La Realidad no miente pero incomoda

Hermann Bellingausen/ periodista y escritor mexicano

Me acuerdo cuando en un programa de televisión uno de los famosos intelectuales mediáticos expresó con asombro y hasta burla, «a poco de verdad un pueblo de nuestro país puede llamarse La Realidad, eso lo inventaron, es un truco mediático». Para él, que como sus demás colegas se la pasaba hablando mal de los zapatistas y del subcomandante Marcos, debía resultar un trago insoportable decir que en La Realidad había ocurrido esto o aquello, que la visitaron Oliver Stone, Manu Chao o Madame Miterrand, que desde La Realidad el EZLN había declarado tal o cual cosa. Era una contratiempo que desde La Realidad en Chiapas escribieran Juan Gelman, Manuel Vázquez Montalbán, Eduardo Galeano, Carlos Monsiváis, Ignacio Ramonet, Juan Bañuelos, Luis Villoro, Adolfo Gilly, Pablo González Casanova y gente así. Decenas de fotorreporteros y videoastas captaron escenas de La Realidad durante años. Las agencias internacionales fechaban sus despachos desde La Realidad.

Para las cabezas parlantes, más aún que para los articulistas que por entonces proliferaban haciendo del desfogue antizapatista una forma de respiración, pronunciar ese nombre les subvertía el esquema verbal. Cómo acusar de mentira o propaganda lo que pasa o dicen allá en la realidad (el habla no conoce de mayúsculas) unos indios pobres, remotos e insurrectos.

Lo peor para los comentaristas en sus sillas en el estudio era que de por sí existía una comunidad en la cañada de Las Margaritas que llevaba medio siglo llamándose La Realidad Trinitaria. Fundada por colonos tojolabales en los años cincuenta del siglo XX, con el tiempo sus pobladores mismos lo dejaban coloquialmente en La Realidad. Uf, cuántas realidades en una. Y luego que había y hay centenares, miles de poblados de distintos nombres en las montañas de Chiapas que igual merecen llamarse La Realidad. Cuántos miles de pueblos, barrios, colonias, ejidos y campamentos de indígenas vivían en su propia Realidad se identificaron con la de los zapatistas. Y como se sabe, en las comunidades indígenas de nuestro país la realidad suele ser cruel, dura, desnuda, elocuente, maravillosa, alarmante, impublicable.

Cuando hacia 1994 Carlos Monsiváis reconocía, admirado: «los zapatistas nos están hablando con la realidad», La Realidad era un pueblo lejano y desconocido. Sería el muy real embate traicionero de Ernesto Zedillo con su guerra el 9 de febrero de 1995, que dejó desolado Guadalupe Tepeyac (entonces la sede del EZLN para encontrarse con la entonces caudalosa sociedad civil). Ello orilló al EZLN, con todo y su Aguacalientes a desplazar su lugar de encuentro unos kilómetros hacia la laguna de Miramar, cañada adentro, en el pueblo de La Realidad, que de pronto apareció en el mapa y se convirtió en el más importante escenario de la militarización y la guerra encubierta del gobierno mexicano. Dos décadas después, esa guerra continúa. La resistencia también, pero a veces duele.

12 mayo del 2014

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