Universitarios, con la alerta encendida

Atzelbi Hernández

México. La provocación que el movimiento estudiantil universitario vive en los últimos meses mermó su capacidad organizativa y movilizadora, pues lo puso en el ojo de la represión y cuestionó, nuevamente, su legitimidad. A pesar de ello, en diferentes escuelas se encuentran ya núcleos que discuten y se organizan para recuperar las discusiones abandonadas y que, en los últimos años se sintetizan en las demandas del Consejo General de Huelga (CGH): La gratuidad, el pase automático, la represión, la evaluación estandarizada y la necesidad urgente de la transformación democrática de la universidad.

Después de la aparición del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), la huelga del Consejo General de Huelga (CGH) fue tal vez la primera y más grande expresión de un movimiento social exitoso, opuesto a la implementación de las políticas neoliberales. La defensa de la universidad pública y gratuita que en los años de 1999-2000 hicieron los estudiantes significó poner freno por unos años al avance de las llamadas reformas estructurales y, al mismo tiempo, marcó definitivamente las perspectivas de una generación que parecía destinada a la enajenación cibernética y mediática.

Para las generaciones que llegamos a la vida universitaria en los años de la huelga o los inmediatamente posteriores, el impacto que la organización estudiantil masiva, democrática y responsable dejó en nosotros es inconmensurable.

Sin embargo, una vez que la policía federal irrumpió en todas las escuelas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) para llevarse a más de mil cegeacheros presos y que, por la vía de la fuerza, las autoridades universitarias “recuperaron” el control absoluto sobre todos los aspectos de la vida escolar, la organización de los estudiantes se convirtió en una tarea cada vez más complicada.

Es importante mencionar algunos momentos excepcionales:

En 2002, en casi todas las escuelas de la universidad consiguió articularse una fuerte oposición a la conformación de la Comisión Especial para el Congreso Universitario (CECU) que las autoridades universitarias impulsaron. Con la organización de una consulta con amplia participación, el cierre de algunas escuelas y la renuncia que algunos consejeros universitarios hicieron luego de integrarse a esta comisión, se consiguió frenar la última gran iniciativa de las autoridades universitarias para implementar el plan Barnés de aumento de las cuotas.

En distintas ocasiones, sobre todo en el bachillerato, se han dado importantes resistencias que, con estrategias diferentes, buscan frenar el fortalecimiento del porrismo y, en algunas escuelas, incluso lograron debilitar de forma importante su estructura y presencia.

Por otra parte, sobre todo en la facultad de Ingeniería y en la de Economía, se construyeron grandes asambleas que impidieron, cuando menos por un tiempo, la modificación de los planes de estudio que pretendía dotarlos de meras herramientas técnicas para la competitividad en el mercado.

Sin embargo, salvo esos y otros procesos más pequeños, la organización estudiantil en la universidad se enfrentó por años a un severo reflujo que impidió construir la fuerza para imponer una transformación democrática.

Por un lado, la campaña negra que se generó en contra de cualquier estudiante organizado o identificado con la huelga universitaria ?reforzada por la actuación de numerosos grupos de activistas que decidieron actuar y tomar decisiones a espaldas y en nombre de sus comunidades? llevó a los estudiantes con convicciones políticas a la necesidad de dedicar parte importante de sus esfuerzos a recuperar la confianza de los universitarios y a reconstruir en ellos la voluntad de participar activamente en la vida política de las escuelas.

Por el otro, el desánimo provocado por el desgaste que significaron nueve meses de huelga y la impotencia que generó la forma en que el conflicto fue aplastado, llevaron a que en muchas ocasiones los activistas con más experiencia que participaron en la huelga abandonaran su militancia, por lo que una gran responsabilidad cayó en los hombros de los más jóvenes, que tuvieron que reaprender a través de la práctica.

En estos 15 años, la organización estudiantil se ha centrado ya sea en atender demandas locales o en catalizar importantes expresiones de solidaridad con otros movimientos sociales (Atenco, la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca -APPO, el Sindicato Mexicano de Electricistas -SME, la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación -CNTE); ello permite mantener activa la discusión política entre los estudiantes, aunque no ha derivado en procesos organizativos más permanentes.

Quizás la organización de los aspirantes excluidos de la educación superior, que desde fuera ha impactado también, de alguna manera, la vida política universitaria, represente una excepción en la dinámica general del movimiento estudiantil, pues consiguió construir un proceso de lucha más permanente, con demandas que plantean severos cuestionamientos a la política educativa vigente. Sin embargo, aunque su impacto es importante, tampoco ha sido capaz de articular la fuerza suficiente para alcanzar transformaciones de fondo.

En 2012, los estudiantes de muchísimas universidades públicas y privadas, casi por generación espontánea, irrumpimos en el escenario electoral con una amplia movilización que, sin servir de comparsa para ningún candidato, puso en cuestionamiento la legitimidad del circo mediático que se construyó alrededor del candidato de las televisoras. Haciendo uso de los interminables recursos que la red ofrece, el #YoSoy132 articuló por unos meses numerosas y disímiles expresiones del descontento social, aunque tampoco pudo derivar en una organización más permanente.

A pesar de las dificultades (o gracias a ellas) el poder ha trazado por años una estrategia de desgaste y deslegitimación hacia el movimiento estudiantil, pues sabe de su capacidad transformadora. En un contexto en el que la oligarquía consigue imponer su modelo de país no sólo de facto, sino también con gravísimas modificaciones al marco constitucional, sabe que los estudiantes podemos significar ?como se ha demostrado históricamente? una piedra en el zapato para la concreción de su proyecto.

En los últimos meses, la provocación que el movimiento estudiantil vive ?desde adentro y desde afuera? mermó su capacidad organizativa y movilizadora, pues lo puso en el ojo de la represión y cuestionó, nuevamente, su legitimidad. A pesar de ello, en diferentes escuelas podemos ya encontrar núcleos que discuten y se organizan para recuperar las discusiones abandonadas y que, en los últimos años se sintetizan en las demandas del CGH: La gratuidad, el pase automático, la represión, la evaluación estandarizada y la necesidad urgente de la transformación democrática de la universidad. También en relación con el movimiento de académicos que se gesta por la defensa de sus derechos laborales.

El plan privatizador sigue avanzando: cobros ilegales en muchas escuelas, desinformación sobre el derecho al pase automático , modificación de planes de estudio con enfoque neoliberal, creación de carreras técnicas, desarrollo de investigación para privados. Ante ello, y en un contexto de fortalecimiento del proyecto de nación neoliberal, la responsabilidad del movimiento estudiantil se planta frente a nosotros con un carácter irrenunciable.

La confusión que se generó alrededor de las modificaciones que el Consejo Universitario hizo al Reglamento General de Pagos para actualizar el nombre de la recién creada Facultad de Artes y Diseño demuestra que los universitarios tenemos encendida una alerta y que seremos capaces de reaccionar nuevamente, con más fuerza y convicción, para defender el derecho de todos los mexicanos a conservar una universidad pública, gratuita y para todos.

20 de abril 2014

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