Trópico de la libertad, un remanso de poesía

Beatriz Zalce Foto: Irene Barajas

México. Antes de optar por la carrera de Medicina, Hermann Bellinghausen ya cultivaba la poesía. Desde sus catorce años escribía y escribía, a todas horas. No se sabe en qué momento le dio un aire y se quedó así, escribiendo para siempre. Algunos médicos han cambiado el maletín con estetoscopios, glucómetros, gasas, curitas y demás enseres, por la pluma. No quiere decir que hayan mudado de vocación: siguen queriendo remediar los males del mundo y lo hacen a través de la pluma, concretamente de la poesía. Tal es el caso de Elías Nandino y sus nocturnas palabras. Tal es el caso también de Ernesto Che Guevara, a quien sus ideales y convicciones armaron sus pasos para liberar a Cuba e intentar hacer lo propio lo mismo en África que en Bolivia.

Hermann Bellinghausen empuñó la pluma y acostumbró sus ojos claros a ver con claridad, a mirarlo todo con una visión de 360 grados, a que no se les escapara detalle alguno. Esto, combinado con su gusto por memorizar nombres, lo llevó directamente al periodismo. Y ahí lo tenemos en 1984 fundando el periódico La Jornada, escribiendo crónicas y artículos culturales, escribiendo sobre política, dirigiendo el suplemento Ojarasca, que desde 1989 nos acerca a la cultura y las luchas de los pueblos indígenas. Pero este güerito inquieto no se conformaba con eso, estudió letras y música e impartió clases de ecología humana en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Fue colaborador del si no legendario, al menos sí entrañable semanario Punto, y editor de Nexos -donde publicó junto con Hugo Hiriart Pensar el 68, un libro colectivo, un canto coral para celebrar los primeros 20 años del movimiento estudiantil del 68 en México.

Coautor de El desafío mexicano (1982), México en 500 libros (1983) y El obrero mexicano (1984), Hermann no deja de escribir poesía. Él dice que es lo único que sabe hacer, pero, con todo respeto no le creemos… Porque ha publicado libros de relatos como Encuentros con mujeres demasiado guapas donde cuenta, entre otras muchas historias, los amores del pintor Amadeo Modigliani con Urania, claro, antes de conocer a la inolvidable y trágica Jeanne Hébuterne. En Aire libre, en cuya portada azul está dibujada una bicicleta de asiento rojo como un beso junto a una redonda pelota de futbol,  relata una infancia que podría ser la suya o la nuestra reinventando a los padres, a la legión de tías y tíos postizos o con lazos sanguíneos, a los empleados domésticos y la escasez de agua en la ciudad de México.  Porque en La entrega nos cuenta de ese operativo, tan a la mexicana, a una casa donde había un radio, una familia escuchando un programa y varias películas piratas que fueron consideradas pruebas del delito.

En ese mismo libro, editado por la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) en el 2010, nos habla también del limpiavidrios que pasa “seis-ocho horas colgado como a veinte mil metros de altura en el andamio” y que al igual que Hermann, lo mira todo, mira por la ventana pero hacia el interior. Ese limpiavidrios reconoce a este hombre delgado, que ya no usa barba pero que no se apea el sombrero, ni el paliacate al cuello, que siempre está frente a la misma ventana, escribe y escribe mirando a la calle, oyendo música. Cuento casi borgiano.

Pero está también ese libro doloroso, imprescindible, vigente que es Acteal, crimen de Estado. A veces, para curar, para sanar,  hay que mantener la herida abierta, la memoria viva. Así se combate la impunidad, así se busca que eso no vuelva a suceder nunca más. Un bebé, catorce niños, veintiún mujeres, varias de ellas embarazadas, y nueve hombres fueron masacrados en Acteal el 22 de diciembre de 1997. Hermann Bellinghausen hizo la crónica de esos tiempos dramáticos, de esa guerra de baja intensidad, de esa guerra sucia que no acaba. Sobrecoge la sorpresa de un guatemalteco ante la airada reacción de la sociedad civil nacional e internacional ante ese genocidio. Dice que en Guatemala sucedieron cosas iguales, peores, y que no se armó ningún alboroto…

Desde 1994 Hermann se instaló en Chiapas en calidad de enviado especial de La Jornada y desde ahí envía crónicas, reportajes, entrevistas. A Bellinghausen se le lee con absoluta confianza porque él todo lo mira para describirlo minuciosamente, todo lo escucha para reproducirlo fielmente y porque pone el alma en ello. Uno reconoce humildemente que de tener la oportunidad de estar ahí donde está él, uno no sería un testigo de su talla, uno omitiría la descripción de la tela de araña vista a contraluz, allá en La Realidad, mientras los niños juegan a la pelota y los campamenteros se aburren esperando ser recibidos por el Sup y la Comandancia. Hermann sabe crear atmósferas, trasladar a su lector al lugar, se convierte en sus ojos y lo ayuda a mirar y lo deja pensando. Como entrevistador es insuperable porque sabe escuchar, sabe preguntar, sabe poner los puntos sobre las íes. Vale la pena releer la entrevista que le hicieron Bellinghausen y Gloria Muñoz Ramírez al Subcomandante Insurgente Marcos aquel 9 de febrero de 1995, pocas horas antes de lo que se conoce como “la traición de Zedillo”, tantito antes de la invasión militar a la zona zapatista con la orden de capturar a la Comandancia.

Ese mismo año,  la Secretaría de Gobernación le quiso dar el Premio Nacional de Periodismo. La Jornada había enviado un reportaje suyo al certamen con la idea de que por la limpia trayectoria de su autor no sería galardonado. Hermann, por su parte, cumplió con hacerse pato. Los funcionarios estaban desesperados. No sabían si sí o si no aceptaba. Hablaban al periódico y no les sabían dar razón de Hermann, lo buscaban por mar y tierra y de él ni sus luces. Optaron por no quitar la silla con su nombre, por si llegaba. Pero lo que llegó fue la rotunda negativa de Bellinghausen a recibir el mentado premio de manos de Ernesto Zedillo. De que se merecía el premio, ni duda nos cabe, pero que lo rechazara era la congruente actitud de quien realiza un trabajo periodístico de denuncia sobre la contrainsurgencia militar y paramilitar en Chiapas. Ni modo de recibir el premio y estrechar la mano de quien da las órdenes de represión, del comandante supremo de las fuerzas militares. Los funcionarios no tuvieron tiempo de quitar la silla vacía con el nombre de Hermann y ese vacío aleccionador nos llenó de orgullo y en el corazón se creció más el cariño.

En medio de los verdes de mil colores de la Selva Lacandona,  Hermann siguió cultivando su jardín poético. Ya tenían años publicados La hora y el resto, Ojos de Omán, De una vez. El año pasado se les sumó Ver de memoria, poemario que tiene mucho de autobiografía a pesar de que en Contra-tiempo el autor habla de cómo se acumulan sobre la mesa los libros, los cuadernos en blanco, y eso a Bellinghausen no le pasa. Escribe y escribe, ya lo dijimos, de chiquito le dio un aire y se quedó así. Escribe y escribe y por eso lo reconoce el limpiaventanas y hasta dice que parece foto. Ver de memoria es la suma o más bien la síntesis de varios libros inéditos. Juega con las palabras, con los verbos, juega con los recuerdos, los recientes y los de antes. Le apuesta a la buena poesía, a la profusión de imágenes, a la sobriedad de las palabras. A Ericka Montaño Garfías de La Jornada le dijo en septiembre pasado: “Me gusta la definición de poesía de Luis Cardoza y Aragón, que decía que la poesía es la única prueba concreta de la existencia del hombre. Escribir y sobretodo escribir poesía –va a sonar un poco dramático-, es lo que me ha salvado de estar loco; es una forma de mantenerme cuerdo”.

Y si tardó 21 años para publicar Ver de memoria, transcurrieron sólo siete meses para que Trópico de la libertad fuera editado por Desinformémonos y presentado en sociedad el pasado 9 de abril en El Convite, apadrinado por música de jazz y lectura en voz alta (y a ratos muy, muy alta) de varios poemas.

Para Hermann Bellinghausen se trata del más social de sus libros; para Gloria Muñoz Ramírez, fundadora y directora de Desinformémonos, es uno de los momentos más dichosos de su vida por múltiples razones: se trata de Hermann, su Manito, Hermanito. Se trata también del tercer libro de Desinformémonos Ediciones. Los anteriores son las memorias de Don Félix Serdán Nájera, el último de los primeros jaramillistas; Rebeldes solitarios, el magonismo entre los pueblos mixtecos, y ahora Trópico de libertad, poesía, poesía de un poeta luminoso y comprometido, de uno de los integrantes del Consejo Editorial de Desinformémonos desde su fundación en octubre del 2009.

Trópico de libertad es una invitación a sumergirnos en las transparentes aguas de la poesía, aguas limpias pobladas de imágenes, aguas que  nos permiten ver simultáneamente el fondo, la tierra, la flora y la fauna que son su lecho y, digo, simultáneamente, el cielo del amanecer, el cielo del mediodía, el cielo del atardecer y el cielo estrellado pues se reflejan en esas aguas que han recorrido, al igual que Hermann, los caminos de la vida, sierras y valles, San Cristóbal, Coyoacán y el México Profundo, el México de Abajo y a la Izquierda.

Trópico de libertad hizo el milagro -por eso Gloria Muñoz estaba feliz, tan feliz como sólo ella es capaz de expresar y contagiar su felicidad- de convocarnos, de volvernos a reunir, para sabernos juntos, soñadores del mismo sueño, luchadores de toda una vida desde las diferentes trincheras de la sociedad civil: el arte, la actuación, el periodismo, la docencia, la militancia anónima, el programa de radio, el ejercicio del derecho desde la izquierda. Ahí estábamos juntos, hombro con hombro, como antes, como siempre, como mañana hemos de estar, como el país nos necesita urgentemente, como nosotros mismos lo necesitamos por nosotros y por este México tan amado y tan jodido. Ahí estábamos y como dice la canción: “No digo nombre ni seña, sólo digo Compañeros”.

Estamos  en esas páginas de letra chiquita, en esos 61 poemas, en esa balsa que lleva de regreso a los dioses mayas después de la fiesta. Nos reconocemos en ese deseo de atrapar el tiempo para seguirlo viviendo, de añorar la aurora en el ocaso, en esos himnos de la luz, en esas orillas quemadas por donde han pasado la Historia, la palabra y la muerte; en esa eternidad del instante,  en esas abuelas de mi ciudad, es esas estrellas que caen (desde entonces). Trópico de la libertad nos ha devuelto nuestras cajas llenas de papeles, de fotos, nuestros secretos, el sol que enamora a la luna, las cartas que no leíamos desde hace mucho; nos ha devuelto nuestros recuerdos y la esperanza, la rabia, el coraje y las ganas.

“Bastar con nacer”, dice Hermann. A él se le agradece que además escriba  y  a Desinformémonos este remanso de poesía. Esta luz en medio de la negra noche.

Publicado14 de abril de 2014

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