prohibida la entrada”, relata. El profesor adquirió su membresía privada (“que era apenas para correr y hacer estiramientos”) y convenció a más vecinos y amigos de que hicieran lo mismo, hasta que llegaron a ser 150. Pidieron cuentas a la administración del club –que abandonó la idea original de promover los acalli- y ésta se negó.

Los socios formaron su propia administración y nombraron a un nuevo tesorero, en 1994. Informaron a las autoridades de lo sucedido y, para 1996, se constituyeron como asociación civil, ya con el respaldo de mil 500 vecinos, para disponer del espacio.

El trabajo de la nueva administración se dirigió entonces a formar a las nuevas generaciones en el gusto por el ejercicio, principalmente el futbol, como una forma de convivir, generar cultura y alejarse de los vicios, expone Del Valle. “El deporte nos aporta disciplina y fortalece nuestros cuerpos”, abunda.

Son ya 18 años de ver pasar a las jóvenes generaciones por los campos. Quienes dirigen la administración, precisa el profesor, no reciben un sueldo, sino la satisfacción de ver a los más pequeños alejarse de los vicios. No faltan los problemas, expone el profesor, pero ellos seguirán adelante. “No nos sacan de este espacio”, vaticina, mientras muestra las fotografías de las generaciones de campeones de este futbol de barrio.

07 julio del 2014

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